Rodrigo Cortés: «Eso que llamamos obras inmortales son sucesiones casi inacabables de tonterías»
El autor publica 'Cuentos telúricos', un libro de relatos en el que conviven magos, animales parlantes, mujeres del tiempo, hombres tristes y otros seres muy vivos
Rodrigo Cortés podría ser un oso haciendo el pino con una mano (¿mano?) sobre una tabla que descansa en el precario equilibrio de una esfera negra mientras sirve el té con su pie derecho a su osezno, pero entonces la portada de su nuevo ... libro no tendría sentido. También podría ser un mago de verdad, o un gordo de mentira, o un científico enamorado por culpa de la electrodinámica de los cuerpos en movimiento, o un hombre que dibuja figuras geométricas en los campos de cultivo de la Inglaterra meridional para entretener a los parroquianos, o un gusano elocuente con ganas de reescribir el mito del diluvio universal. Podría ser todas esas cosas pero para qué, si ya las ha imaginado. Si ya es cineasta y escritor. Si ya esos personajes viven para siempre en sus 'Cuentos telúricos' (Literatura Random House).
El libro se abre con un delirio de Cunqueiro: Merlín se va a ver al diablo para preguntarle cómo se llaman en Nápoles los emparedados de queso blanco. ¿Hay mejor manera de empezar? «La cita de Cunqueiro no surgió al principio sino al final. Abrí casi al azar 'Merlín y familia' hasta que apareció a la segunda un pasaje que me pareció que estaba bien. Y ese es el espíritu que impregna casi todo lo que hago en general. Está mucho menos intelectualizado de lo que pueda parecer. No porque lo fíe todo al azar, sino porque más bien creo que todo vale, que todo puede valer».
—¿Todo?
—Si me pidieras ahora que eligiera cualquiera de los objetos de esta mesa [dos cafés, un móvil, dos cucharas] y a partir de ahí comenzara a construir una frase, esa me llevaría a otra y después de cinco frases inevitablemente habría una dirección marcada y a partir de ahí podría tratar de levantar algo. La creatividad tiene que ver precisamente con eso. Una vez dijo Lennon: soy un artista, dame un silbato y te haré algo.
—Estos 'Cuentos telúricos' bordean la realidad, casi siempre por debajo. Hace unos días Olga Tokarczuk dijo en el Museo del Prado que el realismo ya no valía para contar la realidad. ¿Está de acuerdo?
—Entiendo más el 'no me vale' que el 'no vale'. Por otro lado, estoy muy poco interesado en la realidad cuando escribo. Creo que la creación trata de expresar verdades. Y muchas veces esa verdad se expresa a través de mentiras pactadas o a través de fantasías. Borges ya dijo en su momento que el realismo estaba bien para un rato, pero que se iba a acabar. Y si analizamos la historia de la literatura, probablemente eso que llamamos obras inmortales son sucesiones casi inacabables de tonterías. Si hiciéramos un cartel para fomentar la lectura entre los niños y colgarlo en una biblioteca municipal seguramente usaríamos imágenes de la 'Odisea', del 'Quijote', de 'Alicia', de 'Gulliver'. No se me ocurren muchos elementos de autoficción ahí… De alguna manera, eso que hemos llamado literatura siempre iba de contar mentiras e inventarse cosas.
—Por cierto, ¿qué da más miedo, un fantasma o un monstruo?
—[Se lo piensa] En general da miedo lo que no existe. Por lo tanto sigo sin poder elegir, porque no tengo muy claro cuál de los dos no existe [ríe]. Lo que nos aterra es lo que no sucede, porque el miedo se fundamenta sobre todo en el sentimiento de anticipación. Así que resulta indiferente con tal de que no ataque. En el mismo instante en que ataca, deja de dar miedo y empieza a convertirse en un tema urgente que tratar.
—En uno de los cuentos el narrador explica cómo hay que taparse en la cama para que los monstruos no te ataquen.
—Todos compartimos esa especie de conocimiento atávico. Es curioso, porque en el sentido común nos diría, como mínimo, que hay que meterse entero, si es que efectivamente una manta es protección ante algún tipo de ataque [vuelve a reír]. Pero no. Podemos dividirnos como humanos entre los que permiten que la nariz esté fuera y esté dentro, pero los ojos, sin duda, pueden estar fuera. Y los brazos tan dentro como sea posible, y mejor si se remete la sábana alrededor. Son reglas precisas que seguía en la infancia, pero que he compartido con mucha gente en un porcentaje inquietantemente similar.
—Del mismo modo, cada relato del libro establece sus reglas. Unas reglas muy precisas que los personajes aceptan con total naturalidad: los gusanos son elocuentes, los magos existen, pero hay muchos tipos, las mujeres del tiempo pueden mover masas de aire con un giro de muñeca.
—Todo eso emerge muy libre, pero también muy constreñido en su propio mundo, y muy limitado por sus propias leyes físicas. Tal vez en un cuento sea posible levitar, y en otro sea incluso desaconsejado. Aunque cualquier cosa pueda pasar, no vale cualquier cosa.
—Es como tomarse muy en serio el juego, ¿no? Cada cuento se toma en serio a sí mismo. Aunque sea una ironía.
—Los cuentos se toman mucho más en serio a sí mismos que yo a ellos. Sobre todo en la pura gestación. Sin embargo, una vez el trabajo de picar piedra está hecho es cuando surge esa parte tan divertida, tan satisfactoria y tan seria que es la de la reescritura, que de alguna manera es la verdadera escritura: la búsqueda definitiva de la música. Es cuando tratas de que una subordinada, por compleja que pueda ser, parezca inevitable, y que la sintaxis, por intrincada que pudiera parecer si la analizaras, resulte en su lectura natural e imparable.
—Hay muchos magos por aquí. Mucha magia.
—Supongo que tiene que ver con lo que decía Tokarczuk. Una mirada que trate de desvelar la magia detrás de las cosas probablemente lo que haga sea evidenciar su realidad. Siempre hay una dimensión mágica detrás de algo, siempre hay una dimensión poética. Siempre se puede abordar desde un ángulo distinto que devuelve una mirada distinta. Perfectamente real. Simplemente es una diferencia de ángulo.
—En un relato un joven artista va al Ministerio de Cultura a pedir una subvención. Es difícil no pensar en Kafka.
—Leí por primera vez 'La metamorfosis' con nueve años de edad. Lo cual es ridículo, pero tenía una edición en casa con una portada imbatible. Con el paso del tiempo he llegado a la conclusión de que hay mucho humor en Kafka. Que hay una mirada inevitablemente divertida. Tiene narraciones oscuras, pero siempre hay una distancia y un juego con sus personajes que solo es posible desde el maestro de ajedrez que de alguna manera se está entreteniendo. Que se está divirtiendo con lo que está haciendo. Es como cuando ves el cine de Lanthimos. Si te lo tomas con demasiada solemnidad puede ser absolutamente insoportable. Mientras que el cine de Haneke, por ejemplo, no se puede tomar de otra manera que con solemnidad. Y en ese sentido encuentro mucho más divertido a Lanthimos y más torturador a Haneke. Kafka ha sido fundamental en mi forma de entender el mundo.
—Una cita: «Cada desafío agranda la inteligencia como cada pesa agranda el músculo». ¿Trabaja a base de retos?
—Sí, pero nunca con una vocación épica o heroica, sino como un gatillo, como una palanca creadora. El lienzo en blanco es enormemente paralizante. En cambio, en cuanto te pones un problema el cerebro empieza a funcionar. Si te dicen cuéntame lo que sea ahora seguramente no sabrás ni por dónde empezar. En el mismo instante en que te digan no puedes usar la 'e' tu cerebro se va a poner en marcha.
—¿Es masoquismo intelectual?
—Quizá sea porque evolutivamente estamos diseñados para reconocer problemas y resolverlos. Y lo cierto es que cuando no tenemos problemas no nos va nada bien, ni como especie ni como sociedad. Es cuando sobrevienen todo tipo de paranoias, neurosis y angustias. En general cuando tenemos obstáculos que abordar por alguna razón permanecemos mucho más equilibrados, como si estuviéramos hechos para eso. Para esquivar tigres dientes de sable. No para tumbarnos bajo las estrellas.
—En 'Los fantasmas, naturalmente, no existen', uno de los personajes se pregunta si se puede escribir sin miedo. ¿Se puede?
—Seguro que sí. Se puede escribir incluso boca abajo, como el oso de la portada del libro. Cada uno escribe con sus propios detonadores, que no son universales. Ahora bien, a la hora de abordar un proyecto siempre uso como síntoma positivo que me dé algo de miedo. Es decir, que no esté del todo seguro. Si siento que sé exactamente lo que va a pasar y que sé hacerlo, no siento demasiado interés.
—¿Escribir es siempre dejarse algo, como dice otro personaje?
—Siempre. Pero de una forma muy poco martirizadora. Es cierto que las obras no se acaban, que se abandonan, etc. Y es cierto que cuando escribo reviso y reviso y reviso y reviso una y mil veces hasta que considero que algo puede entregarse. Y después de entregarlo lo reviso otras tres veces hasta que se publica. Pero también es verdad que cuando acaba todo este ejercicio la obra está. La obra no va a ser perfecta nunca. Pero está. Y ya es momento de abordar otra cosa. Siento poco arrepentimiento. Es decir, si yo ahora veo 'Concursante' [su primera película] voy a ver un millón de cosas que haría de otra manera. O ingenuidades o directamente errores. Sin embargo, si me dieran la oportunidad de corregirlos no lo haría. No haría el George Lucas.
—Hay un hombre al que describe así: «Sabía que estaba acabado porque ya solo conjugaba en pasado». ¿Cómo se lleva con la nostalgia?
—No soy nada nostálgico, y además descreo mucho de la nostalgia. Cuando tengo un impulso nostálgico mecánico, activado por un aroma o por una música, desconfío de inmediato de él. Por mucha carga sentimental que pueda tener. Porque las emociones en sí no tienen nada de noble por el hecho de serlo. Hay emociones muy mecánicas y hay emociones superiores. Y creo que la nostalgia tiene mucho que ver con pensar en pasado, precisamente. Y que es, en general, síntoma de cosas de las que huir.
—Las historias más tristes están contadas desde una distancia irónica, o casi irónica.
—Eso responde a un impulso personal. Como creador lo que más pánico me produce es la solemnidad, que creo que es prácticamente sinónimo de ridículo. Muchas veces a través del humor acabas accediendo a lugares hondos por reflexivos o por poéticos, pero en cuanto eso corre el riesgo de resultar solemne busco un vaso y lo estrello contra el suelo. La tristeza en sí no tiene nada de noble ni es la culminación de ninguna forma de humanismo: es un color posible en el que no conviene detenerse demasiado tiempo.
—¿La violencia es una forma de humor?
—Todo es una forma posible de humor. Hay una forma de violencia que no tiene ninguna gracia, hay otra forma de violencia que es enormemente artística (una pintura de Goya o una película de Peckinpah o Tarantino) y hay otra que puede ser enormemente divertida. Entre otras cosas porque lo que algo es lo determina nunca el qué sino el cómo.
—¿Se considera estoico?
—Procuro no considerarme nada porque antes de que te des cuenta tienes una camiseta y un dorsal. Pero hay un ángulo del estoicismo ante la vida que me resulta muy próximo. Aunque últimamente se ha convertido en una forma de moda que Marco Aurelio no hubiera sido jamás capaz de anticipar.
—¿Y las modas también asustan igual que la solemnidad?
—Todos somos víctimas de mil formas de moda porque somos hijos de nuestro momento. Por eso todos nos vemos espantosos en las fotos de hace veinte años y podemos tener la garantía de que lo que nos gusta hoy nos parecerá espantoso dentro de otros veinte. En lo que me reconozco, más bien, es en la incapacidad de hacer algo porque esté de moda. Siento un gustito ante el aplauso como el que más, pero sería incapaz de estropear algo o abaratar algo por conseguir un aplauso. Tengo la sensación de que en primer lugar ese aplauso es algo de lo que desconfiar, y en segundo lugar, que siempre sabrá mejor si se desafía en primer término y a pesar de todo llega.
—Además, los aplausos baratos caducan mal.
—Y antes que muchos yogures.
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