En el rodaje de 'Sacamantecas', la superproducción sobre el Jack el Destripador español
ABC asiste en la Catedral Vieja de Vitoria a la grabación de la nueva película de David Pérez Sañudo, una película con tintes históricos basada en la vida de Juan Díaz de Garayo
David Pérez Sañudo: «Es una gozada que una película minoritaria lleve viva tantos meses»

Una lluvia copiosa arremete sin piedad contra Vitoria-Gasteiz, aunque lo que más cala es el frío gélido. «Aquí, a la ciudad la llamamos Siberia-Gasteiz», bromea un viandante. Los mesetarios, recién salidos del tren, nos cubrimos con chaquetón y guantes; nada que ver con ... la legión de 150 labriegos, campesinos y burgueses que, ataviados como en el siglo XIX, aguardan frente a la puerta de la Catedral Vieja. A ellos les vale con las pellizas de época, las enaguas, y esa ilusioncilla que da saber que vas a aparecer en una película... aunque sea como figurante. Aquí se respira la algarabía típica de un rodaje a la española. «¡Que llegas tarde!», grita uno. Pero el silencio se hace ante las órdenes de la productora: «¡Las txapelas en la mano. A la iglesia se entraba descubierto!».
Todo está medido en el rodaje de 'Sacamantecas', el nuevo largometraje -una verdadera superproducción- que prepara el director David Pérez Sañudo. Desde la indumentaria que se utilizaba en Vitoria allá por el siglo XIX, hasta la historia real de la que ha bebido el guion: la de Juan Díaz de Garayo. Un tipejo que los expertos consideran el primer asesino en serie registrado en España y que se hizo famoso por eviscerar a parte de sus víctimas. Aunque el director afirma a ABC que su 'filme' será mucho más que una película de terror: «Hay secuencias de alto voltaje, con mucho clímax, pero se acerca más a un 'thriller'. Queremos narrar cómo Vitoria pasó de ser una ciudad muy próspera, la Atenas del Norte, al territorio con la tasa de criminalidad más alta del Estado».
Entre humos y tensiones
Cuesta, pero los corrillos se dispersan y los figurantes acceden poco a poco al templo santo a eso de las once y media de la mañana. La luz entra, grisácea, por las vidrieras de una Catedral Vieja en la que las pilas bautismales se mezclan con cajas de focos, bobinas de cables y técnicos de sonido. «Hemos tenido la suerte de poder contar con este espacio, que era el que quería David». Olmo Figueredo González-Quevedo, el productor de la película, se detiene un segundo para atendernos. Auriculares al cuello, evoca las diferencias que hubo con el Obispado cuando le solicitaron permiso para grabar. «Lo que hubo fue un malentendido. Reciben una avalancha de peticiones tan grande que les hace ser más cautelosos», sentencia.
Figueredo mira un segundo al altar, donde extras y actores se preparan. Todo parece correcto, así que continúa: «Entendieron nuestra postura. Les explicamos que la película intenta hablar en positivo de la educación de la época y que veíamos la catedral como un lugar de encuentro de la sociedad. Además, les aseguramos que no íbamos a salirnos del guion». La escena que se rueda frente a nosotros, sostiene, lo demuestra: «Hoy es un día importante. La secuencia es muy significativa porque Ángela Berrosteguieta, uno de los personajes protagonistas, pide a las gentes de Álava que se aumenten los esfuerzos para hallar al asesino de su hermana y al de otras tantas mujeres». Promete intensidad el productor y, por los ensayos con los que arranca la mañana, así será.
Se prepara para la escena Patricia López Arnaiz; y es que la actriz, ganadora de un premio Goya por 'Ane', es la encargada de interpretar a Ángela. No la molestamos, son instantes de concentración. Mientras, caminamos alrededor de los bancos de la catedral. Tenemos poco tiempo. «¡Cuando empecemos, que todo el mundo se quede detrás de las marcas!». Imposible saber de dónde brota la voz, pero prometemos ser obedientes. Por el momento, toca curiosear en la nave principal de una iglesia que rebosa humo. «Es necesario para crear ambiente», añade Figueredo. Lo genera una máquina, pero también los expertos en FX -efectos especiales- de manera más artesana. «También lo hacemos con una plancha para cocinar. Calentamos unas sales especiales y se crea humo», desvela un técnico.



Mientras nos escabullimos por aquí y por allá vemos a Josean Bengoetxea. El actor que dio vida a Antxon Elorza en 'Celda 211' recrea en este caso al alguacil que hizo lo imposible por atrapar al ' Sacamantecas'. «Pío Fernández de Pinedo fue un personaje real, pero no quiero hacer 'spoiler' con lo que pasó», bromea. Luce bombín y chaquetilla marrón oscura. O eso parece en la penumbra. «Este tipo de películas nos vienen bien para saber de dónde venimos. Un ejemplo es que fue una época en la que la Guerra Carlista dividía a la sociedad», explica. Le preguntamos por el mayor reto de su interpretación, y lo tiene claro: «Entrar en el universo Sañudo, ese estilo tirando a documental, pero muy naturalista, en el que prima mucho la improvisación». El director, dice, busca que «todo sea orgánico» y huye de lo prefabricado.
Una voz prominente corta la conversación: «¡Silencio... Prevenido todo el mundo, vamos a rodar!». El aviso viene del piso superior, a la vera del órgano de la catedral. Y a partir de aquí se obra la magia. Al grito de «¡acción!», el centenar y medio de extras que se arremolinan frente al altar estallan en un murmullo. El murmullo se transforma en tumulto, y este, en un griterío generalizado. De la nada, una voz femenina se alza sobre el resto y el jaleo se apaga. A cambio, se inicia una bronca entre varios de los personajes presentes. Todo en euskera, por cierto, del que no entendemos ni papa. Así que, por el momento, los diálogos permanecerán en secreto.
La verdadera historia
Los diarios de la época no daban crédito a sus barbaridades, lo mismo que toda la sociedad de Vitoria. Fue un 2 de abril de 1870 cuando Juan Díaz de Garayo, el 'Sacamantecas', perpetró el primero de sus crímenes contra una prostituta, y así lo recogió el periodista Ricardo Becerro de Bengoa: «Vieron por la carretera a un hombre de unos cincuenta años y una mujer baja de estatura y gruesa. […] Al hallarse a bastante distancia pasaron un tiempo en amable compañía. Él sacó después tres reales y se los entregó. Ella, al verlos, comenzó a increparle porque eran muy poca cantidad. […] Garayo, arrojándose sobre ella, la derribó y le oprimió la garganta». Tras asfixiarla, «la desnudó de todas sus ropas» y tiró su cadáver al río.
A partir de entonces su locura se desbocó. Aquel cincuentón de Eguilaz, al que Becerro define como «un tipo vulgar y ordinario, de ceñudo y repulsivo aspecto», escribió una de las páginas más sangrientas de la crónica negra española; más incluso que la de Jack el Destripador. Y van por delante los datos: durante una década perpetró una decena de asesinatos probados.
Mucho se ha escrito sobre sus crímenes. Algunos sostienen que violaba y sodomizaba a sus víctimas una vez muertas; otros tantos, que su barbarie ha sido exagerada por las leyendas populares. Vaya usted a saber. Pero hay una cosa segura, y la dejó sobre blanco Becerro: «Pocos crímenes han adquirido en este siglo una resonancia tan grande como los suyos».
El apodo se lo ganó a pulso Garayo el 2 de enero de 1878. Aquel día, la sociedad evocó viejas leyendas cuando una mujer fue hallada sin vida y eviscerada a las afueras de la ciudad. «La fantasía de las gentes al conocer los detalles del crimen y al saber que el asesino había arrancado las entrañas a su víctima, se fijó en aquellas sabidas y viejas narraciones de la existencia de ciertos hombres monstruos que brutalmente asesinaban niños para sacarles las mantecas y hacer con ellas ciertas composiciones de maravillosa eficacia», escribió Becerro. Es la teoría más aceptada, aunque no faltan los que insisten en que nuestro protagonista abría en canal el vientre de las mujeres y eyaculaba en su interior.
Juan Díaz de Garayo fue arrestado en 1880, aunque no contaremos el cómo para no destripar la película. En prisión admitió sus crímenes y cargó contra las múltiples esposas que había tenido. Así se lo explicó a su propia hija: «Es cierto que las he matado, pero la culpa de ello, y por eso estoy en la cárcel, la tienen todas las mujeres con quienes me he casado después de morir tu madre. Que, si una salió mala, las otras fueron peores. Todo cuanto había en casa lo vendían a menos precio para comprar vino y otras cosas». Entre rejas aprendió a leer y volvió a mostrar su cara más amable. Pero la justicia no perdonó y -¡atención, 'spoiler'!- terminó ejecutado por garrote vil.
Y... ¡corten! La misma escena se repite dos veces más. Cada una, con varios minutos de intermedio. Y después, otra secuencia diferente, con movimiento y reubicación de los figurantes. Para los presentes es otro día en la oficina. Poco antes de las dos de la tarde se baja la persiana; toca la parada para comer. Ahí, mientras descansa la voz, nos recibe López Arnaiz, y lo hace con una sonrisa a pesar de que prefiere hablar en la gran pantalla que hacerlo a la grabadora. Si a nosotros, con chaquetón, nos tiembla la voz por el frío, cuesta imaginar el calvario que estará pasando ella. Pero es una chica dura. «Que nadie se preocupe, estoy bien, llevo ropa térmica y ya estoy aclimatada», confirma.
La actriz se muestra feliz por volver al trabajo: «Estamos retomando el rodaje después de casi dos meses. Hoy es el primer día». Admite que conocía la historia de este asesino, «una figura que se ha utilizado desde siempre en la zona para asustar a los niños», pero mantiene que lo que más le atrajo del proyecto fue volver a trabajar con Pérez Sañudo. «Veníamos de hacer 'Ane', así que le dije que sí. Tiene un sello personal; hace que la historia vaya más allá de un género concreto. Sus personajes son complejos y tienen muchas capas, no están encasillados», sentencia.
El ejemplo más claro es Ángela, el personaje al que interpreta. «Su vocación no es solo hacer justicia, también busca resolver sus sentimientos con respecto a su hermana asesinada. Anhela, en parte, el perdón», finaliza.
Dudas históricas
Casi parece que nos ha escuchado el director, que aparece para incidir, precisamente, en «el estilo naturalista de la película». Ese que nos contaban los protagonistas. Pero a nosotros, que se nos acaba el tiempo, se nos ha quedado una última pregunta en el tintero.
-Se ha armado mucho revuelo con el rigor histórico de películas como 'Gladiator 2' y 'Napoleón'. ¿Teme que le pase lo mismo?
-No. Entiendo que un extremo aficionado a la vida de Garayo pueda decir que nos estamos tomando demasiadas libertades. Pero, en términos generales, hemos sido muy estrictos y precisos. Es obvio que hay diferencias. Con todo, creo que el rigor histórico no es el principal objetivo de películas como 'Gladiator 2'. Nosotros estamos en el polo opuesto, buscamos algo más naturalista. Me importa más ser cien por cien honesto con la época que serlo con las vivencias del personaje.
Con sus palabras nos volvemos al calor de la capital.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete