Residua

E. R. M.

Los originales títulos de crédito de «Film socialisme» enumeran la lista de fuentes que utiliza (películas, músicas, textos) al mismo nivel que los componentes del equipo técnico y artístico de la película. Nada nuevo: hace mucho que el flamante Oscar honorífico de este año habla por boca de otros, construye sus ensayos a base de citas o hace leer a sus personajes extractos de libros. ¿Personajes? Hace mucho también que Godard prescinde de la noción tradicional de dramaturgia: fiel a ese principio dialéctico básico que hereda de Brecht o de Vertov, la interrupción, corta la escena antes de que las personas que salen, mezclados con personalidades como Patti Smith, alcancen a constituirse en sujetos, en personajes al uso. La familia Martin, que es nominalmente la protagonista de la película, queda así reducida a una colección de modelos, como diría Bresson, o de estatuas, como dice Godard, de estatuas que hablan.

Un ensayo novelado compuesto sólo con notas de música: así definió Godard uno de sus títulos de referencia. Quiten lo de novelado, la parte narrativa, y queda una buena descripción de «Film socialisme»: otra inimitable elucubración que nos entrega el gran ogro del modernismo, ese moisés que divide las aguas entre el odio extremo y la hermenéutica igualmente apasionada. Como correlato a su creciente soledad, su estilo es cada vez más postlinguístico: Godard habla solo (como ese filósofo sin público que muestra) y se comunica con residuos de lenguaje, como el Beckett terminal de «Residua», con brillantes jirones de ese gran lenguaje que acuñó el cine para comunicar. Con todo, la película no es tan indescifrable: plantea un viaje por lo que queda de Europa con paradas en diversos traumas históricos que obsesionan al cineasta y que le permiten componer un collage final inefable, genial, que compensa el desplazamiento.

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