La 'putivuelta' al mundo en 80 días
FAUNA ESTIVAL
En los paseos marítimos también hay espacio para cierta ternura paternal, al ver a los adolescentes de hoy compartir. Suspira uno por la propia juventud perdida, por esa época donde la amistad, y no el amor, era el mayor tesoro
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Después de cuatro años y medio viviendo en España puedo destacar dos cosas que me gustan mucho de este país: El Corte Inglés y los paseos marítimos. Cada vez que por trabajo me ha tocado visitar una nueva ciudad española, lo primero que hago es ... averiguar dónde está El Corte Inglés. Esa caja plateada, que parece un barco varado en medio de la ciudad, es un símbolo de civilización que siempre me ayuda a orientarme. Luego, si se trata de un lugar de verdad afortunado, es decir, con salida al mar, busco el respectivo Paseo Marítimo.
[Antetítulo]
El verano es esa época del año donde uno puede ver al otro sin esconderse
y donde tal vez uno es visto
España tiene más de doce mil kilómetros de costa, el doble que Venezuela. Sin embargo, mi país goza de un prestigio playero mucho mayor, quizás por las temperaturas del agua, más tibias y transparentes allá, y una que otra palmerita. Es, por supuesto, un error de percepción producto del exotismo que se le atribuye en Europa a cualquier cosa que venga de América Latina. En el caso de Venezuela, además, el acceso a esos seis mil kilómetros de costa suele ser difícil. Muchas veces es necesario hacer largos viajes, en vehículos de tracción específica, para llegar. A diferencia de La Coruña, Valencia o Barcelona donde, por ejemplo, sin abandonar la ciudad se puede tocar el mar.
En Málaga, suelo ir al Paseo Marítimo Antonio Banderas. Allí voy a correr y hacer ejercicio; en ocasiones, solo a caminar y relajarme. El paisaje natural y humano, como ya comenté en una entrega anterior, reconfortan la mirada. También hay espacio para cierta ternura paternal, al ver a los adolescentes de hoy compartir.
Suspira uno por la propia juventud perdida, por esa época donde la amistad, y no el amor, era el mayor tesoro. Una tarde capté al vuelo un hilito de conversación entre dos adolescentes malagueñas en la que una le preguntaba a la otra: «¿Una putivuelta y nos vamos?».
Aquella expresión me pareció tan graciosa, tan llena de picardía y de vida, que regresé a casa apresando esa palabra en mi pecho como si fuera una piedrita de playa, de esas que uno guarda por años a manera de talismán. La putivuelta nada tenía que ver con la «marivuelta» o «giro», como se decía cuando yo era muchacho para informar, con descuidada jactancia, que se iba a dar una vuelta en carro mientras se fumaba un porrito.
En su 'Crónica de la lengua española 2021', la RAE recoge, «hacer una 'putivuelta'», que se refiere a esa vuelta de reconocimiento que hacen los jóvenes al entrar en una discoteca
En su 'Crónica de la lengua española 2021', la RAE recoge, entre diversas expresiones usadas por los adolescentes, «hacer una 'putivuelta'», que se refiere a esa vuelta de reconocimiento que hacen los jóvenes al entrar en una discoteca o en algún lugar de encuentro para ver y dejarse ver. Si ese lugar es un paseo marítimo, donde confluyen tanto locales como turistas de muy distintas procedencias, la putivuelta se convierte en una coqueta vuelta al mundo. Y si, además, se hace durante el verano, que en la Costa del Sol puede durar desde mediados de junio hasta finales de agosto, se entiende el prestigio, también engañoso, de esta estación.
El verano es esa época del año donde uno puede ver al otro sin esconderse y donde tal vez uno es visto, ¡hélas!, sin saberlo. Un oleaje de cuerpos y rostros que se diluyen para siempre en el calor de la jornada. Hasta el próximo día.
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