Los primeros rostros de Tarteso: crónica de un secreto por fin revelado
ABC comparte con los arqueólogos del CSIC el día en que dieron a conocer su extraordinario hallazgo
Los rostros de Tarteso, un nuevo capítulo en los libros de Historia del Arte
![La arqueóloga Laura Salguero, tras desenterrar un fragmento de una de las figuras](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2023/04/19/IMG_6205-RGswNzG3q9BAUmAVklwyi8L-1200x840@abc.jpg)
Aún no había despuntado el día y Sebastián Celestino ya estaba en la entrada del hotel, dispuesto a salir rumbo al Turuñuelo en compañía del fiel Zújar, la mascota del equipo de 'Construyendo Tarteso' (IAM-CSIC) que nació en el propio yacimiento. Faltaban unas ... pocas horas para la rueda de prensa que mostraría a toda España esos cinco rostros tartésicos esculpidos en piedra, un hallazgo que reescribe la historia de una de las primeras civilizaciones occidentales, surgida de la interacción de fenicios e indígenas del suroeste peninsular. Un descubrimiento que obliga a añadir un capítulo en los libros de Historia del Arte antes de la ibérica Dama de Elche.
A las ocho de la mañana, sin embargo, nada hacía entrever que ese montículo de la vega del Guadiana iba a acaparar aquel día todas las miradas. En las Casas del Turuñuelo amanecía una jornada de trabajo más. Las carretillas iban y venían cargadas de tierra a palazos, aunque entre los más jóvenes los nervios contenidos saltaban en bromas. «¡Pero si te has cortado el pelo para la ocasión!».
Después responderían a los whatssaps de unos y otros y cogerían el teléfono a sus familiares, orgullosos de haber participado en uno de los descubrimientos arqueológicos del año, pero antes de que se echaran encima el calor y los periodistas había tarea por hacer. «Nos quedan solo unos días para finalizar la campaña», explicaba Celestino, codirector de las excavaciones. Y saber que quizá bajo sus pies duermen los restos que le faltan a la 'moreneta', como han bautizado a la más oscura de las finas 'señoras' de piedra rescatadas entre escombros, despejaba cualquier legaña.
Al rato algunas integrantes del equipo comenzaron a vestir con mimo una mesa en la entrada del yacimiento. «Por favor, no entres ahora», pedían ante la puerta del antiguo barracón agrícola reconvertido en provisional laboratorio-despacho-almacén. No habían soltado prenda a nadie sobre ese «hallazgo inédito», ni a sus más cercanos. «Queremos mantener el misterio para que sea toda una sorpresa», justificaba Esther Rodríguez, la codirectora de las investigaciones, al salir poco después de la estancia con una bandeja tapada por una gran caja de cartón.
Y doy fe de que custodiaban con celo su secreto. En la media hora larga de trayecto en coche junto a Celestino, solo había logrado sonsacarle que no era ninguna 'mano de Irulegi', ninguna inscripción prerromana. El traslado de una segunda bandeja tapada venía a confirmar que había más de una pieza.
Una maravilla
Solo minutos antes de que llegara la representante del CSIC en Andalucía y Extremadura, Margarita Paneque, el director del Instituto de Arqueología de Mérida, Pedro Mateos, y el alcalde de Guareña, Abel González, Sebastián y Esther me invitaron a acercarme. Bajo promesa de no revelar antes de la hora indicada lo que iba a contemplar, me mostraron aún impresionados los cinco bustos. «Son una auténtica maravilla, no solamente por su factura y su estilazo, sino también por lo que significan«, decían mientras me hacían reparar en la trenza del guerrero o en esas arracadas, unos pendientes típicos tartésicos que llevan las dos divinidades femeninas.
Fue un visto y no visto antes de volver a cubrir las piezas hasta el momento señalado. Un escueto ensayo antes de la première que al poco se desarrolló con gran éxito. Mientras atendía a sus explicaciones, recordé a Howard Carter al asomarse a la tumba de Tutankamón, cuando también dijo haber visto «cosas maravillosas». En Badajoz, un siglo después, otro hallazgo arqueológico había suscitado la misma palabra de admiración y asombro.
![Los primeros rostros de Tarteso](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2023/04/19/_MG_4491-U71638016473zjo-624x350@abc.jpg)
En la comida del equipo después en Guareña, tras un brindis colectivo por las investigaciones en el yacimiento del Turuñuelo y ya liberados del secreto, los arqueólogos de 'Construyendo Tarteso' relataban entusiasmados cómo fueron desenterrando las piezas.
La primera la sacó uno de los peones, que sin saber qué era la apartó para que le echaran un ojo los especialistas. Fue Pedro Miguel quien al mirarla con más detenimiento mientras la bajaba al almacén vio un ojo en ella. «Le grité a Esther: «¡Que aquí hay un ojo! ¡Un ojo y una nariz!», relata el joven investigador a quien ya conocía por haber rescatado un enorme caldero de bronce.
Sebastián recordaba que en un primer momento confundieron uno de los fragmentos de pelo de una figura femenina con las fauces de un monstruo. En un edificio donde encontraron un sacrificio masivo de animales, nada parece imposible.
Cuando ya se apuraban las tartas de queso y los cafés, al fin de la jornada, dos señoras entradas en edad se acercaron hasta la mesa de los arqueólogos. «¡Enhorabuena a todos por vuestro trabajo!». Sus palabras, creo, son hoy las de todos.
De vuelta en el coche con el 'Bebé', como le llaman también a Zújar, Sebastián ralentizó la velocidad en un tramo. «¿Ves aquel montículo junto a aquella caseta?», me dijo enigmático. No solo en el Turuñuelo hay secretos aún por descubrir del final de Tarteso.
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