Lonely planet imaginario (I)
La piscina de La Moncloa
Comienza el 'Lonely Planet imaginario', un recorrido imaginario por las estancias más estrambóticas del verano

No son pocas las extravagancias, monstruosidades y eventos fantásticos que convierten el verano en una ficción y en ocasiones hasta en una infección. Si el año pasado di buena cuenta en estas páginas del bestiario nacional en tiempos de bañador —desde la Gorgona bolchevique ... hasta el Tigre de la telegenia—, esta vez toca un repaso a esos lugares insospechados a los que jamás tendremos acceso y que componen una ruta aventurera como pocas: los cuartos de baño en el Elíseo, el turismo de playa de la Puerta del Sol o las dunas ferroviarias de Extremadura.
La primera parada de este 'Lonely Planet' imaginario comienza en un paraje insospechado y, a día de hoy, sometido a un estrés climático, judicial y arterial como pocos. Se trata del Palacio de la Moncloa, un lugar que hace gala de los despropósitos de dinero público más célebres de toda la Eurozona. ¿Exactamente por qué? ¿Acaso por el jardín de bonsáis? ¡No! ¿Por la fuente de Guiomar, el búnker de Felipe González o la pista de tenis de Adolfo Suárez? Ninguna de las anteriores.
Un cuarto de baño blindado, un dispensador de gominolas, una plantación de aguacates y hasta un patio de Leones, no hay Palacio presidencial ni sede de Gobierno en el mundo que se haya resistido a los delirios, dispendios y despropósitos de los mandatarios y demás representantes del poder popular. En el caso de la Moncloa de Pedro Sánchez, exigen un mapa exhaustivo, un viaje directo a los entresijos de su arquitectura.
Poco después de que Sonsoles Zapatero, esposa del entonces presidente socialista José Luís Rodríguez Zapatero, hiciera aclimatar la piscina de Moncloa para ensanchar su capacidad pulmonar —era soprano y gustaba dar el Do de pecho—, la alberca quedó en ese extraño limbo al que van a parar las estancias inútiles, los animales de hule y los robots limpiadores. Pero llegaron Pedro Sánchez y Begoña Gómez a la Moncloa y le dieron un vuelco entero al asunto.
Luego de comprar un colchón viscoelástico con olor a Tutti Frutti y de cubrir todas las paredes con cristales reflectantes —¡espejito, espejito!—, la pareja hizo comprar hamacas nuevas, también un sistema de hidromasajes y un juego de cubiertos, vasos y platos de colores propicios para cuantas barbacoas, fiestas de solsticio, piscinadas ejecutivas se cruzaran por su cabeza. «Te invito a mi fiesta de tráfico de influencias». Se dejaban caer por allí directores de máster, empresarios de dudoso balance financiero, socorristas sin titulación y doctores honoris causa sin obra publicada.
Las investigaciones judiciales en contra de Begoña Gómez por vender títulos de postgraduados universitarios dentro de cajas de detergente acabaron con el parque acuático del palacio de gobierno. Ahí donde antes reinaban el bufé libre, el café para todos (los nuestros) y el confeti, emergen ahora jirones de papel de fotocopiadora pasados por una máquina cortadora y cientos de cajas de fósforos con las cuales fabricar suficiente humo para tapar Aravaca entera. ¡Con lo bien que se estaba con la máquina del fango! ¡Viene y se echa a perder la fiesta con manguera!
Al mal tiempo, cara dura. Si ya no es posible organizar tardes de piscina y mus con profesores, rectores, empresarios, conseguidores, jefes de márquetin o cualquier espécimen susceptible de ser convencido o seducido, y para no perder la costumbre del piscinazo, Pedro Sánchez nada los doscientos metros mariposa con la firme intención, ya no de tonificar su fuerza de gobierno, sino de pasar desapercibido por si llega una nueva citación judicial. También debido a su agudo olfato para escapar con vida, el socialista nadador ha decidido convertir su alberca en centro de apnea y, por qué no, en sede de la Houdini Pool Aravaca School.
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