Parsa Jafari: de las peligrosas 'raves' ilegales en Irán al templo del tecno en Madrid
El DJ residente de la discoteca Fabrik sueña con regresar a su país natal y pinchar de manera legal, no en la clandestinidad y jugándose la vida como lo hizo un tiempo, porque las leyes religiosas prohíben la música electrónica
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Nada más entrar en su pequeño estudio de Boadilla del Monte, Parsa Jafari (Teherán, 1997) enseña orgulloso su mesa de mezclas firmada por los mejores DJ's del mundo: Charlotte de Witte, Amelie Len, Carl Cox, Chris Liebing, Loco Dice, Luciano y, sobre todo, Richie Hawtin ... , su gran influencia. «Con 12 años, poco después de llegar a Madrid, descubrí en YouTube una sesión suya en la discoteca Amnesia de Ibiza. En Irán no podría haberlo visto, porque esos vídeos están censurados. Ese día empecé a soñar con pinchar en una fiesta y seguí el sueño de ese niño», comenta a ABC.
El DJ y productor iraní había llegado a España con sus padres y su hermana mayor cuando él tenía 10 años. Huían de la represión de Irán, donde los clubes y la música de baile están prohibidos desde que, en 1979, se produjo la Revolución Islámica y los ayatolás derrocaron al sah Mohammad Reza Pahleví. Antes del golpe había discotecas, las mujeres podían tomar el sol en bikini y en los restaurantes se podía brindar con champán, pero todo eso se acabó.
El régimen teocrático que impuso Jomeini frenó la modernización y las mujeres quedaron relegadas como ciudadanos de segunda. De un día para otro, se restringieron los derechos más básicos. A los ciudadanos se les prohibió vestirse como querían, celebrar fiestas y escuchar música. Las dos primeras veces que alguien fuera arrestado por beber alcohol era castigado con 80 latigazos; la tercera podía ser llevado a la horca. Por no hablar de las detenciones masivas y los asesinatos de opositores en los primeros diez años.
«Si mis padres no hubieran huido de Irán, yo no sería el DJ que soy hoy. Su decisión de traernos a España me ha permitido vivir en un país libre, expresarme con libertad y dedicarme a la música. En Irán, el arte no va a ningún lado, y es curioso, porque a pesar de la represión, hay mucha gente creativa dedicada al cine y a otras disciplinas. Muchos artistas podrían comerse el mundo, pero al estar allí sometidos, queman su talento. La prueba es que los que consiguen salir, triunfan», asegura Jafari, que desde hace siete años es uno de los pinchadiscos residentes en el templo de la música electrónica madrileña: Fabrik.
Mahsa Amini
Consciente de que la peor parte de esta represión se la llevan las mujeres, decidió titular su último trabajo 'Woman, Life, Freedom' (Dark Ground Records, 2024), una bacanal de dark tecno para «homenajear» a Mahsa Amini, la joven kurda arrestada y torturada hasta la muerte, en 2022, por no usar correctamente el velo. Aquel asesinato perpetrado por la policía de la moral dio rienda suelta a una oleada de protestas que se extendió por todo el país, con cientos de muertos y miles de detenidos, en el que se usó ese mismo eslogan de 'Mujer, vida, libertad'. «Es mi forma de decir que no me he olvidado de aquel grito y para que la gente sea consciente de que, en países como el mío, aunque aquí no se piense en ello porque se da por hecho, otras personas no puede escuchar música ni tomarse un vino en un bar», apunta el DJ, consciente del peligro que corren los creadores como él.
En julio de 2019, los dos integrantes de Confess, un grupo de metal iraní, fueron condenados a 14 años de prisión por «escribir música satánica» y se enfrentaron a la posibilidad de ser ejecutados «por blasfemia», pero pidieron asilo en Noruega y consiguieron escapar. Por su parte, una de las primeras cosas que hizo su compatriota Marjane Satrapi al ser distinguida con el último premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades fue acordarse de Toomaj Salehi, un rapero iraní condenado a muerte «por cantar a la libertad». La autora de la famosa novela gráfica 'Persépolis' declaró: «Él es la voz de Irán. En sus canciones habla de todos los pueblos y las clases sociales. Si le ejecutan a él, ejecutan a todos los jóvenes».
Por desgracia, Salehi no es una excepción. En los últimos meses se ha endurecido la represión contra los artistas críticos con la República islámica. La caricaturista Atena Farghadani fue condenada en junio a seis años de cárcel por pegar un cartel crítico en una calle de Teherán, después de que ya fuera apresada en 2014 por publicar una caricatura en Facebook. En mayo, el cineasta Mohammad Rasoulof tuvo que escapar del país tras ser condenado a ocho años de prisión, latigazos y la confiscación de sus propiedades por filmar películas como 'La vida de los demás', ganadora del Oso de Oro de Berlín de 2020, o 'Seed of the Sacred Fig Tree', sobre las protestas desatadas por la muerte de Amini. El Gobierno las considera ejemplos de «conspiración con la intención de cometer crímenes contra la seguridad del país».
«La prensa me llama activista y no lo soy. Tampoco soy político, pero como DJ ya puedo hablar de cómo viven los músicos y artistas iraníes. Conozco a muchos que no pueden trabajar ni siquiera fuera del país, porque no les conceden visados para viajar. Mucho talento se está yendo a la basura. Pinchadiscos como yo, por ejemplo, puesto que la música de baile está prohibida por las leyes religiosas. Creo que no hay ningún estilo tan ilegal como la música electrónica, solo quizá el rap, porque es contestatario. En realidad, lo que es ilegal en Irán es vivir», subraya.

Las 'raves' de la M-50
Jafari lo tuvo claro desde muy joven. Dos años después de llegar a Madrid, al ver que se había obsesionado con los vídeos de sesiones en YouTube, sus padres accedieron y le regalaron su primera mesa de mezclas. Con 13 años, se pasaba todo el día trasteando con los beats y las melodías e, incluso, fue un par de veces a discotecas 'light', pero no le gustaron, así que con 15 empezó a asistir a 'raves' ilegales e, inmediatamente después, a organizarlas él mismo. «La primera a la que fui la montaron en un descampado de Las Rozas. Yo conocía a gente mayor que iba y me acoplaba a ellos», reconoce.
A continuación, se anima con el recuerdo: «Con 16 años, las montábamos en un túnel que hay debajo de un puente de la M-50 a la salida de Boadilla. Alquilábamos un equipo por 300 o 400 euros y mis amigos, a veces, se ponían a vender cervezas. Yo me podía pasar diez horas pinchando… ¡Era increíble! Todavía se celebra alguna que otra allí». Al cumplir los 18 ya pinchaba en algunos clubes pequeños de Madrid y empezaba a hacerse un nombre, pero su padre le dio la peor noticia de su vida: tenía que volver a Irán para realizar el servicio militar de dos años.
«El golpe fue muy duro –recuerda–, pero era obligatorio. Si no cumples, te prohíben tener propiedades en Irán y yo no me lo podía permitir, puesto que parte de mi familia sigue allí. Me repugnaba la idea, no la entendía ni la aceptaba. Los primeros días me volví loco. No paraba de preguntarme: '¿Pero qué hago yo aquí?'. Mi segundo día en la mili me peleé con un compañero que me quiso obligar a rezar en la mezquita y me mandaron al calabozo. Cuando les dije que era ateo, ¡uf!, me dijeron que me podían matar por eso, que no lo volviera a decir porque me jugaba la vida. Para poder integrarme, a ningún compañero ni superior le conté que era DJ ni que vivía en Madrid. Decía que era de Teherán para que no me trataran como a un extranjero. Eso me ayudó».
Las 'raves' de Teherán
La única forma que encontró para dar rienda suelta a su pasión fue organizar 'raves' ilegales para sus amigos y conocidos, a pesar del riesgo que sabía que corría. Las primeras fueron en un chalet de su familia a las afueras de Teherán. Como si del túnel de la M-50 se tratara, aunque con mucho más cuidado, se juntaban chicos y chicas a beber y bailar, todo de forma «muy autodidacta» en aquel entorno hostil. Tras celebrar varias, se fue corriendo la voz y le empezó a llamar cada vez más gente para decirle que querían organizar sus propias fiestas ilegales y que él fuera el DJ. Crecieron tanto que en algunas se juntaron más de 400 personas.
«Sabíamos que nos jugábamos la vida, porque en Irán, por organizar fiestas en las que se mezcla el alcohol y el baile, te pueden aplicar la pena de muerte. Yo estaba acojonado, pero con 18 años era un cabeza loca. No pensaba mucho y tampoco se lo contaba a mi familia. Todo lo que aquí es legal, allí es delito. Hace dos años alguien organizó una de estas 'raves' y se infiltraron dos policías que detuvieron a todos. Un amigo mío asistió y estuvo en paradero desconocido durante una semana hasta que lo soltaron. Y los que la montaron aún tienen cargos pendientes con la Justicia. Es un tema muy delicado», explica.
—¿Algunos de los asistentes consumían drogas en esas fiestas?
—Sí. Y se podía ver a las chicas y los chicos bailando juntos y pasándoselo bien. Lo que hice fue trasladar esas fiestas de Madrid, con toda esa esencia que yo había vivido, a Teherán. Toda esa libertad y esa cultura de clubbing. Les hacía experimentar a los asistentes esa sensación de libertad que yo había tenido aquí en una pista de baile, sin importar la edad ni el color de piel, solo la música. Eso era lo importante.
—¿Nunca tuvo problemas?
—Sí. En una de las últimas se presentó un policía y le tuvimos que sobornar con 150 euros, que allí es mucho más dinero que aquí. En cuanto se fue, recogimos todo el equipo rápidamente y nos fuimos corriendo.
—¿Le gustaría pinchar legalmente algún día en Irán?
—¡Buah, es mi sueño! Piensa que más del sesenta por ciento de mis seguidores son iraníes. Mi sueño es pinchar allí para mi gente y mi familia. Si pudiera vivir en libertad en Irán, no estaría en España. Es un país maravilloso, con mucha cultura e historia, pero en las condiciones actuales no quiero.
—¿Llegará ese día?
—Tengo esperanza… Llegará.
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