La odisea de un español para escapar del festival Burning Man: «La mierda llegaba al techo»
Un asistente del célebre festival estadounidense relata a ABC cómo fue la jornada de caos por las lluvias torrenciales que dejaron a miles de personas atrapadas
La pesadilla embarrada del festival 'Burning Man': un muerto y 70.000 personas tratan de salir del desierto

«Del cero al diez, el nivel de caos fue de ocho. O de nueve». Así resume el fin de semana del festival Burning Man el melómano Jorge Posada, uno de los muchos españoles que han viajado este año a Nevada (Estados Unidos) ... para disfrutar de uno de los eventos musicales más famosos del planeta. Este joven madrileño reconoce que la organización fue todo lo eficaz que se pudo en unas condiciones extremas, pero aun así vivió una pequeña odisea que queda muy, muy lejos de las idílicas escenas instagrameables que allí busca buena parte del público.
Organizado inicialmente en una playa de San Francisco, el festival se celebra desde los años 90 en el desierto de Black Rock, una zona protegida del noroeste de Nevada que los organizadores se han comprometido a preservar. «Es cierto», asegura Posada. «No te permiten dejar ni un solo resto de basura. Ni siquiera puedes derramar agua en el suelo para no alterar nada, porque la zona se convierte en un lago después del verano». El evento atrae a unas 70.000 personas cada año y últimamente se había convertido en una suerte de meca de 'influencers', rivalizando con Coachella.
Pero este verano, un tremendo diluvio colapsó el recinto en su último fin de semana convirtiéndolo en un lodazal del que no se podía salir ni entrar, con consecuencias más o menos dramáticas dependiendo de lo bien o mal que se estuviera preparado para el reto 'survival'. Durante las horas de caos, un asistente de 40 años murió por causas que aún no han sido reveladas.
Comida y agua
Jorge y sus amigos llegaron en la jornada de apertura, el domingo 27 de agosto, y tenían previsto irse el pasado sábado 2 de septiembre. Pero a mediodía empezó a llover a lo bestia y en cuestión de minutos se creó un barrizal impracticable que hacía imposible salir de allí. «Nosotros estábamos durmiendo en tiendas, menos mal que nuestros vecinos nos acogieron en una autocaravana. No se podía ni ir a los baños. Los teníamos a trescientos metros, pero el barro te llegaba a la espinilla a cada paso que dabas. La gente se caía, y como los camiones que limpian los servicios no podían llegar, te puedes imaginar cómo estaba aquello. La mierda llegaba al techo».
Ante el desastroso panorama, la organización de Burning Man «hizo todo lo que pudo», asegura Jorge. «A través de su radio informaban de todo constantemente dando partes meteorológicos, y lanzaban recomendaciones diciendo que ahorráramos víveres y agua. Y aunque algunos se montaron sus fiestecillas en medio del caos, la mayoría de la gente fue muy responsable con la situación. Estoy seguro de que la cosa no fue peor porque los 'burners' son gente que va muy concienciada, y muy preparada para lo que pueda pasar. Casi todos tenían comida y agua potable de sobra para compartir. Nosotros habíamos llevado cincuenta litros de agua extra por si acaso, y también los compartimos con quien se acercara a pedir ayuda».
Sin cobertura
Dos semanas antes del arranque del festival, ya cayó una tromba de agua que retrasó el montaje. Pero lo que ocurrió el sábado desbordó todas las previsiones, nunca mejor dicho. «Hubo un momento en que por la radio nos pidieron a todos que mantuviésemos la calma, que no nos moviéramos de las caravanas, porque había habido gente que había intentado salir, se había quedado atrapada y nadie podía ir a rescatarles», cuenta Jorge. «Después directamente dijeron que quien estuviera pensando arriesgarse a intentarlo, desistiera porque habían cerrado todos los accesos. Avisaron de que el domingo también iba a llover muchísimo, así que nosotros ya pensamos que hasta el lunes o martes no íbamos a poder salir».
Durante las veinticuatro horas que estuvo atrapado, Jorge no se enteró del fallecimiento de un asistente. Pero en una de las veces que le echó valor para ir al baño, vio «un montón de ambulancias con las sirenas puestas y acompañadas por militares, no sé si Rangers o de la Guardia Nacional». La situación fue especialmente angustiosa porque allí, señala Jorge, no hay cobertura. «Sólo hay unas zonas wifi montadas por el festival, que se llenaron de gente tratando de conectarse para cambiar sus billetes de avión de vuelta a casa, como hicimos nosotros. Una pareja de nuestro grupo tenía a sus hijos en México, y lo pasaron mal intentando localizar a la niñera para decirle que tenía que estar con ellos unos días más. Un 'cristo'».

Al día siguiente, el domingo, hubo un par de horas que salió el sol y la radio del festival dijo que quien tuviera todoterreno, podía intentar irse. «Nosotros teníamos uno y vimos esa pequeña ventana de oportunidad», relata Jorge. «Recogimos las tiendas con todo el barro pegado, las metimos en el todoterreno, y así es como por fin pudimos marcharnos. Por el camino vimos muchos coches normales de los que llevan la caravana de remolque que se habían quedado atascados».
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Con todos los respetos para la persona fallecida, la parte divertida de todo aquello fue que Jorge y sus compañeros acabaron haciendo amigos en medio de la penuria e incluso se echaron unas risas cuando la radio del festival emitió sesiones de meditación para relajar al personal. «Cantaban oraciones para que dejara de llover y hasta ponían música temática sobre la lluvia, no sé cuántas veces sonó el 'It's raining men'».
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