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ABC Cultural

El mártir del rock

El día 8 se cumplen 30 años del asesinato del beatle. Vaya por él este recuerdo a título «pópstumo»

MANUEL DE LA FUENTE

Detrás de aquellas gafitas se escondían dos de los ojos que mejor supieron ver durante 40 años los ires y venires del hombre del siglo XX. Tuvo casi tanto de profeta como de poeta y supo poner a ritmo de pop y rock and roll las ideas y las cuitas, las ocupaciones y preocupaciones, de los jóvenes de los años 60, aquella década más o menos prodigiosa donde se cuestionó todo, donde todo se puso en solfa, donde todos los cimientos se removieron y los corazones se conmovieron.

Sí, claro, John Lennon fue uno de los fundadores de los Beatles, el grupo que convirtió la música pop en un fenómeno planetario, un fenómeno sin el que no se pueden explicar, y menos aún entender, los últimos cincuenta años de nuestra historia como seres humanos, contantes, sonantes y, sobre todo, cantantes.

Pero Lennon fue también un tipo con carácter. Y no siempre bueno. John siempre pareció el poli malo de los Fab Four de Liverpool. Él era la lengua de triple filo («Somos más famosos que Jesucristo»), la cara más rebelde, revoltosa y hasta revolucionaria (el FBI instruyó 250 documentos sobre sus andanzas) de la fenomenal banda. Parecía que fuera siempre un paso por delante y parecía, encima, que al final siempre era él quien tenía la penúltima e incluso la última palabra. No le hizo ascos a la experimentación (sonora, pero también alucinógena, esotérica en la India con el Maharishi Yogi), y por ser rompedor hasta rompió los Beatles con sus santos y pacifistas bemoles, aunque otros vieran la alargada sombra de Yoko Ono en el harakiri del grupo.

Pidió la paz entre las sábanas, tumbado sobre el tálamo de un hotel de Amsterdam acompañado por la señora Ono, y se comprometió con la causa de la paz y de las flores en sus canciones. Paradójicamente, apenas cumplidos los 40, hace ahora treinta años, el 8 de diciembre, a él la paz no le dio una oportunidad y murió abatido por los cuatro disparos de un colgao, Mark David Chapman, a las puertas del edificio Dakota, en Nueva York. El rock and roll ya tenía su mártir.

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