Klaus Mäkelä y la Orquesta del Concertgebouw proponen otra forma de decir
El jovencísimo director finlandés actuó en el ciclo Ibermúsica
Gustavo Dudamel y Mäkelä, protagonistas de la temporada 24/25 de Ibermúsica

Crítica de música
Ibermúsica
- Obras de Unsuk Chin, Richard Wagner, Richard Strauss, Henry Purcell, Benjamin Britten, John Dowland y Robert Schumann
- Intérpretes Janine Jansen, violín. Royal Concertgebouw Orchestra
- Director Klaus Mäkelä
- Lugar Auditorio Nacional de Música, Madrid
Entre los distintos significados del genio destaca el de la persona capaz de imaginar y ejecutar cosas admirables. Un ejemplo inmediato es el director de orquesta de origen finlandés Klaus Mäkelä cuyo prodigiosa capacidad está fuera de todo duda, incluso para aquellos que sienten ... cierto vértigo ante su rápido ascenso a la más aristocrática élite musical. Mäkelä fue titular de la Filarmónica de Oslo a los 22 años y luego sumó la Orquesta de París. Por delante le esperan como sustitutas la del Concertgebouw de Ámsterdam y la Sinfónica de Chicago de las que será titular desde 2027. La concentración de poder musical que esta posición supondrá, como gestor musical de dos agrupaciones de referencia en el mundo, es un hecho inaudito que ratifica a Mäkelä en su calidad de genio, en este caso vez dispuesto a codearse con los seres legendarios.
Klaus Mäkelä acaba de visitar el madrileño ciclo de Ibermúsica junto a la Orquesta del Concertgebouw, incluyendo en la gira actuaciones en Barcelona y Oviedo. Hacer el resumen es fácil pues de inmediato surge la sensación de excepcionalidad que ya se puso de manifiesto en las dos visitas que el director hizo al Festival de Granada tras su primera actuación española al frente de la Sinfónica de Galicia hace siete años. Ahora, el aliciente implica a una orquesta cuya capacidad técnica alcanza proporciones muy difíciles de igualar. La actuación de Mäkelä y la orquesta de Amsterdam es un hecho extraordinario, por lo que tiene de asociación técnica incontestable, sin duda uno de los acontecimientos indispensables de esta temporada. De ahí lo sorprendente de algunos pequeños claros en el aforo del auditorio. Merecería la pena analizar este detalle y otros en relación con la respuesta del público asistente, particularmente prudente en el transcurso de los conciertos y definitivamente entregado al final.
En este sentido, debe considerarse el principio de exquisitez emanado de los programas ya rodados antes de llegar a Madrid. El primero se presentaba 'vinculado a la idea del amor', el segundo apelando a la melancolía, como muy cuidadosamente describe Luis Gago en los programas de mano. El punto de partida fue 'Subito con Forza' de la coreana Unsuk Chin sobre la obertura 'Coriolano' de Beethoven, para avanzar a 'El idilio de Sigfrido' de Wagner y 'Una vida de héroe» de Strauss en la primera sesión. Colores, texturas, sutiles gradaciones y transiciones surgen en la primera obra colocada como carta de presentación y ejercicio instrumental. Chin es uno de los pilares de la composición actual y en su estilo se mezcla la formalidad occidental, el refinamiento sonoro y la sustancia desinhibida que en esta obra de sustrato beethoveniano alcanza un resultado brillante. Pero hay que avanzar hacia Wagner para encontrar otros matices, pues al margen de la perfección técnica e inmediata está la constatación de un 'hecho' sonoro minuciosamente trabado. La nutrida cuerda usada por Mäkelä, apoyada sobre cuatro contrabajos, dota a la obra de una densidad que estaba en la mente de Wagner cuando escribió esta declaración 'de cámara'. 'El idilio' en manos de Mäkelä significa penetrar en un mundo particularmente sutil, íntimo, que es un ámbito en el que se mueve muy a gusto y que en estos dos conciertos madrileñas alcanzó un punto culminante en la segunda sesión con el 'Concierto para violín' de Benjamin Britten. De momento, abordar la obra de Wagner con intención tan introspectiva, convertirla en un ejercicio de reflexión, significa idealizar su naturaleza hacia un límite no exento de filigrana. En el camino queda el ligero roce de la trompa, como anécdota de una interpretación que culminó llevando a la orquesta a un grado de concentración máximo y los apuntes pasionales acabaron a ser algo contemplativo.
Mäkelä y la Orquesta del Concertgebouw suman un potencial futuro apasionante. Por el momento, el director se sujeta a una visión estética idealista, más propia del 'arte puro' que del apoyo vehemente. En ese terreno, tiene sentido la respuesta cautelosa del público y el inmediato desarrollo del poema sinfónico de Strauss dicho con una pulcritud no exenta de calculada dulzura, moderando el punto de grandeza de la obra, quizá prefiriendo indagar en las virtudes musicales del protagonista que en la narración de sus hazañas. Strauss dedicó 'Una vida de héroe' a la Orquesta del Concertgebouw y a su director Willem Mengelberg en 1898. Sobre los atriles estaban las viejas partichelas usadas entonces con anotaciones del propio compositor. Aún así es evidente que Klaus Mäkelä y la Orquesta del Concertgebouw proponen otra forma de decir, digna de este tiempo, leve y exacto, según Italo Calvino.
Y aún el segundo programa pivotando alrededor del concierto de Britten por lo que tuvo de momento realmente milagroso. La extrema delicadeza sonora, el sentido definitivamente detallista encontró la complicidad de la violinista Janine Jansen. El gesto escénico llevó a Jansen a vestirse de negro, y a contenerse junto a la orquesta en un aliento que colocó la obra en un final infinito e impresionante. A Britten nunca le gustó el giro exhibicionista con el que se solía interpretar el concierto en los primeros años, hacia 1940, en América. Siempre prefirió que el virtuosismo de la obra (que lo tiene a raudales) estuviera al servicio de la elocuencia. Janine Jansen es una gran violinista por lo que tiene de seguridad y de obediencia al mensaje. Aquí, en este concierto, confeccionado a partir de una poderosa intrahistoria, se ha demostrado.
Porque con ella y con Mäkelä importa lo que se hace y, sobre todo, lo que se sugiere. No debe olvidarse la propia configuración del programa. Como prólogo del concierto de Britten, tan afín las formas barrocas y sus afectos, sonó la marcha de la 'Música para el funeral de la reina María', del mismo modo que 'Lacrimae Antiquae' de John Dowland dio paso a la segunda sinfonía de Schumann. Mäkelä, como buen ilustrado musical piensa en el carácter enigmático de esta partitura pero, lejos de proponer un acertijo, su versión es recta, coherente, apabullante en el 'scherzo' y definitiva en el 'alegro' final. Con este 'arrebato', el segundo programa con la Orquesta del Concertgebouw dio una paso más allá, elevando la presencia madrileña a cotas muy poco visitadas. El tercer entreacto de 'Rosamunde' de Schubert sirvió de propina, de despedida. Apenas fue un detalle.
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