LA HUELLA SONORA
'Oasis' para recordar quienes somos
De algún modo, el 'britpop' puso su semilla en el fin de la hegemonía de los 80, de la movida como dogma de fe y del poder absoluto de la industria oficial
Una mujer se hace un selfi ante una imagen de los hermanos Gallagher
A mediados de los 90 surgía en Inglaterra el 'britpop', un movimiento musical liderado por bandas como Oasis, Blur, Pulp, Suede o The Verve. Basaba su estilo en melodías pegajosas, guitarras en primer plano y en una evidente influencia de los Beatles ... y los Rolling Stones. Las letras se centraban en temas sociales cotidianas y contaban historias del día a día de cualquier inglés medio, lo que permitió que el fenómeno trascendiera lo musical para alcanzar lo cultural-generacional. De algún modo surgía como estilo de vida y como respuesta al 'grunge' norteamericano, pero también al sonido 'madchester' (Happy Mondays, The Stone Roses, James), que, a su vez, vino a terminar con la hegemonía de la generación anterior, casi toda natural de la misma ciudad: The Smiths, Joy Division, New Order, etcétera. E incluso del trip-hop de Bristol, con bandas como Massive Attack, Portishead, Morcheeba, Hooverphonic y otras. Ese es el árbol genealógico ascendente del pop inglés. El descendente nos llevaría a Coldplay, Travis, Keane, Franz Ferdinand, Arctic Monkeys, Kaiser Chiefs, etc. Y el del rock va por otro lado, que hoy no viene a cuento.
Aquel sonido promovía una sensación de optimismo y de celebración de la identidad británica e influyó decisivamente en la moda, en el arte y en la actitud de los jóvenes británicos ante la vida, incluso llegando a tener que ver tangencialmente con el fenómeno 'hooligan', aquella mezcla de desencanto obrero, orgullo nacional y alcohol. Pero no solo caló en ellos: los chavales del resto de Europa -España entre ellos- nos contagiamos de esa actitud, a medio camino entre lo peligroso y lo castizo, y nacieron bandas como Los Planetas, La Habitación Roja, Australian Blonde, Piratas y diría que incluso Buenas Noches, Rose, de algún modo germen de Pereza y, por lo tanto, de Leiva. Aquello fue el origen de la escena 'indie' española y cambió el pop español, que hasta entonces era algo naif, tontorrón y blandito, con bandas que nos gustaban mucho -Duncan Dhu, La Unión, Mecano, Los Secretos, etcétera-, pero que, más allá de lo musical, no trasladaban ningún ideal, ningún estilo de vida y muchísimo menos aquel espíritu provocador de los ingleses, lleno de chicos malos, pasotas e intelectualmente agresivos.
De algún modo, el 'britpop' puso su semilla en el fin de la hegemonía de los 80, de la movida como dogma de fe y del poder absoluto de la industria oficial: Warner, Sony, EMI, Universal y los 40 Principales. Por primera vez mi generación tenía cierto protagonismo, lo que, unido a la llegada de Aznar al poder, el 'boom' del ladrillo y el comienzo del ciclo económico milagroso dio lugar a la España bonita, la España feliz, aquel país maravilloso donde había trabajo, dinero, expectativas y, como consecuencia, muchas ganas de tocar las narices. Todo aquello terminó en 2004, con los atentados de Atocha, que no solo puso fin a un ciclo político sino también a uno social. Zapatero primero, la crisis de 2008 después y la llegada de las redes sociales a partir de 2009 acabaron con la alegría, el dinero y la esperanza para dejarnos esta sociedad-basura polarizada, enfrentada y semi analfabeta.
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Oasis vuelve a la carga tras quince años parados. Lo harán en Reino Unido y en Irlanda. No sabemos qué pasará después, pero esperemos que lo musical despierte de nuevo algo además de la nostalgia de aquellos chavales, hoy aburridos padres de familia que rellenamos impresos en lugar de copas. Y que la vuelta a la carga de Oasis sea la mecha que, de algún modo, nos recuerde cómo era el mundo cuando fuimos los mejores.