La discordia orquestal llega a Granada
Dos grandes directores veteranos, Eliahu Inbal y Riccardo Chailly, se presentan en el festival granadino
El Festival de Granada descorre el telón

El Festival de Granada mantiene las grandes líneas de programación decididas tras su inauguración, allá por 1952, con una presencia muy destacada de la danza, que se ubica en el imponente escenario del Generalife, y de los conciertos sinfónicos, actualmente presentados bajo el lema 'Conciertos de Palacio' y habitualmente celebrados en el patio circular del Palacio de Carlos V.
En la edición 2023 se anuncian siete programas que tienen como vértice a la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo y a la Nacional de España, con sus titulares, Gustavo Gimeno y David Afkham, quienes interpretarán las sinfonías 6 y 7 de Mahler, prologadas por dos obras de Tomás Marco, compositor residente en esta edición: la 'Mahleriana 1' o 'Angelus Novus' y la 'Mahleriana 4' o 'Ur-Nachtmusik' que, cuarenta años después de la primera, se estrenará el 9 de julio. Los de Luxemburgo aún defenderán en otro programa al compositor valenciano Francisco Coll, autor de la muy afamada 'Aqua Cinerea', y colaborarán con la pianista Yuja Wang.
La Orchestre des Champs-Elysées y Philippe Herreweghe defenderán a Mozart y Beethoven, y completando la relación aparece la Filarmónica della Scala y dos agrupaciones juveniles: la Orquesta Joven de Andalucía, dirigida por Víctor Pablo Pérez, en concierto junto a la soprano Angela Gheorghiu, y la Joven Orquesta Nacional de España (Jonde).
Jonde
Esta última y la orquesta de la Scala milanesa se han presentado en Granada en compañía de dos directores veteranos obligados en este mismo momento y por muy distintas circunstancias a convertirse en estrictos entrenadores. El primero de ellos, Elahu Inbal, ha trabajado estos días con la Jonde en el encuentro sinfónico organizado en Baeza, cuyo colofón era una gira por Andalucía incluyendo actuaciones en Jaén, Almería y Granada, además de la prevista en el Baezafest que se canceló debido a la lluvia.
Inbal ha sido el último eslabón de una cadena que ha permitido que los 93 músicos que forman la orquesta, entre los 18 y 28 años, prepararán el 'Preludio y muerte de amor' del 'Tristán' wagneriano y la Séptima sinfonía de Bruckner junto a profesores procedentes de distintas agrupaciones sinfónicas europeas y varios conservatorios superiores de música.
Inbal, a sus 87 años y con mil batallas musicales a su espalda, ha venido a domar una fiera musical, un poderoso reservorio de energía capaz de explosionar en versiones particularmente brillantes. Es admirable ver cómo la Jonde contagia su vitalidad, su sonido exorbitante y un fogosidad a prueba de fuego; del mismo modo que es sorprendente observar la manera en la que Inbal pone en ruta a este acorazado musical, lo que significa ordenar el discurso y dirigirlo hacia un destino fiable con la conciencia de estar todos logrando un mismo objetivo.
La efusión y lo grandioso es una manera muy particular de enfrentarse a un programa en el que se incluían algunas de las músicas más conmovedoras y reflexivas del siglo XIX. Siempre existe la posibilidad de imaginar versiones interpretativas llenas de sutileza, lecturas ante las que sea difícil no sentirse transportado a una dimensión sobrenatural, pero es mucho más infrecuente convertir todo ello en algo objetivamente evidente.
La Jonde e Inbal todavía tuvieron fuerzas para interpretar fuera de programa la obertura de 'La forza del destino' y llenar el Auditorio Manuel de Falla (aquí ya sin la más mínima concesión) con una teatralidad a flor de piel.
Riccardo Chailly
También Riccardo Chailly puede alardear de oficio y de experiencia tras ser titular de la Real Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam y la Gewandhaus de Leipzig, entre lo más reseñable. Su energía es en este caso un arma estrictamente necesaria mientras permanezca al frente de la Filarmonica della Scala, de la que decidió ser director en 2015, cuando asumió la responsabilidad del teatro milanés.
Si la Jonde es novata y generosa, la orquesta de la Scala es en este momento una agrupación trasnochada y adormecida; en la primera hay una inevitable bisoñez y en la otra una muy depurada astucia para el ahorro, con una muy dudosa calidad individual de sus miembros, notables desajustes en las secciones y una apatía general que Chailly disimula sonriente mientras levanta, una vez terminado el concierto, a los solistas principales y se funde en saludos con los primeros atriles de la cuerda. En este caso, la felicidad en el escenario y los aplausos desde la butacas no lograron una propina, que tampoco debía estar preparada y, que de estarlo, no habría aportado mucho más.
Chailly se presentaba por primera vez en el festival y habría merecido dejar otro recuerdo, aunque debe considerarse que la orquesta es, en este momento, producto de su trabajo y que la fama de «mítico conjunto de foso» con la que ha llegado al Carlos V se limita al hecho de ser cuerpo estable en el más célebre de los teatros líricos italianos, lo que únicamente garantiza un ascendente histórico que engarza con Barenboim, Muti, Abbado, Antonino Votto, Giulini, De Sabata o Toscanini. De este último, intransigente hasta la saciedad, se conservan numerosas anécdotas, y entre las más amables está aquella en que la finalizar una representación retó a un solista: «¡O usted, o yo!» Suena simpático porque decirlo hoy sería imposible.
Los tiempos han cambiado, la formas también, pero la Filarmonica della Scala, según suena y según se predispone sobre el escenario, obliga a invocar al insatisfecho Toscanini —el genio que vivía en un fastidio musical permanente—. La interpretación de dos partituras complejas por su carácter postrero como la Séptima sinfonía de Prokofiev y la Sexta de Chaikovski quedó en algo meramente nominal, en la falsa esperanza de un hallazgo que no llegó. A Chailly y a Inbal les ha quedado camino por desbrozar, aunque frente a la displicencia que soportó el primero, los recursos hipenergéticos que se ofrecieron al segundo fueran equiparables a estar en la gloria.
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