El 'Elvis Muerto', la muela de John Lennon y el fantasma de Jeff Buckley: el arte de hacer caja desde el más allá
El libro 'Royalties de ultratumba' explora cómo la industria exprime y monetiza los patrimonios de músicos y artistas muertos
El rock 'n' roll no muere, se convierte en avatar: nace el holograma de Elvis

La muerte, ya lo decía aquel, no es el final. Al contrario. Para muchos es el auténtico principio. El primer paso sobre ese camino de baldosas amarillas que es el estrellato postmortem. «Jeff Buckley y Tupac Shakur tenían muy poco en común en cuanto ... a la música que hacían, pero el número de lanzamientos póstumos de ambos artistas asciende a dos cifras. Han publicado mucha más música después de su muerte que en vida», leemos en 'Royalties de ultratumba' (Liburuak), libro con el que el periodista británico Eamonn Forde explora hasta qué punto el patrimonio de los finados del pop y el rock se ha convertido en la gran mina de oro de la industrial musical contemporáneo.
De fondo, el clinc clinc de las cajas registradoras, los ojos como platos con el símbolo del dólar serigrafiado y el fantasma panzudo de Elvis haciendo números y cuadrando la recaudación. Monetizando el duelo. Creando contenido desde el más allá. Y desde el más acá: ahí tenemos a Dolly Parton, diva previsora, haciendo acopio de grabaciones a capela para que sus herederos lo tengan francamente fácil. «Cuando ya no esté, podrán tomar mis canciones, sólo la pista de claqueta y mis voces, y crear arreglos completos en torno a eso. Cualquier estilo, cualquier cosa», explicó hace un par de años la autora de 'I Will Always Love You'. «Hay suficiente material para que mi música sea eterna, para hacer álbumes recopilatorios, para hacer cosas nuevas y originales», añadió.
¿Espeluznante? Casi tanto como esa gira holográfica que le han preparado a Elvis Presley, muerto y enterrado desde 1977. 'Elvis Evolution' lo llaman. Realidad virtual, inteligencia artificial y proyección holográfica para arrancar al rey del rock de la tumba y sacarlo de paseo por escenarios de Londres, Las Vegas, Tokio y Berlín. «Para las empresas de hologramas e IA, así como para los patrimonios que trabajan con ellas, se ha superado el primer obstáculo ético -escribe Forde-. Los artistas han resucitado de entre los muertos en forma holográfica y se los ha hecho salir de gira. Cuanto más ocurra esto, más remitirán las acusaciones de necrofilia cultural o 'esclavitud fantasmal'».

Forde, especializado en tecnología e industria musical y colaborador de publicaciones como 'The Guardian', 'Forbes' y 'The Times', entregó la versión original de libro en 2021, por lo que no pudo incluir momentos epifánicos y culturalmente ectoplásmicos como la 'resurrección' de los Beatles con 'Now And Then'. Nada grave, en realidad, porque 'Royalties de ultratumba' anda sobrado de ejemplos escandalosos, negocios tirando a turbios y artistas exprimidos mucho más allá de su vida útil. El ejemplo paradigmático, aún hoy, es Elvis Presley, marca comercial de dimensiones aún colosales y una de las celebridades muertas mejor pagadas de las últimas décadas, con permiso de Michael Jackson, Bob Marley y John Lennon. «Elvis no inventó el rock and roll ni los patrimonios musicales, pero los convirtió a ambos en supernovas», asegura Forde.
Otis Redding, de la tumba al 'top 10'
Y, en efecto, aunque el de Tupelo perfeccionó la técnica, casi todo empezó una década antes, cuando '(Sittin On) The Dock Of The Bay' se convirtió en 1968 en el primer single póstumo que encabezaba las listas de éxitos estadounidenses. Otis Redding, fallecido un año antes al estrellarse el avión en el que viajaba, marcaba el camino a seguir con ese silbido improvisado que acabó valiendo billones. «Ese verano, Atlantic recolectó once temas de las últimas sesiones de Redding y los publicó bajo el título de 'The Inmortal Otis Redding'. El álbum alcanzó el Top 10 y permaneció en listas durante seis meses. Todo esto presagiaba la actitud, a veces desesperada, de los sellos discográficos de escarbar los archivos, algo que se convertirá en elemento básico de los lanzamientos póstumos».
A partir de ahí, barra libre: muerte y resurrección de Elvis Presley; Graceland como Meca del Rock con grifería dorada; los conflictos testamentarios; las pugnas, casi siempre amargas y dolorosas, por los derechos de autor; el mercadeo de los derechos y los archivos; y la industria musical mutando rápidamente en explotación de aprovechamiento. Ya lo dijo el Coronel Parker, celoso guardián de la gallina de los huevos de oro: «Elvis no murió. Murió su cuerpo». Y como del gorrino, también de la estrella del rock se aprovechan hasta los andares. Es lo que Greil Marcus bautizó como el 'Elvis Muerto'.
Con esa idea en mente se ha construido todo un entramado económico destinado a mantener con vida a Jimi Hendrix, Kurt Cobain, Marc Bolan, Chris Cornell, Janis Joplin, Miles Davis, Prince, Michael Jackson y, en fin, casi cualquier artista fallecido con un poco tirón comercial. Llegado el caso, incluso se ha devuelto a la vida a músicos que en vida fueron poco más que una calamidad pero a los que la muerte ha dado una nueva oportunidad. Es el caso, por ejemplo, de Nick Drake, que pasó de la insignificancia en vida al culto militante y de ahí a cierta exuberancia comercial gracias a un anuncio para el descapotable Cabrio Volkswagen a finales de los noventa.
«Se abrió la veda para el uso sincronizado de la música de Drake en publicidad y películas. La bola de nieve no tardó en crecer», recuerda Forde. Lo gracioso del caso es que, en un principio, la canción que debía sonar en el anuncio era 'Under The Milky Way', de The Church. La de Nick Drake, de hecho, era la cuarta opción por detrás de los australianos, The Cure ('Lament') y Tones On Tail ('You, the Night and the Music)'. Por una vez, al cenizo de Warwickshire le sonreían los astros.
Por encima de su cadáver
Otro caso significativo, aunque para mal, es el de Jeff Buckley, diamante del rock que falleció ahogado en el río Mississippi en 1997 mientras trabajaba en lo que sería la continuación de 'Grace', su debut de 1994. Antes de su muerte, el cantante y compositor ya había desechado buena parte de las grabaciones que había realizado junto a Tom Verlaine (Television) para lo que sería 'My Sweetheart The Drunk', pero con el cadáver aún caliente, Sony informó a su madre, Mary Guibert, de que tenía intención de publicar aquellas cintas que Buckley había dicho más de una vez que «quería quemar». Fecha prevista, otoño de 1997, menos de medio año después de la muerte del californiano.

¿El problema? 'Grace' no había recaudado lo suficiente, así que la discográfica contaba con el tirón 'postmortem' para hacer caja. Escrúpulos, los justos. La banda de Jeff, claro, enloqueció. Y su madre, encargada de velar por su patrimonio, se enzarzó en una agria batalla legal que al final se tradujo en '(Sketches for) My Sweetheart the Drunk', doble disco que incluía las cintas de Verlaine y las maquetas originales de Buckley. Fue el primero de la veintena larga de álbumes recopilatorios o en directo que se publicaron tras su muerte. En vida, Buckley sólo llegó a lanzar dos EP en vivo y un LP.
«A medida que las grandes superestrellas del rock y el pop han ido muriendo, la gestión patrimonial se ha convertido en un gran negocio. Y los demandantes de ese negocio son múltiples. David Bowie, un hombre a la vanguardia en el cuidado de sus intereses financieros, bien podría haberse preparado a fondo, pero basta con mirar las batallas judiciales sobre quién debería beneficiarse del patrimonio de Prince, exacerbadas por el hecho de que él se fue sin testamento y sin tener hijos conocidos, para ver cómo un patrimonio mal administrado puede provocar el caos», relata Eamon.
El caso de Prince, claro, no es una excepción, y los enredos testamentarios afectan o han afectado a Aretha Franklin (múltiples testamentos contradictorios), Chris Cornell (su viuda y los miembros de Soundgarden aún siguen a la greña), Bob Marley (murió sin dejar testamento), Selena Quintanilla (su viudo y su padre entran y salen de los tribunales con frecuencia) o, más recientemente, al rapero XXXTentacion, que 'dejó' un testamento sin firma pero con un supuesto poder notarial para su madre. Al final, todo se reduce a los números y, sobre todo, a cifras de escándalo como esos asombrosos 825 millones de dólares que 'ingresó' Michael Jackson en 2016, siete años después de su muerte.
De la película al aeropuerto
«Los patrimonios de todo tipo están inevitablemente ligados a la muerte. La oscura ironía es que sólo pueden cobrar vida cuando alguien muere», señala Forde. La secuencia, relata el periodista británico, no es siempre la misma, pero raro es el caso que no combine dos o más de estas variables. A saber: la película biográfica; el documental; el musical; las fechas señaladas y lo aniversarios redondos; el sello y la moneda conmemorativa; el libro para niños; la serie de dibujos animados; los coleccionables; la estatua; nuevos vídeos (ahí está el Grammy al Mejor Vídeo Musical de 2023 para 'I'm Only Sleeping', canción de los Beatles… ¡de 1966!); el ballet; la novela gráfica; el instituto; la fundación; el sampleo, las versiones; las bandas tributo; y los anuncios.
¿La guinda? El aeropuerto. Nada mejor a la hora de crear marca y fijar un nombre en la memoria colectiva que un aeródromo bien situado. El John Lennon de Liverpool, el Ástor Piazzolla de Mar de Plata, el Antonio Carlos Jobim de Río de Janeiro o el Louis Armstrong de Nueva Orleans. Porque, mientras que los derechos son finitos, una marca registrada puede durar para siempre. «Ahora que todo el mundo quiere comprar cualquier cosa relacionada con los contenidos musicales, los derechos para monetizar el nombre y la imagen del artista se han convertido en productos muy atractivos por su propia cuenta», relata Forde.
Las subastas, otra fuente nada desdeñable de ingresos, también dejan, además de pingües beneficios, imágenes que bordean el surrealismo. ¿Un ejemplo? En 2011, un dentista canadiense compró una de las muelas de John Lennon por 19.500 libras, una inversión que en su cabeza venía acompañada por un detallado plan de negocio para clonar al Beatle a partir del ADN de la muela o, mejor aún, convertir el molar en pieza clave en futuras demandas de paternidad. «Hasta la fecha -informa Forde-, no se ha presentado ningún reclamo formal de ADN dental sobre la herencia del difunto Beatle».
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