EL JUKEBOX DE LA HISTORIA
Robert Johnson, como alma en pena
El legendario bluesman que se vendió al Diablo fue uno de los más grandes músicos populares de todos los tiempos
Nuestra gramola viaja esta semana hasta lo más profundo del Sur profundo norteamericano. Un territorio mítico y faulkneriano , donde las viejas banderas confederadas duermen vencidas sobre el polvo, donde los negros se ganaban la vida con lo que se terciaba, donde por las noches se oye el lamento de las alimañas y la ponzoñosa brisa del Delta revuelve la cabellera de Absalón.
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Ruido y furia que nos transportan hasta Clarksdale , en el cruce de la autopista 61 (la que mucho tiempo después revisitaría Dylan ) con la 49. Apuntan los historiadores que es la cuna del blues, y precisamente en ese cruce de caminos, en la plantación de Dockery, esta noche, mientras un viejo perro le ladra a la Luna, un joven negro está tocando su guitarra a la luz de las estrellas . Quiere ser el mejor. Lo ha querido desde que era un niño. Primero con la armónica, ahora con las seis cuerdas. Es pobre y vagabundea de aquí para allá tocando en garitos de mala vida y peor muerte, allá donde le dan un plato de estofado y un trago para aclararse el gaznate. Ni siquiera sabe quién es su verdadero padre. Pero esta noche es su noche. De pronto, entre las sombras, surge un hombre, también negro pero gigantesco. Coge la guitarra de nuestro joven amigo, al que ya es hora de presentar, se llama Robert Johnson . Con paciencia y maestría la afina hasta llegar a la perfección. Esa guitarra aúlla como una manada de coyotes, se lamenta como un coro de cientos de cimarrones, gime como las esclavas violadas de los algodonales. Hecho el trabajo, se la devuelve a Johnson. Nada de dinero por el servicio (bueno, Robert no lo tiene), el hombretón, al que Johnson empieza a verle el rabo y los cuernos , cobrará en especie: el alma del músico a cambio de convertirse en el mejor músico de blues de los tiempos pasados, presentes y futuros.
El elegido
En menos de un año, Johnson ya es ese bluesman elegido para cambiar la historia de la música popular. Y lo consiguió con apenas 29 canciones de su autoría. Pero con una técnica guitarrística revolucionaria, con una voz y unos falsetes que pondrían los pelos de punta al mismísimo Yul Brinner. También fue pionero en el uso de la guitarra slide , esa técnica que consiste en deslizar sobre las cuerdas un tubo metálico (tiempo atrás era un sencillo un cuello de botella, el bottleneck). Incluso sus letras obviaron lo típico y lo tópico del género bluesero por aquel entonces: Johnson canta a lo fugaz de las relaciones humanas, la vida de los vagabundos y las visiones terroríficas e irracionales, quién sabe si fruto de su nefanda relación con Lucifer. Se cuenta que era capaz de reproducir al instante y tras solo una escucha cualquier melodía que sonara por la radio. Se cuenta que muchos de los grandes del rock and roll lo tienen como maestro y que sus dedos se le aparecían en sueños a Eric Clapton Jimmy Page, Ry Cooder, Keith Richards, Muddy Waters y hasta a Dylan.
Aquel 16 de agosto de 1938 Robert Johnson estaba en un bareto de Greenwood en su estado natal de Mississippi. Tenía bolo. Pero no llegó al escenario. Una amante despechada lo envenenó allí mismo. Apenas tenía 27 años. Dicen que sus últimas palabras, escritas sobre una servilleta, fueron: «Ruego a mi Señor que venga para llevarme a la tumba». Fue enterrado en una anónima y miserable caja de pino. Quienes contemplaron sus últimos momentos de vida aseguraron después a los cronistas que se arrastraba a cuatro patas y echaba espuma por la boca. Quizá el Innombrable ya se había llevado su alma.
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