El último vals: canciones a las puertas de la muerte
Con «Tragas o escupes», Pau Donés se suma a los artistas que han dejado escrito y cantado su último adiós

Leonard Cohen desplomándose con su voz ajada y todas sus arrugas sobre «You Want It Darker» para anunciar que, a sus 82 años, estaba preparado para fundirse con el crepúsculo; David Bowie transformando su propia muerte en obra de ... arte, la performance definitiva, y exhibiendo por primera vez unas cicatrices que nadie había podido ver; Gregg Allman recuperando canciones de Bob Dylan y Tim Buckley para despedirse y decir que sí, que se iba; Glen Campbell grabando a toda prisa su «Adiós» para ganarle la partida al Alzheimer... Así como en los setenta florecían aquí y allá los llamados discos de divorcio y ajuste de cuentas, con «Blood On The Tracks» de Dylan y «Rumours» de Fleetwood Mac a la cabeza, y en los noventa la angustia adolescente campó a sus anchas por estudios de grabación y listas de ventas, en los últimos años ha ganado enteros una categoría que viene a recordarnos que el rock tampoco es inmune al paso del tiempo.
Hablamos, claro, de discos de muerte y enfermedad ; álbumes grabados a la sombra de la guadaña y mirando de reojo a la parca que, en muchos casos, ni sus propios autores sabrían si podrían llegar a terminar. Ahí están, por citar algunos casos cercanos, «Blackstar», de David Bowie; «You Want It Darker», de Leonard Cohen; «On A Distant Shore» de Leon Russell; «Soul Of A Woman», de Sharon Jones... Y ahí está, aún más cerca, «Tragas o escupes» , disco de Jarabe de Palo en el que Pau Donés , fallecido esta misma semana a los 53 años, dejó grabado un emotivo epitafio vestido de rock latino y versos de contagiosa vitalidad. El músico barcelonés, enfermo de cáncer desde 2015, sabía que el final estaba cerca y se volcó en grabar otro disco, el último ya, para despedirse de su hija Sara ( «Eso que tú mes das» ) y lanzar mensajes nada velados como los de «La vida es el momento» («Siento que la vida es el momento / Que no tengo mucho tiempo / Que aún me queda por hacer») o «Misteriosamente hoy» («Todo me parece bien /Me siento bien conmigo / Nada tengo por hacer / No tengo líos»).
A las puertas de la muerte, Donés sacó fuerzas de debajo de las piedras para terminar su carta de despedida. «Las sombras caen y me estoy quedando sin aliento / Mantenme en tu corazón por un tiempo», que cantaba el genial Warren Zevon en «Keep Me In Your Heart», despedida y cierre de ese «The Wind» que grabó en 2003 cuando le detectaron un cáncer terminal. Nunca antes, ni siquiera en manos de Dylan, «Knockin’ On Heaven’s Door» ha sonado tan arrebatada e imponente.
¿Otro ejemplo? Durante casi un año, el productor Daniel Rey vivió prácticamente pegado al teléfono esperando una llamada de Joey Ramone . El desgarbado y carismático cantante de los Ramones estaba preparando su debut en solitario al tiempo que lidiaba con un cáncer linfático , por lo que sólo quería grabar su voz cuando se encontraba bien. Al final, logró completar el disco, pero no llegaría a verlo publicado: para cuando «Don’t Worry About Me» salió a la venta en febrero de 2002, Joey llevaba nueve meses muerto. Tenía 49 años y su despedida, eufórica e inmejorable, consistió en electrocutar el «What A Wonderful World» de Louis Armstrong y sellar su pacto con la eternidad con una frase genuinamente ramoniana: «No te preocupes por mí».
Mozart, el pionero
En realidad, el fenómeno de las obras testamentarias no es precisamente nuevo: todo estaba ya inventado desde que Mozart, allá por el siglo XVIII, empezó a dar forma a su célebre «Réquiem» convencido de que tenía un pie en la tumba y de que aquello sería la banda sonora de su funeral, pero la acumulación en los últimos años de de discos grabados a las puertas del más allá invita a reevaluar las siempre complejas relaciones entre música y muerte. Porque, ya se sabe, la mitología del rock siempre se ha alimentado de mensajes cifrados, de supuestos códigos postmortem que adquirían pleno significado con el paso del tiempo. Aún hoy, por ejemplo, es imposible llevarse a las orejas «Closer», de Joy Division, sin encontrar un rastro de migajas que llega hasta el suicidio de Ian Curtis, cantante de la banda, apenas un mes después de que el disco llegase a las tiendas. O escuchar «In Utero», de Nirvana ; y «The Holy Bible», de Manic Street Preachers, sin encontrar todo tipo de mensajes premonitorios sobre trágicos desenlaces que nadie sabían aún que se producirían. ¿O acaso Lynyrd Skynyrd podían imaginar que, sólo tres días después de publicar «Street Survivors» , horrorosa portada de la banda envuelta en llamas incluida, tres de sus siete componentes morirían en un aparatoso accidente de avión?
Como recuerda el crítico de «The Guardian», Alexis Petridis , los epitafios involuntarios han formado parte de la guarnición del rock and roll desde que Eddie Cochran se estampó en su coche días antes de que «Three Steps To Heaven» llegase al número uno de las listas de ventas, pero la cosa cambia sustancialmente cuando es el músico quien decide cómo y cuándo se despide. El caso más sonado sigue siendo el de David Bowie y ese gran gesto final llamado «Blackstar»: publicado sólo dos días antes de su muerte, en enero de 2016, el último disco del británico fue una deslumbrante elegía, una coda visionaria con la que, más que anticipar lo que le acabaría haciendo el cáncer, dejó claro que sólo alguien como Bowie podía vivir y morir así. «Tengo drama, no puede ser robado», que cantaría en la profética e inquietante «Lazarus».
El círculo de la vida
Se le acercó, por concepto y por fechas, Leonard Cohen , quien cerró de forma magistral el círculo de la vida –la suya y también la de una manera de entender la canción de autor– con «You Want It Darker» , publicado dos meses antes de su muerte y con el que el canadiense dio cuenta de la serenidad con la que encaró sus últimos días. Junto con su hijo Adam consiguió registrar la manera más elegante de apagar la luz y reforzó la dignidad artística de una carrera a la que no tuvo más remedio que reengancharse por asuntillos pecuniarios. Sólo un año después, en 2017, llegaría « Soul of a Woman» , el disco póstumo que Sharon Jones, madrina de Amy Winehouse, dejó grabado para demostrar que el cáncer le podría quitar la vida, pero nunca la voz. De hecho, Jones abandonó el tratamiento para poder medirse con canciones como «Matter Of Time» o «Searching For A New Day» en plenas facultades. El resultado es un delicioso mano a mano entre la espiritualidad religiosa y el esplendor del soul más carnal, y un testamento que confirma, una vez más, que la muerte no es siempre el final.
Esto último lo sabía bien Freddie Mercury , quien se despidió de su público y del resto de miembros de Queen con los versos de «Mother Love». El cantante, portador del VIH desde 1987, ya dejó pistas de lo que intuía estaba a punto de pasarle en «Innuendo» , disco publicado en 1991, pocos meses antes de su muerte, pero fue la trágica «Mother Love», terminada en 1993 por Brian May y Roger Taylor y publicada en 1995 en «Made In Heaven» , la que contenía realmente las últimas palabras d Mercury. A saber: «Soy un hombre de mundo, dicen que soy fuerte / Pero mi corazón me pesa y la esperanza ha desaparecido». Eso sí, nada iguala el escalofrío de escuchar el disco que David Berman grabó bajo el nombre de Purple Mountains en 2019 y descubrir que canciones como «All My Happiness Is Gone» y «Darkness And Cold» eran realmente lo que parecían: una carta de suicidio relatada y musicada con pelos y señales; un salto al vacío que no dejaba lugar a dudas. Tanto es así que «Purple Mountains» apareció en julio y el 7 de agosto de ese mismo año Berman se quitó la vida. «Toda mi felicidad se ha ido» , cantaba sólo unas semanas antes.
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