El Primavera Sound y los ecos de la memoria
El festival abrió anoche su edición 2011 con un aperitivo en el Poble Espanyol marcado por las actuaciones de Comet Gain y Echo & The Bunnymen
El Primavera Sound y los ecos de la memoria
Antes de que la inmensidad del Fòrum le haga a uno maldecir la lentitud de la ciencia a la hora de desarrollar conceptos como el teletransporte o el desdoblamiento corporal, el Primavera Sound empezó anoche a calentar motores con un aperitivo de proporciones manejables y marcado histórico. Histórico porque, por lo menos durante unas horas, el Primavera volvió a ser una cita casi doméstica ubicada en el Poble Espanyol, escenario de las primeras ediciones; e histórico también porque sobre las tablas se habían citado nombres propios dispuestos a ofrecer su particular punto de vista sobre el devenir de la música de las últimas décadas.
El Primavera volvió a ser una cita casi doméstica ubicada en el Poble Espanyol
De hecho, la de ayer tenía que ser la noche de ilustres supervivientes de los ochenta invitados por el festival a desempolvar sus dos primeros trabajos, «Crocodriles» y «Heaven Up Here», pero el primer premio gordo de lo llevaron los británicos Comet Gain. Los de David Feck, francotiradores de una manera de entender las canciones en la que caben, bien apretujados y dándose empellones, el punk, el indie y el espíritu del pop británico C-86, aparecieron sobre el escenario cuando el sol aún castigaba el Poble Espanyol y firmaron una actuación tan deliciosamente destartalada como intensa y rabiosa. No dejaron pasar la oportunidad de presentar alguna de las canciones de su nuevo trabajo, «Howl Of The Lonely Crowd», pero los picos de intensidad y emoción llegaron con piezas como «Love Without Lies», «Hard Times», «Footstompers» o la magnífica «You Can Hide Your Love Forever».
La vía científica
Acto seguido aparecieron sobre el escenario Echo & The Bunnymen y, al lado de la bullanga combativa y festiva de Comet Gain, los de Ian McCulloch optaron por la vía científica: la de diseccionar sus discos como si las tablas fuesen un inmeso laboratorio. El sonido, en efecto, fue impecable, y la voz de McCulloch, fumador compulsivo delante y detrás del micrófono, sigue siendo un auténtico espectáculo, pero el ritmo duró lo que tardaron en presentar «Crocodriles» -mención especial para «All That Jazz»- y empezaron a invocar los fantasmas de U2 y The Doors enredándose en los múltiples pliegues de «Heaven Up Here». En cierto modo, podría decirse que les sobró rigor histórico y les faltó un poco de, ejém, alma.
Fuera del escenario, este retorno sentimental al Poble Espanyol supuso también el regreso de otro viejo fantasma: el de las colas. A media tarde la fila de profesionales en busca de acreditación era más que notable y para cuando Caribou se disponían a cerrar la noche con su ejercicio de orfebrería modernista, la cola a las puertas del recinto se perdía por la avenida Marqués de Comillas.
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