«La palabra «retirada» no existe en mi vida ni en mi vocabulario»
Renata Scotto entra risueña vestida de negro. Lleva una chaqueta roja sobre el brazo, «es por si la foto es en color», dice con profesionalidad, mientras se sitúa en el llamado «camerino real» del teatro de la Maestranza donde está ensayando su próxima ópera «Elektra», de Richard Strauss que se estrena mañana.

SEVILLA. Renata Scotto es una de las grandes divas de la ópera que actualmente quedan en los escenarios del «bel canto», y es que «cantantes hay muchas y divas, con cuentagotas», como decía el genial Caruso.
Estuvo en Sevilla por última vez en el año 1991, mientras su amigo Alfredo Kraus cantaba «Rigoletto» en el Maestranza. Ahora, Renata Scotto prepara el papel de Klytämnestra de «Elektra» que se estrena mañana en este teatro. «Yo debuté muy joven, demasiado. Tenía sólo 18 años e hice el papel de Violeta de «La Traviata». Entonces no lo sabía, estaba encantada, pero debutar con esa edad fue una locura increíble para mi voz, si hubiera sabido lo que hoy sé, hubiese estrangulado a mi profesor. Yo cantaba y cantaba sin parar. Era feliz, pero a los dos años de debutar, conocí a Alfredo Kraus, él me escuchó y me dijo: «cantas sin técnica y tu voz está en peligro, mañana vienes conmigo que te voy a presentar a una persona, y me llevó a conocer a la profesora Mercedes Llopart»».
Seis meses sin cantar
Durante seis meses Renata Scotto dejó de cantar y se dedicó sólo a estudiar y a aprender técnica vocal. «Aquello fue como la aparición de San Antonio, un milagro. De no haber hecho esto a los tres años habría perdido la voz. Alfredo Kraus fue mi gran salvador y se convirtió en un hermano para mí».
Confiesa la cantante que además de Kraus y Llopart, en su carrera ha sido fundamental su esposo. «Mi marido era violinista de la Scala y allí fue donde le conocí. El venía conmigo a las clases con Llopart, escuchaba y estudiábamos juntos. El sacrificó su carrera por la mía y yo se lo agradezco enormemente porque me ha permitido hacer una carrera de cincuenta años en el teatro».
Para Renata Scotto lo importante al iniciar una carrera en la ópera no es sólo comprender lo que se puede hacer con la voz, sino también qué papeles puedes cantar. «A mí al principio me dijeron que era mezzo-soprano, pero luego he sido soprano, y canté muchísimos años como soprano lírico ligera. Ahora canto otros papeles».
Aprendió sus papeles con eminentes maestros, «en «La Sonnambula» Antonino Votto me enseñó mi papel, y cuando debuté en la Scala con «La Bohéme», también me enseñó Mimi. Luego, Gavazzeni me derivó hacia un repertorio más verdiano y un poco más dramático. Mi gran sueño era llegar a ese repertorio dramático: Donizetii, Bellini, Verdi..., no, primero Verdi, por supuesto». De Puccini Renata Scotto ha cantado todas sus obras, menos «La fanciulla del West», es una ópera muy dura para mi voz».
A pesar de llevar casi toda la vida en los teatros, nunca a Renata Scotto se le había pasado por la cabeza el repertorio alemán, pese a ser muy aficionada al «lead». «No sabía alemán y siempre había pensado que para cantar este tipo de óperas había que ser especialista hasta que un día me dije, bueno, si los cantantes alemanes cantan a Verdi, por qué no puedo cantar yo a Strauss».
La oportunidad le vino de la mano de Spiros Argiris quien hace unos once años la llamó para proponerle hacer el papel de «Mariscala» de «El caballero de la Rosa». «Cuando me lo dijo inmediatamente contesté: no. Y, él me dijo: «si, e basta», y me puse a trabajar. Soy muy testaruda así que estuve un año entero preparando el papel, fui a Viena tomé un profesor de alemán e hice el papel». Esta producción del teatro de Catania recibió el premio de la Crítica y Renata Scotto el premio a la Mejor Intérprete.
Argiris no se quedó tan sólo en el repertorio alemán, sino también introdujo a la soprano en en el difícil mundo de la música dodecafónica de autores como Arnold Schoenberg.
Tras haber estrenado el papel de Klytaemnestra de «Elektra» en la ópera de Baltymore en el 2000, lo interpretará a partir de mañana en el teatro de la Maestranza. «Es fascinante, sobre todo la parte recitativa. Yo me considero una cantante que actúa y una actriz que canta, y este papel necesita presencia en escena, y me va muy bien porque tiene personalidad». En él hay algunas notas muy bajas para su tesitura vocal, «pero la madurez me las ha brindado..., en la vida todo llega».
«¿Retirada?, nunca»
Está tan inmersa en su mundo teatral que confiesa sin rubor que no ha pensado en la retirada. «La palabra «retiro» no existe en mi vida ni en mi vocabulario. Siempre estaré ligada al teatro, de una forma o de otra, pero sin abandonarlo». Es directora de escena, habiendo realizado un gran número de funciones de la ópera «Tosca» y de «Madama Butterfly» entre otras. «Sí, si me encantaría dirigir una ópera aquí en el teatro de la Maestranza».
Tiene también una vocación como maestra que ahora está interrumpida, dado que su escuela de canto, establecida en Ligure está cerrada por falta de «sponsorización». «Ahora intento conseguirlo en Estados Unidos porque es importantísimo enseñar a los jóvenes, es algo que me encanta». Está preocupada por las nuevas generaciones de cantantes, «sobre todo porque los directores musicales no suelen preocuparse mucho por la fragilidad de un instrumento como la voz. Esto es un problema muy grande en el mundo actual de la ópera, que los directores son más sinfónicos que operísticos». Aún reconociendo que los cantantes deben cuidar mucho su físico y su aspecto, «tampoco estoy conforme con que se prime el aspecto físico por encima de una voz maravillosa. El cantante de ópera es un ser casi antinatural, pero lo primero es la voz». Confiesa ser inmensamente feliz en su vida personal, «me dicen que soy una prima donna, pero yo ahora lo que me considero es una «prima nonna», porque tengo un marvilloso nieto de ocho meses. Es mi mejor regalo», confiesa orgullosa.
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