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«Es bonito ayudar a que la gente recupere lo más vivo de sí misma»

Con el cabello y el bigote ya canos y con aspecto del profesor universitario que ha sido siempre, el cantante y compositor Adolfo Celdrán ha querido regresar a un mundo, el discográfico, que abandonó allá por 1977, cuando comenzó a declinar en España la estrella de los cantautores. Su vuelta se produce con «Jarmizaer, Jarmizaer» (Ceyba Music), que contiene once creaciones propias y tres poemas musicados de Federico García Lorca («Preciosa y el aire») y Antonio Machado («Pegasos» y «Abril florecía»), que interpreta a ritmo de tanguillo, balada, jota, bulería, reggae o samba. Le acompañan, en esta renovada andadura, dos de sus viejos colaboradores, Gaspar Payá y Germán Torregrosa. Este miércoles subirá al escenario de la sala Clamores, en Madrid, en una velada en la que tomarán parte muchos de sus amigos y compañeros de aquellos tiempos como Luis Pastor, Quintín Cabrera o Moncho Alpuente.

Ha recurrido para el título del disco a una palabra, Jarmizaer, que le vino en sueños y que, al despertar, no quiso abandonar al olvido y sí darle morada en unos versos, luego convertidos en canción. Para él es «el resumen de todo, cuando lo lírico se convierte en épico». Es un nombre propio con sabor femenino, que oculta infinidad de elementos.

«Jarmizaer tiene que ver con el tercer mundo, con determinados derechos conculcados, con la lucha de los pueblos y de las mujeres por sus libertades», afirma De hecho, algunos versos de la líder feminista Meena, asesinada por su defensa de la dignidad de la mujer afgana, introducen la canción bandera del disco: «Si apagas de un soplo las velas de mis ojos,/ si congelas cualquier beso en mis labios.../ si levantas mil muros...,/ lucharé».

Celdrán, que fue una de las figuras más destacadas de la canción de autor en nuestro país en los instantes finales del franquismo y primeros años de la democracia, recuerda que hubo un momento en que los miembros de su generación pasaron de actuar en multitudinarios recitales, ante miles de espectadores, a no tener apenas actuaciones. «Quizá acabamos pagando el precio de aquel exceso», explica. Y rememora que «en aquella época nos acabó pasando como a Miguel Hernández, que siendo un poeta lírico, las circunstancias históricas lo obligaron a ser épico, de una combatividad extrema». «A muchos de nosotros nos pasó algo similar. Cuando hay que hacer la transición a la democracia se nos utiliza. Facilitamos, ayudamos, pusimos nuestro granito de arena a ese tránsito hermoso, pacífico y positivo. Después, continuamos haciendo nuestras canciones intimistas de siempre, pero ya a la gente no le interesaba. Yo diría que la situación política fue culpable de que nos convirtiéramos en ímpetu más que en nosotros mismos».

Cuando se vio obligado a abandonar los escenarios, Adolfo Celdrán sintió que se rompía algo muy poderoso en su interior. «Una gran parte de mi sensibilidad y de mi capacidad de comunicarme con la gente las cubría cantando, transmitiendo sensaciones y recibiendo las que el público me devolvía. Al romperse aquello, queda una parte de mi emotividad cortada».

Lo mismo debió pasarle al desaparecido Ovidi Montllor, «una persona afectiva, entrañable, vital, fuerte, sensible y tierna», del que guarda un cariñoso recuerdo. «Siempre he tenido la duda de si a Ovidi lo mató el mono de cantar, esa inmensa energía que tenía y que no podía expresar, esa necesidad absoluta de vomitar todo aquello que creaba, esas emociones frenadas por las circunstancias».

Del tiempo pasado, no guarda ningún resentimiento. «Prefiero pensar en términos positivos, en que fue una situación hermosa de la que yo fui activo protagonista». Ahora, «con las fuerzas y energías suficientes como para salir al ruedo otra vez», quiere recuperar todo aquello que experimentaba cuando subía a los escenarios. Sobre todo, «la posibilidad de transmitir afectividad, sensaciones, ternura o desconsuelo». «Es bonito ayudar a que la gente recupere lo más vivo de sí misma, algo que la cotidianidad le impide hacer o le roba».

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