Obituario
Adiós a José Lucas, pintor de fieras, anfitrión de poetas
El artista sufrió una caída hace unos días que le provocó problemas respiratorios graves «que no ha podido superar», ha informado el Ayuntamiento de Cieza (Murcia)
![José Lucas, junto a una de sus obras](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2023/10/24/pintor-k4OH-U60483237765bEF-758x531@abc.jpg)
Se ha ido en Madrid un pirómano de la convención, un díscolo de la evidencia. Su nombre, José Lucas Ruiz. Tenía 77 años, pero ya tiene la edad fija de los que aquí quedan, para siempre, porque la eternidad nos lo ha devuelto. ... Era pintor de bestias surreales y de poetas veracísimos, que incluían a Aleixandre, Alberti o Guillén, a los que retrató bajo la mano maestra que Lucas tenía para la línea del dibujo, y una mirada de órbita almada. Ha sido mago y testigo y agitador del arte español de las últimas seis décadas, y en todo lo suyo recrece la felicidad desbridada del color, el ademán volcánico de la fiereza, la atadura del trazo con el albedrío. Eso, y su personalidad desperezada, bullente, encendida, y conversacional.
Más allá de adscripciones al informalismo de los 70, por ejemplo, que releyó y ensanchó, José Lucas sostuvo una voz propia, una efervescencia desvelada, una obra que era un lenguaje, y una indagación de ese mismo lenguaje insomne. Hizo itinerario de solitario, en la pintura, pero era de la galaxia de los escribidores líricos, porque tenía formación ahondada en la lectura de los clásicos, porque tuteaba a los mejores contemporáneos del verso, y porque los pintores siempre le aburrieron.
Lucas ha muerto, en lunes, tras un accidente a pie de obra, días atrás, mientras faenaba en la restauración de los murales altos de su autoría que daban cielos de imaginación a tantos frontales de la Estación de Chamartín, en Madrid. Enseguida, el accidente levantó complicaciones respiratorias, y no hubo remedio. Los títulos de sus series, o murales, dicen su parentesco arterial con la literatura: ‘Retablo de la lujuria’, ‘Minotauro’, o ‘Arquitectura del humo’. También arrimó el talento a aventuras escultóricas, como ‘Carroza Marte’, o ‘Viento y luna’. Los que en los años ochenta vinimos, ilusionadamente, a la conquista del Madrid literario, dábamos enseguida con José Lucas, que bendecía vínculos y entornaba inclemencias, porque era un anfitrión único de la amistad de los escritores cimeros del momento, empezando o acabando por los poetas, que eran su debilidad y su podio y su mandamiento.
Estaba cada tarde en el Gijón, como un ángel de Cieza, como un toreador de Madrid, como un pícaro con alma que igual encendía la cháchara con un recién llegado de provincia que con Manolito Aleixandre, o Manolo Vicent, que estaban en la primera mesa de ventanal, según entras a la derecha, entre figurones del teatro y campeones de la judicatura. El Café lo conocía yo por las lecturas anticipatorias de Umbral, pero el Café me lo hizo certeza y hábito y recreo José Lucas, que ajetreaba varias tertulias a la vez, bajo la doble provocación de su ingenio a contracorriente y sus zapatos rojos. A él le debo la inauguración de una familia literaria, en Madrid, empezando o acabando por su hijo, el poeta Antonio Lucas, y algún rato de techo nocturno, en su estudio de Conde de Xiquena, para el vagabundo de dieciocho años que yo era antaño. Insistía, en una ‘boutade’ muy suya, que no quería ser recordado sino olvidado. En eso no vamos a darle la razón. Ni hoy ni nunca.
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