Una aristócrata española en la tumba de Tutankamón

El Archivo Histórico de la Nobleza conserva fotografías del viaje a Egipto de María González de Quintanilla, que conoció a lord Carnarvon y a Howard Carter y entró en la cámara funeraria del faraón en febrero de 1923

El gran secreto sobre el descubrimiento de la tumba de Tutankamon que se ocultó un siglo

María González de Quintanilla en GIza, en 1923 Archivo HIstórico de la Nobleza/Ministerio de Cultura

La fotografía sorprendió a los investigadores del Archivo Histórico de la Nobleza que revisaban el legado de los marqueses de Mendigorría y Torrelaguna en 2022. ¿Era Howard Carter quien aparecía entre aquellas imágenes de un viaje a Egipto de esta familia nobiliaria? ... Apenas faltaba un mes para el centenario del descubrimiento de la tumba de Tutankamón y aquel singular hallazgo no parecía una casualidad. «A veces parece que los documentos en Nobleza tienen vida propia porque aparecen y se dan a conocer en momentos concretos, como para autorreivindicarse», bromea Arancha Lafuente, directora de esta institución de titularidad estatal con sede en el Hospital Tavera de Toledo.

No cabía duda de que las fotografías habían sido tomadas durante las famosas excavaciones del egiptólogo británico en el Valle de los Reyes. Su inconfundible figura acompañaba el traslado de un busto del faraón niño y en otras dos imágenes se distinguía la entrada de la tumba y a dos trabajadores egipcios que transportaban, sobre una parihuela y sujeta con unas telas, una arqueta de madera que hoy se conserva en el Museo de El Cairo.

Junto a estas fotografías se hallaban otras de María González de Quintanilla y su hija Julia en Egipto. La esposa de Luis Esteban y Fernández del Pozo, marqués de Torrelaguna desde 1952, se fotografió sobre un dromedario en Giza, ante la Esfinge y las pirámides. También posó con la joven Julia ante antiguos templos tebanos o a bordo de una faluca en el Nilo. Existía además otra documentación de aquel viaje de 1923, como un menú firmado de una cena en sociedad en el Hotel Semiramis de El Cairo o unos cartuchos con su nombre en escritura jeroglífica y su detallada explicación por carta.

«A mi abuela, que era una señora guapísima, muy inteligente y muy culta, le encantaba viajar y tuvo la suerte de conocer a mucha gente interesante», recuerda Rafael Fernández de Córdoba, el actual marqués de Torrelaguna y Mendigorría. Mexicana de raíces hispanas y española por matrimonio, María González de Quintanilla vivió gran parte de su vida en París. Según su descendiente, fue amiga y dama de honor de la infanta Eulalia de Borbón, como revela su numerosa correspondencia en común que se conserva en el Archivo de la Nobleza, y en la capital francesa organizó multitud de salones sociales y literarios. «Conoció mucho a D'Annunzio, de quien tenía libros dedicados, y por su casa, en la rue du Général Langlois, en el 16e arrondissement, pasó, por ejemplo, Rubén Darío o Eduardo Dato», relata su nieto, que destaca su sentido del humor y su simpatía.

Excavaciones en la tumba de Tutankamón Fotografías del legado de Mendigorría y Torrelaguna tomadas en el yacimiento del Valle de los Reyes en 1923 Archivo de la Nobleza/Ministerio de Cultura

Para el marqués no fue ninguna sorpresa el hallazgo de las fotografías de Egipto. Su abuela pasó varios inviernos en El Cairo y trabó amistad con la sultana Melek y otros miembros de la realeza y la alta sociedad egipcia, que viajaba con frecuencia a París. Además, de niño, Rafael Fernández de Córdoba escuchó muchas veces de sus labios aquella visita de 1923 a la tumba de Tutankamón, apenas tres meses después del hallazgo.

«Mi abuela conoció a lord Carnarvon en Inglaterra, en casa de lord y lady Blackett, antes de la Primera Guerra Mundial y creo que a Carter posteriormente en El Cairo. Tomó el té con ellos una vez, cuando lord Carnarvon estaba a punto de abandonar antes del descubrimiento, y contaba que veía que el pobre Carter se quedaba sin tumba», relata. Fernández de Córdoba sospecha que fue en una recepción de la alta sociedad en casa de madame Cattaui donde invitaron a su abuela a conocer la sepultura del faraón niño de la que todo el mundo hablaba.

Su descubrimiento el 4 de noviembre de 1922, dado a conocer en vísperas de la Navidad de ese mismo año, desató un gran interés. «La tumba parecía un imán», escribió Carter en su diario. Los visitantes llegaban en burro, carro y en coche de caballos y se apostaban sobre un muro esperando a que saliera algún objeto del pasadizo subterráneo. El egiptólogo confesó en sus notas que a veces temían que la pared cediera y un montón de visitantes se precipitara dentro de la tumba.

Tras la puerta sellada

A mediados de febrero, terminados los trabajos en la antecámara donde Carter vio «cosas maravillosas», llegó el momento de desvelar el misterio que se ocultaba tras la puerta sellada. El viernes 17 fue el día señalado para la apertura oficial. Tras los arqueólogos, lord Carnarvon, su hija lady Evelyn y una veintena de invitados accedieron por primera vez a la cámara funeraria de Tutankamón y a la pequeña habitación que contenía los mayores tesoros. «Era curioso contemplar sus caras cuando uno por uno salían por la puerta. Cada rostro tenía una mirada aturdida, de asombro en los ojos y todos ellos al salir levantaban las manos, un gesto inconsciente que reflejaba su impotencia para describir con palabras las maravillas que habían visto», describió Carter.

También 'madame de Esteban', como era conocida González de Quintanilla antes de convertirse en marquesa, quedó fascinada cuando entró en la cámara unos días después. «Ella contaba que se había quedado boquiabierta», recuerda su nieto. Aunque, según el marqués, «hubo personas que le aconsejaron: 'No bajes, María'» a ella «le trajo sin cuidado». «Aslan Cattaui entró con ella y Carter les acompañó hasta la puerta», relata. Su madre, que por entonces era una adolescente, prefirió esperar fuera, quizá temerosa de esa famosa maldición que ya corría de boca en boca.

A juicio de Fernández de Córdoba, su abuela debió de ser una de las primeras mujeres que se adentró en la tumba, tras lady Evelyn y la reina de Bélgica. Isabel Gabriela de Baviera, a quien le apasionaba la egiptología, visitó el lugar al día siguiente de la apertura oficial de la cámara funeraria, junto a su hijo, el futuro Leopoldo III. También lord y lady Allenby estuvieron presentes, «junto con cierto número de otros visitantes distinguidos», escribió Carter.

Una semana más tarde, los arqueólogos cerraron la tumba y la volvieron a enterrar hasta la siguiente campaña de excavaciones, así que en esos días previos debió de conocer el lugar la pareja española, a juzgar por el testimonio de su descendiente y las fotografías halladas en el Archivo de la Nobleza. La egiptóloga Alba Mª Villar ha comprobado que las imágenes son auténticas. Ha localizado fotografías muy similares en el Instituto Griffith de Londres, realizadas en esos mismos momentos, aunque desde otros tiros de cámara. «Las nuestras tienen distintos ángulos», señala Villar aludiendo, por ejemplo, a la capturada durante el traslado del busto del faraón bajo la atenta mirada de Carter. A su juicio, no hay duda de que María González de Quintanilla «estuvo allí en esos días, seguro».

Con los Cattaui

«Hay tres fotos de la tumba de Tutankamón y varias de su viaje, en el que estuvieron acompañadas por la familia Cattaui, una de las más influyentes en la historia contemporánea de Egipto», explica. Un hijo de Joseph Aslan Cattaui, que fue pachá y ministro egipcio, posa junto a ellas en una faluca sobre el Nilo. Entre la documentación también figura una carta en francés de Adolphe Cattaui, que fue secretario general de la Real Sociedad Geográfica de Egipto. En su escrito, el egiptólogo adjunta una representación y explicaciones de cómo se escribirían los nombres de María, Lia (Julia) y Esteban con jeroglifos.

«Había una 'Tutmanía' absoluta, la alta sociedad europea y americana estaba fascinada», comenta la investigadora. Los trenes a Luxor viajaban completos y los hoteles de la antigua Tebas se llenaron de visitantes deslumbrados por las magníficas piezas que los arqueólogos sacaban de la tumba. Entre las personalidades que acudieron a las excavaciones de moda del momento estuvo esta dama de la nobleza española. Del tiempo que pasó en Egipto conservó como recuerdo en París durante el resto de su vida «un escarabeo y algunas figuritas (¿ushebtis?) que le regalaron», según recuerda su nieto.

Recuerdos del viaje Madame Esteban y su hija en una faluca en el Nilo y ante un templo tebano y detalle de la carta enviada por Adolphe Cattaui con sus nombres en escritura jeroglífica y sus explicaciones Archivo Histórico de la Nobleza/Ministerio de Cultura

Alba Villar dio a conocer las fotografías y los documentos de María González de Quintanilla en un congreso internacional de egiptología celebrado en la Universidad de La Laguna (Tenerife) y en una conferencia en el Archivo de la Nobleza el pasado 4 de noviembre, en el aniversario del célebre descubrimiento. La egiptóloga cree que estos materiales son «un abrir de boca», que podría haber más fotografías y escritos ya que aún queda documentación por revisar en el voluminoso legado que se conserva en el Hospital Tavera. «Imagínate si hay cartas de lord Carnarvon», comenta con indisimulado entusiasmo.

Rafael Fernández de Córdoba no lo descarta. Y no solo lo cree posible en el Archivo de la Nobleza. Aún está pendiente la entrega en Toledo de una parte del archivo familiar que conserva. «Habría que mirar porque tenía muchas notas, cartas, recuerdos...», dice.

El marqués relata con añoranza alguna de las divertidas anécdotas que contaba su abuela, a la que describe como una persona muy inquieta y curiosa, que hablaba con fluidez en francés, inglés y alemán, además de en español. 'La perla de México', como asegura que llamaban a María González de Quintanilla por su belleza, «tuvo una vida fascinante». Conoció gran parte del mundo, se relacionó con importantes personalidades de su época y, casualidades o no de la vida, fue testigo del más famoso hallazgo arqueológico del siglo XX.

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Sobre el autor Mónica Arrizabalaga

Redactora especializada en arqueología y patrimonio. Autora de 'España, la historia imaginada' (Espasa) y coautora, junto con Federico Ayala, de 'La Gaceta olvidada' (Libros.com).

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