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Esta noche viene Pedro
«Había en el teatro más murmullos de los normales, y un retraso acumulado en el comienzo de la obra que no era necesario, ni habitual»
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Viene Urtasun, búscalo en google

Si escuchas, como yo, a alguien a tu lado que dice 'Esta noche viene Pedro', así dicho, sólo con el nombre ¡qué impresión te da! Aunque no se me crea, eso me pasó, nada más sentarme y colocar el sombrero con cuidado sobre la rodilla. ¿ ... Que viene Pedro? ¡Leches! Como si fuera el lobo.
Pedro despierta un laberinto de pasiones. Si hasta yo tengo que andar con cuidado por miedo a que me reconozcan, cómo tendrá que apañárselas él para cuidarse las espaldas cuando sale a la calle. A veces uno quisiera vivir entre tinieblas. Por eso, y por contener mi mala educación, me quito el sombrero dentro del teatro. En el patio de butacas me convierto en uno más, aunque siempre sea Marlowe, el columnista.
Ese día yo estaba aseado, limpito, afeitado y sereno, y no me importaba que se notase. A veces hay que ser persona, aunque sea por disimular, que uno no vive atado a la columna como un Ecce Homo. Pero había en el teatro más murmullos de los normales, y un retraso acumulado en el comienzo de la obra que no era necesario, ni habitual. A estas alturas ya sabéis que yo soy lo que un detective privado debe ser: un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo del chisme. Algo pasaba la otra noche. ¿Cómo me podría enterar? Miradas furtivas, discretos giros de cuello, susurros al oído. Yo es que estaba al borde de un ataque de nervios.
Era la segunda función de 'Ink', un espectáculo del griego Dimitris Papaioannou, 'Papanu' para los amigos tartajas. Un gozo esto del Festival de Otoño, el último con Alberto Conejero al frente. El año próximo le va a sustituir Pilar de Yzaguirre, un valor al alza a sus 87 años, que debe de ser como Modric en el Madrid… Pero me estoy dispersando.
Al poco rato ya lo averigüé, lo del retraso y los murmullos. El porqué. Pero los responsables del festival y de los Teatros del Canal ya lo sabían, por supuesto, que esa noche venía Pedro. Volvía Pedro, que ya nos ha contado que lleva unas semanas trabajando duro y sin mucho tiempo libre por la albañilería, venga a poner otro ladrillo en el muro contra los fachas.
Sería por esto que Pedro llegaba tarde. Ahí estaba yo sentado en medio del público, y a pesar de los diez minutos de retraso seguía sin alzarse el telón. De pronto, el sonido de unos tacones lejanos. Pedro. Pelazo rufo, más tieso que un Oscar y con el rostro apurado. Tomó asiento en la fila de los VIP (Varón Incapaz de Pagar), que se decía antes en los ambientes. Los invitados institucionales (Pedro, adónde vamos a parar) que pueden acudir tarde al teatro, que por más manifiestos escorados a la izquierda que firmen siempre tienen los asientos más centrados.
¿Le estaban esperando? ¿Como a Godot? No hacía falta llevar sombrero para saber que sí. Pedro Almodóvar bien puede detener el tiempo. Él es el pin de la cultura española, todo el mundo quiere pinchárselo. Pero llegar tarde es de señoro. Debería aprender de Yolanda, que siempre acude puntual, con la melena esculpida, a los estrenos. Y últimamente va a muchos, como que busca el cariño de las gentes buenas de la cultura. De hecho, va a más estrenos que Pedro, el otro Pedro, el que tiene el poder… de parar el tiempo. ¡Cómo no se van a liar sus ministros con los lustros!
Esa noche vino Pedro. Doy fe. Y fue verle entrar, llegar a la butaca y poner sus reales (o más bien republicanas) nalgas en el asiento y entonces ya dieron la orden de apagar las luces y se alzó el telón, como si nada.
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