El último otoño de Nick Drake, el cantante más triste del mundo
El escritor Miguel Ángel Oeste recupera en 'Perro negro' la figura del malogrado cantautor y lo convierte en hilo conductor de su nueva novela
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Con solo 26 años, demasiado pronto para todo, incluso para pedir tanda en el infausto Club de los 27, Nick Drake (1948) se dejó la vida en un frasco de Amitriptyline y el alma en tres discos de belleza desolada. Cantor exquisito, estrella distante y autor de los espectrales y desesperados, cada uno a su manera, 'Five Leaves Left' (1969), 'Bryter Layter' (1970) y 'Pink Moon' (1972), el británico reaparece ahora, fantasmal y vaporoso, en 'Perro negro' (Tusquets), libro con el que Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1973) novela (nótese el verbo) la vida del cantante más triste del mundo. «Es un libro de vampiros sin vampiro; una novela de fantasmas sin fantasma», desliza Oeste, responsable de ese sobrecogedor escalofrío literario que fue 'Vengo de ese miedo'.
En realidad, el escritor malagueño llevaba años dándole vueltas a este libro -existe una versión embrionaria y primeriza de la misma titulada 'Far Leys', nombre de la mansión familiar de los Drake en Tanworth-in-Arden-, pero ha sido ahora, inspirado quizá por el espíritu y la letra de 'Time Has Told Me' («el tiempo me lo ha dicho / eres un hallazgo raro, raro / una cura problemática / para una mente preocupada»), cuando la fascinación por el autor de 'River Man' ha cristalizado en una novela que va más allá del anecdotario biográfico. Un narración que coloca a Drake frente al espejo de los tiempos que corren y dibuja su onda expansiva a partir de dos personajes ficticios: Janet Stone, una periodista cercana al músico y que lo entrevistó por última vez; y Richard West, un actor que prepara una película sobre el malogrado cantautor británico.
«La personalidad de Nick Drake es muy escurridiza. Hay tantas lagunas sobre él que a mí me da pie a fabular y escribir una ficción que mezcla personajes inventados y personajes reales», apunta Oeste. En el horizonte, la gran incógnita de qué ocurrió para que el autor de 'Northern Sky' se viniese abajo «en el momento en el que lo tenía todo para triunfar». Y junto a 'Perro negro', tres libros que han ayudado al malagueño a encontrar el tono y el equilibrio: 'Drácula', de Bram Stoker; 'El gran Gatsby', de F. Scott Fitzgerald; y 'Jardines de Kensington', de Rodrigo Fresán. «Yo trabajo con unos hechos reales y otros los voy deformando y los voy construyendo en torno a una ficción», ilustra Oeste, para quien la memoria no deja ser otra forma más de imaginación, de deformación.
Melancolía y depresión
Elefante en la habitación de su propia ansiedad y de esa depresión crónica que se fue filtrando gota a gota en un cancionero hecho de susurros y desvelos, Drake es aquí, apunta Oeste, el 'macguffin' que empuja la narración a través de grandes temas como el amor, la muerte prematura, los ídolos caídos (y vueltos a levantar), la pervivencia del arte y la mitología de los sesenta. También, de ahí el título de la novela, de la depresión que se lo tragó; de esa tristeza oceánica que se acabó transformando en el perro negro al que le cantaba en 'Black Eyed Dog'. «Churchill llamaba a su depresión, a su melancolía, 'perro negro', pero es que también Robert Johnson, cuya discografía Nick Drake escuchó mucho, hace un montón de alusiones en sus canciones a 'perro negro'», explica el escritor.
Celebrado tras su muerte y aupado al podio de los artistas de culto, héroes románticos a los que las cosas sólo fueron bien cuando empezaron a criar malvas, Nick Drake tuvo en vida una suerte tirando a pésima: vendió poco, le tocó lidiar con la generación más talentosa de cantautores, Bob Dylan, Van Morrison, Paul Simon y Leonard Cohen a la cabeza, y su timidez crónica le incapacitó para el directo.
Las drogas, omnipresentes, no ayudaron. Tampoco que muchos confundieran depresión con hipersensibilidad. Así que el más otoñal de los cantautores tocó fondo. Y siguió cavando: más drogas, conducta errática, los Conciertos de Brandeburgo de Bach en el tocadiscos y 'El mito de Sísifo' de Camus como lectura recreacional. «Se dejó ir», resume Oeste. En 1971 graba 'Pink Moon', 28 minutos de minimalismo sobrecogedor, y deja el master en el felpudo de su discográfica. Ni se molesta en timbrar. Regresa a casa de sus padres y poco después, el 25 de noviembre de 1974, se deja ir de verdad. Atracón de antidepresivos y sobredosis. Y se acabó. Quedan sus discos, su leyenda truncada y esa voz etérea y desasosegante, como de cristal fundido y mercurio congelado. «Es una figura atemporal, alguien imperecedero que va a pervivir ahora y dentro de mil años», sentencia Oeste.
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