Theodor Kallifatides, un griego en Suecia que no olvida a los nazis: «Yo no invento historias, yo tengo historias»
El escritor publica en España 'Campesinos y señores' (Galaxia), la primera parte de su trilogía sobre los convulsos años cuarenta en Grecia, la obra con la que conoció el éxito
Theodor Kallifatides: «Ninguna guerra soluciona más problemas de los que crea»
Theodor Kallifatides (1938) camina por Estocolmo enfundado en un abrigo gris, una bufanda multicolor y un gorro negro que descarta para las fotos: el frío no puede con la elegancia, tampoco la edad. Tiene los ojos tan azules que parece que el mar se ... adivina en su mirada, del Mediterráneo al Báltico, las dos orillas de su vida, aunque más al fondo, allá en la pupila, el hombre guarda el miedo y el dolor de una infancia marcada por la ocupación nazi de Grecia y una juventud agitada y sin suerte que terminó con su salida a Suecia en 1964. También conserva, claro, la memoria feliz de los días largos, su carrera fallida de actor, sus tiempos de extremo izquierdo en el Panathinaikos, las gestas de Puskás, el cine de Bergman, los primeros poemas que le rechazaron («luego gané un certamen nacional con los mismos versos») y la novela que tardó diecisiete años en escribir. «Es una vida larga, sí», dice él, con una voz suave, como de cuento antes de la siesta. «Vengo de un país que ha pasado por todo lo imaginable: guerras, dictaduras, opresiones, ocupaciones, emigración, desempleo, pobreza, pobreza extrema. ¿Por qué iba inventarme una historia? Yo no invento historias, yo tengo historias». Pues empecemos.
Estamos en 1956 y Theo está en sus dieciocho. Acaba de terminar sus estudios y aún no sabe qué hacer con su futuro. No tiene trabajo, vive en Atenas, y esta tarde está deambulando por ahí. De pronto empieza a llover… «Corrí a refugiarme en un cine, y mientras estaba allí esperando a que escapara, vi este libro en mi cabeza. Todo. Los personajes, las descripciones, los lugares. Simplemente lo vi, y me prometí que algún día lo escribiría». Y entonces… «Entonces no pude escribirlo porque entré en la escuela de teatro, me convertí en actor, pero no me gustaba, no era lo mío. Me mudé a Suecia, debuté en la literatura, conocí a mi mujer, tuvimos a nuestro primer hijo y nos fuimos a la isla de Gotland. Y allí, bajo un árbol, recordé esta historia y empecé a escribir el libro, con el niño correteando por ahí, con cara de qué estará haciendo este. Fue un verano milagroso. No podía parar de escribir. Trabajaba día y noche, sin descanso. Trabajaba tanto que mi mujer llamó al médico y le dijo: "mi marido se está volviendo loco". Así que me recetaron unas pastillas para dormir… Cuatro semanas después había terminado. Fue un milagro. Fue como si el libro me hubiera arrollado. Yo simplemente me dejé llevar por la corriente».
Aquel libro se tituló 'Campesinos y señores', se publicó en 1973 y fue un éxito dentro y fuera de Suecia. Vendió más de doscientos mil ejemplares. «Nunca supe por qué funcionó tan bien –bromea el autor–. Pero los libros siempre encuentran su camino». Ahora Galaxia ha decidido traducir este título, el primero de una trilogía en la que Kallifatides, que ha encontrado en España una segunda vida para su obra, narra el devenir de un pequeño pueblo del Peloponeso (Yalós en la novela, Molaoi en los mapas) desde la ocupación nazi, en 1941, hasta el final de la guerra civil griega, en 1949.
'Campesinos y señores' viene a ser casi una crónica histórica, un relato coral donde el humor es una sociología y una crítica: está el alcalde colaboracionista, el cura heterodoxo, las prostitutas que revolucionan el pueblo («lo trágico es que no sabíamos lo trágica que era su vida, yo mismo tardé mucho en comprenderlo»), el maestro izquierdista… Pero a la risa cotidiana de los pequeños roces, de la costumbre, Kallifatides le añade una violencia seca. Y aquí viene la segunda historia, que no será la última: «Cuando los alemanes llegaron al pueblo, la primera persona a la que arrestaron fue mi padre. Él era el maestro del pueblo. Y por supuesto lo acusaron de ser comunista, aunque no lo era, solo era de izquierdas. Yo tenía entonces tres años. Recuerdo que se lo llevaron, lo metieron en el sótano y lo golpearon toda la noche. Tengo un recuerdo muy claro de verlo allí cubierto de sangre, derrotado. Había ido a llevarle la comida que le había preparado mi madre… Cuando escribí esto mi madre me dijo: esto no puede ser verdad, tenías tres años, nadie te envió allí. Pero yo lo recuerdo, aunque sé que es imposible. La memoria también inventa, es un fenómeno interesante».
«Mi generación experimentó mucho miedo. No sabías quién te iba a matar. Si los alemanes, los izquierdistas, los derechistas…»
Luego dirá: «Hace casi sesenta años que no vivo allí, pero aún lo recuerdo con muchos detalles, con la misma mezcla de alegría y miedo. Mi generación experimentó mucho miedo. No sabías quién te iba a matar. Si los alemanes, los izquierdistas, los derechistas… Todos podían matarte». Y también: «Mi familia pagó el precio. Mi hermano mayor fue condenado a muerte dos veces, y se libró por suerte. Tuvo una vida muy difícil. Pasó años sin dormir. Cada vez que se acostaba no podía dejar de oír los gritos de los partisanos. A mi otro hermano los fascistas lo apalizaron cuando tenía doce años. Le rompieron todos los huesos del cuerpo».
En el prólogo, el escritor confiesa que la distancia geográfica y temporal templó su mirada, que la despojó de prejuicios y orgullos nacionales. «Pero al mismo tiempo estoy seguro de que también habría escrito este libro en Grecia si me hubiera quedado allí, aunque no sería igual, por supuesto. Me fui de Grecia como resultado de la pobreza, el desempleo y toda esa situación triste. Pero la verdad es que también estaba muy enfadado. Yo era una buena persona. Sacaba buenas notas, estudiaba mucho, hablaba inglés en una época en la que casi nadie dominaba el idioma, pero no pude entrar en la universidad por razones políticas. Y estaba en paro. Sentía que era muy injusto. No dejaba de preguntarme: ¿por qué a mí? Y todavía me siento así [deja un silencio]. Mi padre, que también era inmigrante, me dijo una cosa antes de irme que tuvo que ser muy difícil para él, muy difícil. Me dijo: hijo, en tu país no hay un lugar para ti».
Y el relato sigue, del siglo XX a la actualidad: «Esta una parte importante de la historia europea… Una cosa que me atormenta es que la humanidad vivió la Segunda Guerra Mundial, que le costó la vida a sesenta millones de personas. Y todo el mundo decía: estamos haciendo esto para salvar la democracia y la paz. Y ganamos esa guerra. Bien. ¿Qué ocurrió después? En España estaba Franco, en Portugal estaba Salazar, en Grecia tomaron el poder los que habían colaborado con los nazis. Nada había cambiado. Nada excepto el amo. De pronto teníamos un nuevo amo. Eso era todo… Si yo, que he vivido esta época, no digo estas cosas, ¿quién las va a decir? Las nuevas generaciones no conocen de primera mano lo que ocurrió. Y este es uno de mis principales propósitos ahora mismo, trabajar por la paz. Repetir sin cesar que la idea de resolver cualquier problema a través de la guerra es una idea errónea, que nunca ha funcionado. Una vez me preguntaron: ¿pero tú qué harías si te van a matar? Bueno, yo prefiero morir a matar. No podría vivir siendo un asesino. [Otra pausa, pero más breve]. Todo el mundo está loco. Todo el mundo parece querer caminar de nuevo hacia una nueva gran guerra… La idea de la guerra y la idea de la justicia social son las que me hacen seguir escribiendo, porque tengo claro que una sociedad injusta, tarde o temprano, explotará».
—¿Pero sigue escribiendo libros?
—No novelas. Siento que no tengo la fuerza para escribir una novela de trescientas páginas, al menos no de momento. Pero escribo escribo artículos sobre estas cosas. Y escribo cuentos. Hace poco publiqué una pequeña historia sobre Lorca, sobre cómo Lorca entró en mi vida. ¿Quieres oír la historia?
—Claro.
—Bueno, yo estaba enamorado y…
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