Redescubriendo a Quiroga

Páginas de Espuma publica un libro que recoge la correspondencia, personal y profesional, del escritor uruguayo, además de su diario de viaje a París

ABC

PATRICIA GARDEU

Rioplatense: Natural de Uruguay, amante de Argentina. Precursor, pionero. Contradictorio. Necesitaba el esfuerzo físico para dibujar palabras. Sensibilidad poética.

Luchador; lejos de abandonarse a sus desgracias (las muertes bruscas siempre rondaron por su entorno), las enfrentaba. Sueños de nobleza, desertor de bohemias. Amó Buenos Aires, odió París. Y consecuente hasta el final: Obsesionado con ser dueño de su vida, no dejó a la enfermedad cerrar su último acto y se suicidó antes de que el cáncer que le habían detectado decidiera por él.

Horacio Quiroga hizo de él mismo un personaje, se construyó. Hechizado por Edgar Allan Poe y Rudyard Kipling, amante de la literatura rusa, y maestro del cuento latinoamericano. Rompió fronteras y rehizo la prosa. Ahora, la editorial Páginas de Espuma acaba de publicar «Quiroga íntimo (Correspondencia. Diario de viaje a París)» , a cargo de la profesora de la Universidad de Granada, Erika Martínez, y que está teniendo una gran acogida en Latinoamérica.

Todo empezó, cuenta la profesora, un día en el que mientras se documentaba para impartir la asignatura de «Narrativa hispanoamericana del siglo XX», llegaron a sus manos fragmentos de unas cartas de Quiroga. Así empezó una especie de obsesión: «Quiroga, en sus propias cartas y en su diario, se construye. Pero también rompe muchos de los mitos que hay alrededor de él».

Civilización y barbarie

«Quiroga no soportaba a los que consideraban que escribir era sólo ocio»

El libro está estructurado en dos partes. La primera es su correspondencia, que se divide en cartas amistosas y cartas profesionales. «Éstas últimas recogen las primeras reflexiones que se hicieron sobre la profesionalización literaria; Quiroga no soportaba a los que consideraban que escribir era sólo ocio», explica Martínez.

Por su parte, el «Diario de viaje a París» recoge las impresiones y desilusiones de un escritor que no encontró en la capital francesa lo que buscaba: «Le decepcionó profundamente, él no estaba hecho para la bohemia parisina», anota la autora, y añade: «Sin embargo, recoge flashes de lo que Quiroga será, del escritor en que se convertirá; además de ser el impulso para sus radicales cambios de vida».

Después de París, Quiroga se trasladó a la selva, hizo expediciones por Misiones, cultivó campos de algodón en el Chaco argentino... De ahí que uno de los temas recurrentes en su obra sea el contraste entre civilización y barbarie. «Recreaba la selva -explica Martínez-, pero no como un espacio bucólico, sino civilizándola y llevando hasta ella su coche; así como cuando se trasladaba a Buenos Aires llevaba hasta la ciudad sus animales». No sólo eso, uno de los episodios que cuenta el libro, y que reflejan el carácter del escritor, es que Quiroga mandaba traer pieles de serpientes a la ciudad para forrar sus libros , de modo que meter la mano en su biblioteca «fuese como introducirla en la propia selva».

Esta edición recoge también sus encuentros con escritores de la época, su lado más picante en las cartas juveniles en las que contaba a sus amigos sus historias de cama, sus anhelos siempre frustrados de ser un dandy que viviese de las rentas, su pasión por el deporte -especialmente por el ciclismo-, su lado más cronista, o el más melancólico en las cartas que escribió cuando ya no quería escribir, y otras peculiaridades de un escritor que rompió las fronteras de Latinoamérica para transformar la prosa, para crear.

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