La odisea de morir (y vivir) como palestino bajo la ocupación israelí
El trágico accidente de tráfico de un autobús escolar le sirve a Nathan Thrall para relatar más de medio siglo de ocupación israelí en 'Un día en la vida de Abed Salama', premio Pulitzer de 2024
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El día que Nathan Thrall supo que había ganado el premio Pulitzer, él estaba en Berlín y su familia dormía plácidamente en Jerusalén, por lo que no pudo compartir con sus hijas y su mujer la alegría del momento. «Intente hacer ... sonar cualquier dispositivo de la casa capaz de emitir algún ruido, pero no hubo manera», recuerda. Sí que logró hablar, en cambio, con Abed Salama, protagonista involuntario del libro con el que el periodista estadounidense acababa de llegar a lo más alto del podio en la categoría de no ficción. «Has inmortalizado a mi hijo», le dijo Abed. Y esa frase cabía todo un mundo: un premio Pulitzer, una tragedia familiar, y más de medio siglo de ocupación israelí de los territorios palestinos explicada a través de un accidente de tráfico fatal.
Porque Milad, el hijo de Abed, era uno de los seis niños que murieron en 2012 en un aparatoso choque entre un autobús y un semirremolque a las afueras de Jerusalén. Los pequeños iban de excursión y Milad había conseguido arrancarle a su padre un huevo Kínder, un tubo de Pringles y una botella de Tapuzina, un refresco israelí de naranja, pero el viaje acabó de forma abrupta y terrible en una cuneta de Yaba. Empezaba entonces, dolor sobre dolor, la pesadilla burocrática, la tragedia cotidiana: los controles fronterizos, los papeles equivocados, el lado del muro incorrecto…
«La universidad más prestigiosa de Israel, la Universidad Hebrea de Jerusalén, tiene un campus en Mount Scopus con unos jardines hermosos, un jardín botánico… Si miras hacia abajo desde ahí puedes ver, literalmente, el gueto en el que viven los padres y los niños en este libro. Puedes ver también el punto de control, la construcción totalmente desregulada, las calles en mal estado, la congestión, la ausencia de acera…», ilustra Thrall, firma habitual de 'The New York Times' y 'The Guardian', director del proyecto árabe-israelí en el International Crisis Group y autor de 'Un día en la vida de Abed Salama' (Anagrama en castellano; Periscopi en catalán).
«Nos ha costado mucho entender qué es la libertad de expresión en las sociedades democráticas como para que cualquier crítica sea calificada de inaceptable y antisemita»
Esa segregación física y también mental («uno de los aspectos más deprimentes de la vida aquí es lo fácil que es que la clase privilegiada ignore la opresión de los palestinos», lamenta), es la que, entre otras cosas, impide a Abed viajar al hospital en el que podría estar su hijo. Otra vez el lado incorrecto del muro, los papeles equivocados. «El debate siempre ha girado alrededor de si un único estado, dos estados o una confederación, pero en cambio no se ha prestado suficiente atención al día a día de los palestinos, al hecho de que el ejército aparezca en tu casa y se lleve a los niños por haberles tirado piedras, o que se pueda arrestar a alguien indefinidamente sin que haya juicio ni una acusación formal», explica Thrall, para quien el énfasis internacional en soluciones como la de los estados equivale a «imaginar una utopía pero pasarse todo el día hablando de cómo será la fuente de la plaza de la ciudad». Mientras tanto, añade, «los asentamientos israelíes se están expandiendo, los palestinos están siendo confinados en zonas cada vez más pequeñas» y en el horizonte se dibuja un futuro similar al de los nativos americanos en Estados Unidos: «cada vez más arrinconados hasta desaparecer técnicamente».
Censura y libertad de expresión
A la hora de abordar la situación y explorar el conflicto, Thrall propone una historia «muy ordinaria», algo que podría haber pasado en cualquier lugar del mundo», y va abriendo plano para mostrar «el sistema de control perpetuo» bajo el que vive la población palestina en la Cisjordania ocupada. «En realidad, el libro nace de la frustración por la forma en que el mundo sólo presta atención a lo que ocurre cuando hay derramamiento de sangre», señala Thrall, estadounidense de origen judío instalado en Israel desde hace más de una década. Una credenciales que, reconoce, se traducen en una mezcla de inmunidad y responsabilidad para explicar lo que está ocurriendo. «Hace un año di un curso titulado 'Apartheid en Israel-Palestina' en el Bard College de Nueva York. Para un profesor árabe, musulmán o palestino, algo así hubiese significado el fin de su carrera», recuerda. Para la universidad, por cierto, significó perder más de dos millones de dólares de un donante habitual y enfrentarse al consulado israelí y a la Liga Antidifamación. «La censura no solo afecta a los palestinos, sino a cualquier judío que quiera enfrentarse al sistema. Nos ha costado mucho entender qué es la libertad de expresión en las sociedades democráticas como para que cualquier crítica sea calificada de inaceptable y antisemita», asegura.
Para él, de momento, las consecuencias son de índole más personal y emocional. «Hay miembros de mi familia que jamás podrán leer este libro. Mi propia madre no puede leer nada de lo que escribo, dice que es muy doloroso», asegura para resumir el tipo de reacciones que ha provocado la publicación de 'Un día en la vida de Abed Salama', libro que nació en 2021 como extenso reportaje de 'The New York Review of Books' y llegó a las librerías el 3 de octubre, cuatro días antes de los sangrientos atentados de Hamas en el sur de Israel. En aquel momento, recuerda, estaba de gira por Estados Unidos junto a Abed Salama para promocionar el libro y las reacciones no se hicieron esperar. «Una cuarta parte de las presentaciones se cancelaron. Había gran hostilidad, nadie tenía ganas de debatir cómo habían vivido los palestinos hasta entonces y cualquier conversación sobre la ocupación se veía como una justificación de lo que pasó el 7 de octubre. El contexto era prácticamente una palabrota, una palabra fea y prohibida», evoca.
Y, sin embargo, si algo quiere proporcionar 'Un día en la vida de Abed Salama' es eso mismo. Contexto para entender lo que le pasó a Milad y lo qué ocurre cuando el ejército retrasa el paso de las ambulancias, los servicios de emergencias palestino están mucho más lejos de lo aconsejable, los colegios están mal supervisados, los permisos de movilidad obligan a tomar rutas más peligrosas, y el fondo para víctimas de accidentes sólo compensa a ciudadanos israelíes. «Incluso en Jerusalén, donde el 40 por ciento de la población es palestina, se les ignora. Pasas en coche al lado de un gueto amurallado y lo ignoras, haces como si no estuvieran», lamenta Thrall.
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