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El sur del mundo

Corría el año 1986 cuando José Saramago publicó «La balsa de piedra». En sus páginas, el desastre se anunciaba con una raya en la tierra

El sur del mundo EFE

ANTONIO FONTANA

Una grieta que se convertía en abismo y lograba separar la Península Ibérica del resto del continente europeo. Crac.

Por arte de birlibirloque –es decir, por arte de la literatura–, España y Portugal eran obligadas a convivir mucho más de lo que conviven en el día a día, y allá iban, navegando por el océano, primero hacia las Azores, después hacia África, hacia Iberoamérica. Hacia el sur del mundo. Los olvidados.

Se dijo que el libro era una metáfora. De las relaciones entre España y Portugal. De las relaciones con el resto de Europa. Una Europa que en la novela, por cierto, parecía aliviada de haberse librado de sus vecinos ibéricos; que destinaba todos sus esfuerzos a salvar a los turistas que se encontraban en la Península en el momento de la separación. ¿De qué otra cosa, si no, podía preocuparse Europa?

¿Una crítica? Puede. ¿Una sátira? Probablemente. ¿Visión de futuro? Esperemos que no. Aunque cualquier cosa es posible con José Saramago. Sólo el tiempo dirá si el autor de novelas tan enormes como «La balsa de piedra» (y no olvidemos «El Evangelio según Jesucristo») fue, además, un visionario. Alguien que pensábamos que ponía en pie ficciones cuando en realidad, y sin que nos diésemos cuenta, nos hablaba de relaciones internacionales o de economías de primera y de segunda. Por ejemplo.

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