Mercedes Monmany: «La falta de libertad, paradójicamente, hizo a los escritores de la Europa Central creadores exigentes»
La escritora presenta este miércoles en la librería Antonio Machado su nuevo ensayo, 'Del Drina al Vístula'
Mercedes Monmany: «Lo mejor de Europa renace una y otra vez»

Este libro se define entre dos frases. La primera es del eviterno Milan Kundera: «Europa Central no es un Estado, sino una cultura y un destino». La segunda es del ucraniano Yuri Andrujovich: «Sobrevivir entre rusos y alemanes. Esa es la predestinación histórica de la ... Europa Central». La ensayista y crítica literaria Mercedes Monmany los cita en el prólogo de 'Del Drina al Vístula' (Báltica), que viene a ser una cartografía literaria de fronteras borrosas y tesoros enormes, de un mundo entre dos mundos habitado por figuras como Wyslawa Szymborska, Olga Tokarczuk, Sherhiy Zhadan, Mircea Cartarescu, Szilárd Borbély y Boris Pahor, por citar solo algunas y en perfecto desorden cronológico y geográfico. Por cierto: hay una tercera frase que sostiene la apuesta. Es del polaco Czeslaw Milosz, Nobel del Literatura de 1980: «Cualquier polaco, checho o húngaro sabe bastante sobre Francia, Bélgica u Holanda, pero en cambio un francés, belga u holandés de cultura media apenas sabe de nada de Polonia, Checoslovaquia o Hungría».
—¿Pero esto sigue ocurriendo hoy?
—Milosz fue un visionario que le hablaba al futuro y en su frase refleja lo que realmente sucedía, la tremenda separación, incluso cultural, de una parte y otra de Europa. Al citar a alguno de los grandes autores centroeuropeos, de nombres en ocasiones extraños e impronunciables, muchas veces he tenido que insistir en la gran calidad de su literatura, en el importante protagonismo que desempeñan en su país de origen y otros cercanos. Mientras que cuando se citaba a un importante autor de la parte de la Europa más occidental, ya fuera Modiano, Julian Barnes, Günter Grass o Italo Calvino, no se tenían que dar tantas explicaciones, era asumido rápidamente por todos. También he citado mucho una frase del gran historiador británico Tony Judt en su libro póstumo, 'El refugio de la memoria'. Judt se reprochaba el «pecado de juventud» de haber sabido tan poco, o de forma tan aproximada y exigua, acerca de los países de la antaño denominada Europa del Este y, hoy, genéricamente, Europa Central. Se preguntaba por qué, en vez de estar pendiente «de las falsas ilusiones del Mayo del 68 en París», no se fue a Praga, o a la misma Varsovia, «donde los jóvenes de mi edad, como Adam Michnik, corrían peligros de expulsión, exilio o cárcel por sus ideas e ideales».
—Con la guerra de Ucrania se ha recuperado la idea del despertar de Europa, que también ha tenido su reflejo en la cultura. De pronto ha empezado a traducirse toda una literatura.
—Es verdad que ha ocurrido. Pasó tristemente con la guerra de los Balcanes y de nuevo parece que sucede con esta invasión salvaje de una gran potencia, Rusia, sobre un país soberano, Ucrania, que no ha dejado de tocar a las puertas de la Unión Europea, que se considera una parte de nosotros. Mucha gente que antes no había mirado en el mapa dónde estaba Leópolis, Járkov, Kiev, Donbás, Zaporiya u Odesa, descubre que también hay escritores, artistas e intelectuales espléndidos que las han narrado y reflejado maravillosamente por escrito en estos dos últimos siglos. Son pueblos que han sobrevivido a la doble tiranía nazi y soviética, a barbaries como el Holocausto, que han tenido sus propias y espléndidas vanguardias de entreguerras. Poco a poco, a pesar de esta lejanía geográfica, se descubren tradiciones y libros de la Europa Central por así llamarlos limítrofes, de países que sufrieron las mismas catástrofes políticas, que estuvieron encerrados durante décadas en un temible Telón de Acero, que a pesar de las penalidades y de los periódicos invasores no dejaron de producir nunca obras de gran belleza, de una altura incuestionable. Es lo que he intentado reflejar y dar a conocer en mi libro. Que una y otra parte de Europa se den por fin la mano, liberándose de los términos occidental u oriental, del Oeste o del Este.
—¿Hay algo que una a esas culturas, un hilo conductor entre tanta diversidad?
—Por un lado, hay una constante real, muy emocionante, que cita Kundera, y que se repite en todas las sublevaciones, ya fuera en Praga o Budapest, contra las tiranías de cada momento: las insurrecciones en la Europa Central siempre estuvieron muy ligadas a la cultura. Siempre estuvieron preparadas, puestas en marcha y llevadas a cabo por novelas, por poesía, por el teatro, por el cine, por la historiografía, por revistas literarias, o por espectáculos cómicos populares.
—¿Es una cultura de la resistencia?
—Sí, era una forma de resistencia, el nexo y el amor por lo nacional, desprovisto de ideologías, que unía a unas poblaciones con gran aislamiento internacional, pero también poco organizadas colectivamente en el modo abierto y a la luz del día que se produce en las democracias establecidas. Siempre digo que haber trabajado tanto, culturalmente hablando, de espaldas al mercado, y de espaldas por tanto a las ventas desaforadas y a la ansiedad de las listas de éxito, como sucedía en aquellos regímenes comunistas cerrados sobre sí mismos, los salvaría también de la corrupción del mercado que no pocas veces sucede cuando llega por fin la libertad de mercado. Es una paradoja, pero en el fondo hizo de ellos en ocasiones grandes y exigentes creadores.
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