Julia Navarro: «Milito en el feminismo de la igualdad, no de la confrontación»

En este trabajo realiza un extraordinario repaso a un sinfín de mujeres de muchas épocas, protagonistas en numerosos ámbitos: la literatura, la ciencia, la filosofía, la política, la mitología, el arte… Por mucho que a veces se haya querido opacar, o incluso silenciar su labor. Y lo hace desde un punto de vista muy acertado, no excluyente, porque certifica: «Para conocer a las mujeres no se puede obviar a los hombres que las rodean, para bien o para mal. Por ejemplo, a Teresa de Jesús no es posible comprenderla sin sus confesores, o a Anna Ajmátova sin la implacable persecución a la que la somete Stalin o sin Modigliani, quizás su gran amor». De ahí el título de la obra: 'Una historia compartida. Con ellos, sin ellos, por ellos, frente a ellos' (Plaza & Janés).

—«Los hombres somos un pálido reflejo de los mitos», proclama usted. Y comienza su libro por figuras legendarias de la literatura clásica grecolatina. ¿Todo está en los mitos?

—Sí, en efecto. En la 'Ilíada' ya está todo: la ira, el odio, el amor, la avaricia, la valentía... Al final, siempre estamos dando vueltas alrededor de lo mismo, que es el ser humano, y desde el principio de los tiempos tiene las mismas pasiones, las buenas y las malas.

—Hoy, al arrumbar las Humanidades, se ha dejado muy de lado ese conocimiento...

—Es un desastre. Convertir las asignaturas de Humanidades en «marías», en secundarias, o solo de libre elección, provoca no solamente que los alumnos salgan con menos cultura. También se les priva de imprescindibles instrumentos para ser ciudadanos libres, críticos y responsables. En este sentido, creo que la Filosofía resulta indispensable, debía estar en los planes de estudio. Es la que te proporciona las herramientas para pensar, para formar tu propio criterio. Estoy segura de que quienes toman la decisión de relegar las Humanidades a un segundo plano no lo hacen por azar. No es una decisión inocente.

—A esto se suma que los jóvenes están completamente inmersos en la cultura audiovisual, las redes sociales...

—Absolutamente. El mundo ha cambiado, las redes son la biblia de los jóvenes. Sin embargo, no tener una formación les va a transformar en ciudadanos más fáciles de manipular. Es muy preocupante que hoy los niños estén tan metidos en el universo de la imagen. En una película, en una serie, cada segundo hay un plano, ocurre algo. Eso significa que para la mayoría leer tiene un coste enorme, porque, claro, en cada línea no sucede algo. No tienen paciencia, se aburren.

—Y encima se pretende cambiar los cuentos y se glorifica la cancelación...

—El movimiento 'woke' es totalmente reaccionario. Me sorprende que una parte de la izquierda se haya sumado a él. El fenómeno atenta contra la esencia de la libertad de expresión. A mí me pone los pelos de punta. Parece que estamos viviendo en la distopía de Orwell, en el territorio del pensamiento único, de la policía del pensamiento. Y así cancelar, mandar al ostracismo, todo lo que no siga ese pensamiento único. Hay que revolverse contra él. Juzga a las personas como eternos menores de edad, «usted no puede leer eso, estos libros a la hoguera». Se está llegando a barbaridades como la quema de libros de Astérix, Tintín o Lucky Luke en Canadá. El mundo se estremeció cuando los talibanes destruyeron los budas y sin embargo el civilizado Occidente está no solo asistiendo sino participando de la política de la cancelación. Y viendo eliminar autores, creadores si tuvieron una vida disipada. No sé qué podrá pasar por ejemplo con Caravaggio, cualquier día lo pondrán de cara a la pared. O los alumnos de tal Universidad manifestando que su sensibilidad se ve herida... Es muy inquietante el retroceso que hay en las libertades. Que alguien se atreva, en algún caso incluso con permiso de los descendientes, a reescribir las obras para que se adapten a los gustos, a la moral de hoy. El pasado hay que conocerlo tal y como era porque si no estamos condenados a no entender el presente, de dónde venimos, por qué las cosas son como son. Conocer el pasado no significa tener que comulgar con él. Cuando se estudia la antigua Grecia, la democracia griega, ya sabemos que había esclavos, ¿pero condenamos entonces a Sócrates, a Platón... los mandamos al rincón porque no nos gusta esa democracia imperfecta? Es un enorme desatino lo que está sucediendo.

—En su libro también intenta deshacer tópicos. Entre otros, el de Penélope...

—Sí. Penélope, como otras figuras, se ha observado casi siempre desde la mirada masculina. Una mirada que nos ha asignado un papel. En el caso de Penélope como el ama de casa que está tejiendo. Esto no me encaja con un tipo tan listo como Ulises que se va a la guerra y no sabe cuándo va a volver y deja su reino en manos de su mujer. Si a Penélope la cabeza le daba solo para tejer, está claro que a los dos meses se habría quedado sin reino. Reivindico a una mujer que estoy segura era inteligente. Con Ulises, era su igual. Y por eso fue capaz de mantener Ítaca.

— ¿Cómo siente usted el feminismo?

—Me considero una feminista clásica. No obstante, creo que a las jóvenes hay que escucharlas, viven en una realidad que es nueva. Hay cosas que dicen que me llevan a reflexionar. Pero para mí el feminismo es la consecución de la igualdad plena. Es más, considero que no se puede ser demócrata si no se es feminista. No es admisible que una mitad del mundo no tenga los mismos derechos y oportunidades que la otra. Hay todavía muchas batallas que dar. Por ejemplo, continúa una visión patriarcal sobre el cuerpo de la mujer. Milito en el feminismo de la igualdad, no de la confrontación.

—El feminismo radical pone el acento en lo que pasa en Occidente, donde aún queda tarea. Pero a veces 'se olvidan' de lo que sucede en otras latitudes.

—Yo seré feminista siempre que haya una sola mujer en el mundo que no tenga los mismos derechos que el hombre, mientras haya súbditas y no ciudadanas iguales, o se vea a las mujeres como ciudadanas de tercera.

—En este sentido, aboga por la educación, por una educación igualitaria.

—Es fundamental, es la base. Sin educación las mujeres no pueden avanzar.

—En 'Una historia compartida' hay muchísimos nombres femeninos ¿Destacaría alguno ?

—Son fruto de mis lecturas. Figuras que me he ido encontrando a veces de manera fugaz. Y luego he profundizado en ellas. Todas tienen su aquel. No obstante, me llamó mucho la atención Medea. Se ha contado su historia viéndola casi en exclusiva como una bruja, como una asesina. Y frente a ella aparece Jasón como un héroe impoluto. Y eso no me cuadraba. Sin duda, es una mujer enferma, pero todas las atrocidades que comete lo hace por Jasón. En buena medida, Medea es una víctima de un héroe de pacotilla.

—Acaba su libro contando su experiencia como periodista en la Transición y cómo fue testigo de la intentona golpista del 23-F.

—Iba a terminarlo con Oriana Fallaci, y a ella le dedico las últimas páginas. Pero pensé que tuve la suerte, el privilegio de contar una parte de la historia reciente de España. Sobre todo ahora que está tan denostada la Transición por parte de algunos, he querido poner en valor unos años germinales de la recuperación de la democracia. Reivindicar claramente la Transición. Las cosas se hicieron razonablemente bien. Hay que respetar que en ese momento los ciudadanos españoles hicieron la que creyeron que tenían que hacer y apoyaron y votaron lo que estimaron mejor. No se puede reescribir ni tergiversar la Historia, y hay que tener en cuenta el contexto, la España de esos años, que no es el de ahora. En el fondo, cuestionar la Transición es dudar de nuestro sistema democrático y querer volver a la casilla de salida.