Ildefonso Falcones: «Hacienda es la administración más odiada. Por algo será»
Se convirtió en el gran 'best seller' español con 'La catedral del mar'. Ahora vuelve con 'En el amor y en la guerra', que continúa la saga. Entre medias ha superado varios cánceres, la pérdida de su hermano y un juicio de diez años con Hacienda
Los escritores y Hacienda: de Cervantes a Ildefonso Falcones

Ildefonso Falcones (Barcelona, 1959) viste una chaqueta y una camisa abierta que no deja ver sus cicatrices, pero por la que sí asoma una cadena de oro. Sería difícil adivinar su profesión en la distancia, aunque no tanto intuir que es un hombre que ... está de vuelta de muchas cosas, no todas agradables: lo dicen sus ojos. Falcones es directo y sabe hasta dónde quiere llegar. No pierde el tiempo, no puede. Dice: «Llevo ocho operaciones encima». Dice: «Me han quitado el sesenta por ciento del hígado». Dice: «Siempre he sido un funambulista».
Hace veinte años que publicó 'La catedral del mar', uno de los grandes 'best seller' de la literatura española, además de libro predilecto de Rajoy. Ahora vuelve con 'En el amor y en la guerra' (Grijalbo), tercera parte de una saga (formada también por 'Los herederos de la tierra') que ha vendido más de once millones de ejemplares. Por el camino, el escritor ha pasado un cáncer, un juicio de una década por delito fiscal del que salió absuelto y la pérdida de su hermano. Pero aquí está, en Nápoles, muy cerca del Castel Nuovo, donde sucede buena parte de la trama de su nueva novela.
—¿Qué hacemos aquí?
—No tengo una relación especial con esta ciudad, pero cronológicamente este libro es la continuación de 'Los herederos de la tierra', y lo siguiente que tocaba en el Reino de Aragón era la conquista de Nápoles. Es una época tremendamente interesante porque supone un choque cultural tremendo entre dos culturas, la medieval y la del Renacimiento. Los aragoneses, que aquí se llamaban los catalanes, eran gente que no estaba predispuesta al cambio.
—«Los catalanes son valientes, pero los italianos les hacemos caso a los sabios», dice uno de sus personajes.
—Es una definición excelente [sonríe].
—Este viaje empezó en 2006 con 'La catedral del mar'. Era su primera novela. Vendió un millón y medio de ejemplares en un año.
—Aquello fue un sueño. Recuerdo que entonces yo seguía a tope en el despacho, ejerciendo. Compaginaba esas dos profesiones, aunque era más abogado que escritor. Tenía cuatro hijos, había cumplido cuarenta y seis años.
—Lo de escribir, ¿era un deseo de juventud?
—Sí. Cuando murió mi padre le dije a mi madre que quería ser escritor y ella me dijo que me dejase de tonterías. Que primero estudiase una carrera, que me colocase en la sociedad, que pudiera tener una familia, etcétera. Y después que escribiera todo lo que quisiera. Creo que es uno de los mejores consejos que me han dado en mi vida.
«Cuando murió mi padre le dije a mi madre que quería ser escritor y ella me dijo que me dejase de tonterías. Que primero estudiase una carrera»
—Tardó mucho en dejar la abogacía por la literatura.
—Tardé bastante, sí. Fue un proceso. Yo fui teniendo socios en el despacho y al final a esos socios les hicieron otra oferta en otro despacho. Y eso me abocó al cierre. Si no, igual no lo hubiera cerrado.
—¿Cómo es su rutina de escritor?
—Trabajo por la mañana y por la tarde, como un funcionario. Bueno, no, porque el funcionario solo trabaja por las mañanas [y ríe]. Es un trabajo de despacho. De estar a las nueve sentado delante del ordenador hasta la una y media, y de cuatro y media a siete y media u ocho.
—Su éxito fue repentino. ¿Generó envidias?
—Si las ha generado, confío que sean sanas [sonríe]. Yo siempre he dicho que esto de la literatura es bastante endogámico. Parece que hay que nacer con la pluma en la mano, por lo visto. Los círculos literarios son bastante reacios a permitir entradas, no son permeables.
—¿Ha sentido ese rechazo durante mucho tiempo?
—Y lo sigo sintiendo. A mí no me invitan a las ferias, estoy excluido de todas estas cosas.
—Dicen que Rajoy dijo que usted era su escritor favorito.
—No lo sé. Lo que sí dijo fue que 'La catedral del mar' era una obra que le gustaba mucho.
—No ocultó su querencia por el PP. Esto también fue raro en un mundo como el del libro. ¿Se lo reprocharon?
—De forma directa, no. Pero yo no recuerdo tampoco una declaración mía a favor de nadie. Lo único que hice fue acompañar a Rajoy a ver Santa María del Mar. Es un señor que era presidente del Gobierno y me pidió ese favor. También hubiese aceptado si fuese del PSOE o del PCE. En fin, a lo largo de mi vida he votado a todos los partidos, a Convergencia, al PSOE, al PP... Pero bueno, sí, llega un momento en que uno es algo más conservador.
«Acompañé a Rajoy a ver Santa María del Mar. También hubiese acompañado a un presidente del PSOE»
—Después de diez años de juicio con Hacienda por fraude, quedó absuelto.
—Pero Hacienda sigue apretando, sigue forzando y sigue encima de mí de una manera… Es una verdadera tortura. Han sido diez años de juicio para demostrar mi inocencia. Salvo que te declares culpable, tienes que ir a juicio. Y eso, en fin, yo no se lo recomendaría a nadie. Ha sido muy duro, mi hermano se quedó por el camino, murió, y yo he pasado varios cánceres. No voy a decir que sea por culpa de Hacienda, pero te garantizo que la tensión vivida durante este tiempo no ha sido muy buena para un enfermo, en absoluto.
—¿Es mejor negociar?
—Ahora está muy de moda este señor, el novio de Ayuso, que dicen que es un delincuente porque mandó un mail. Es que no tiene otra manera. Cuando te declaras culpable puedes negociar con Hacienda. Si no, no puedes negociar. Están machacando a este hombre que igual es inocente, igual va a un juzgado y es inocente. Pero si no quiere pasar por ese trance, que es un trance tremendo, no tiene otro camino. Ronaldo, Messi... todo el mundo al final ha terminado pactando por no someterse a esta tortura. No es un juego limpio. En Hacienda hay una arbitrariedad que es incomprensible en un Estado de Derecho. Creo que es la administración más odiada. Por algo será.
—¿Cómo va su salud?
—De momento estoy limpio. Me faltan años todavía para que me den el alta. O sea, esto puede revertir. Aún estoy sometido a controles y a sufrimiento. Y llevo ocho operaciones encima. Y además: la quimio te destroza. Suponiendo que venza al cáncer, que creo que sí, me quedan las secuelas, que son importantes.
«Ronaldo, Messi... todo el mundo al final ha terminado pactando por no someterse a la tortura de un juicio con Hacienda»
—¿Le ha afectado a la escritura, también?
—Recuerdo que estaba escribiendo una novela y llegué a matar al protagonista. Al día siguiente me senté y dije: ¿pero qué estoy haciendo? Tuve que rehacerla. Claro que afecta.
—¿Y ayuda la escritura?
—Si hubiera sido solo abogado, habría sido realmente difícil sostener el despacho en esta situación de salud. Pero si tienes el privilegio de trabajar escribiendo, la editorial puede esperar y tú te puedes organizar como quieras.
—¿Siente que está de vuelta de todo ya?
—Mi padre falleció cuando yo tenía diecisiete años. A partir de aquel momento ya me tuve que poner en un bingo a trabajar y estudiar a la vez. Siempre digo que he estado como un funambulista en una cuerda sobre el vacío. Lo que pasa es que hay veces que la cuerda cimbrea mucho. Pero de momento sigo en la cuerda.
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