De «Disculpen la sangre» a «Cuba será libre. Yo ya lo soy»: la nota de suicidio como género literario
Marc Caellas recopila en 'Notas de suicidio' las últimas palabras de Kurt Cobain, Stefan Zweig, Virginia Woolf, Mishima y Emilio Salgari, entre otros

Al poco de publicar 'Levantar la mano sobre un mismo', el escritor austríaco Jean Améry, superviviente de Auschwitz y negativo casi perfecto de Primo Levi, se las tuvo que ver con un estudiante que, intrigado, lo abordó para preguntarle que cómo podía ser ... que hubiese escrito un libro sobre el suicidio y, sin embargo, siguiese ahí, vivito y coleando y conferenciando. ¿Su respuesta?. Fácil: «¡Paciencia!». Y ni siquiera demasiada: poco después, en octubre de 1978, Améry se quitaba la vida en un hotel de Salzburgo con una sobredosis de somníferos. Así que paciencia, sí.
«Es lo que diré yo a partir de ahora, sí es que me preguntan», escribe el escritor y agitador cultural Marc Caellas (Barcelona, 1974) en 'Notas de suicidio' (La Uña Rota), opúsculo que se abre paso a través de uno de los tabús más incómodos de la sociedad occidental para releer del derecho y del revés las últimas palabras de suicidas ilustres como Kurt Cobain, Violeta Parra, Stefan Zweig, Emilio Salgari, Virgina Woolf, Walter Benjamin, Hunter S. Thompson, Alejandra Pizarnik, Mishima, Ian Curtis y Sid Vicious, entre otros.

«Estoy segura de que me vuelvo loca de nuevo. Creo que no puedo pasar por otra de esas espantosas temporadas. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme»
«Supongo que escribí sobre las notas de suicidio para quitarme de encima mi obsesión por el asunto de la muerte por mano propia», relativiza Caellas a la hora de tratar de encontrarle acomodo a este tratado de vidas descarriladas que esquiva el morbo y la apología romántica del deceso voluntario para aproximarse «al pulso que late bajo la decisión extrema de quitarse la vida». O, lo que es lo mismo: asume que el suicidio «es una derrota en la lucha a muerte con la vida» e intenta descodificar el lenguaje en el que están escritas las notas de suicido.
«Lo triste no tiene arreglo»
«El suicidio es una performance de la que su artista desaparece, dejando a los que siguen vivos la tarea de limpiar las ruinas, resolver los conflictos, gestionar los trámites», leemos. O, como dejó escrito Per Ohlin, cantante del grupo noruego de thrash metal Mayhem, justo antes de volarse la cabeza con una escopeta, «disculpen la sangre, pero me corté las muñecas y el cuello».

«Si el suicidio se anticipa a la inevitable muerte, la nota de suicidio se anticipa a un probable epitafio», concluye el también autor de 'Carcelona' mientras brinca del «Cuba será libre. Yo ya lo soy» del poeta cubano Reinaldo Arenas al «Llame fuerte, como para despertar a un muerto» de cineasta francés Jean Eustache. También del «No quiero ir nada más que hasta el fondo» de Alejandra Pizarnik a la apresurada nota, todo puntos suspensivos, que Marga Gil Roësset escribió a Zenobia Camprubí pidiéndole perdón tanto por matarse como por haberse enamorado de Juan Ramón Jímenez. «Lo triste no tiene arreglo», garabateó en 1932, momentos antes de dispararse en la cabeza.

«En este momento quisiera estar muerto, no aguanto más»
«La nota de suicidio es el último intento de comunicación con otro ser humano. Siempre nos dirigimos a alguien en una nota de suicidio. Esa persona suele cargar con el dolor, la culpa o el deshonor de la muerte del suicida, pero en realidad debería sentir orgullo de ser el último depositario de los sentimientos del ausente», relata Caellas.
He aquí, pues, a caballo entre el más allá y el más acá, un nuevo género literario que Caellas desglosa y atomiza en una veintena de categorías según el destinatario, el contenido, los motivos o el grado de planificación. «Edouard Levé no escribió una nota de suicidio. Escribió una novela que tituló 'Suicidio'. Se la envió a su editor y se mató diez días después», ilustra Caellas. Algo parecido hizo el poeta japonés Tamaki Hara con 'El país que mi corazón desea'. Eso, apunta Caellas, sería una nota de suicidio literaria.
«Mañana no existiré»
La de Emilio Salgari, en cambio, entraría en otra categoría: la del ajuste de cuentas y grito de auxilio. El padre de Sandokán escribió hasta tres notas de suicidio antes de hacerse el harakiri: una de ellas dirigida a los periódicos -«vencido por todo tipo de desgracias, me quito la vida»-; otra para (o, mejor dicho, contra) sus editores -«os saludo rompiendo la pluma»- y una tercera para sus hijos en la que lamenta dejarlos desamparados y sin dinero. «Mañana no existiré», concluye el italiano.
«Una buena nota de suicidio complementa las disposiciones legales o es simplemente un wasap lanzado a la eternidad de un mundo que ya nos cansó», reflexiona Caellas. Esas ganas de quitarse de en medio, hastío vital de quien ya no espera nada de la vida, es el eco que recorre las despedidas de Stefan Zweig («Mando saludos a todos mis amigos. Ojalá vivan para ver el amanecer tras esta larga noche. Yo, que soy muy impaciente, me voy antes que ellos») y Hunter S. Thompson («Siempre me estoy quejando. Ya no soy divertido para nadie»).

«La vida humana es breve, pero yo quisiera vivir para siempre»
También lo que late bajo una de las notas más mediáticas que recoge el libro: la de Kurt Cobain, líder de Nirvana e ídolo grunge a quien se le agotaron las reservas de pasión. Literalmente. «Soy una criatura voluble y lunática. Se me ha acabado la pasión. Y recordad que es mejor quemarse que apagarse lentamente», escribió el de Aberdeen en una carta de despedida dirigida a Boddah, su amigo imaginario de la infancia.
Entre tanta solemnidad, también hay quien opta por echar mano del humor antes subirse en la barca de Caronte. Es el caso del actor George Sanders, quien, minutos antes de ingerir varios botellines de Nembutal con vodka en un hotel de Castelldefels, dejó escrito lo siguiente: «Querido mundo, me voy porque estoy aburrido. Siento que he vivido lo suficiente. Os dejo con vuestros conflictos, vuestra basura y vuestra mierda fertilizante en esta dulce letrina. Buena suerte».
MÁS INFORMACIÓN
Eso sí: puestos a escoger, mejor quedarse con las lecciones de vida de Dorothy Parker, escritora que, después de intentar quitarse la vida hasta en dos ocasiones, acabó enumerando en su poema 'Résumé' todo lo que podía salir mal («Ahorcarse debe ser muy agobiante / ¿El gas? Pueden pagarlo los vecinos») y llegó a la conclusión de que, después de todo, la vida tampoco está tan mal. «Quizá mejor vivir, ¿no te parece?», que dejó escrito la autora neoyorquina.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete