Colm Tóibín: «Mi trabajo es que pienses en 'Madame Bovary', no en Irlanda»
El escritor irlandés regresa a 'Brooklyn', aclamada novela sobre el exilio y la inmigración, con 'Long Island', secuela en la que recupera a los personajes veinte años después
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Murió Franco y Colm Tóibín (Enniscorthy, Irlanda, 1955), entonces un veinteañero recién llegado a Barcelona para trabajar como profesor de inglés, se encontró de repente con tres días de fiesta y una promesa en forma de paraíso remoto. O por lo menos, de ... paraje dejado de la mano de Dios. Sus amigos, explica, aprovecharon el cerrojazo docente para viajar al Pallars Sobirà y visitar el minúsculo pueblo de Farrera, y tan entusiasmados volvieron que al irlandés no le quedó más remedio que seguir sus pasos hacia el Pirineo ilerdense. «Fui en marzo de 1976 y el pueblo estaba prácticamente deshabitado. Podrías haber alquilado casi cualquier cosa, porque todos vivían en Lleida o Mollerussa. Yo era un hippie, así que me dije: 'quiero vivir en esta casa'. Todo el mundo era muy majo, muy tolerante», recuerda. Prácticamente desde entonces, Tóibín pasa el mes de agosto en este micropueblo de 124 habitantes. «En 1990 compré un pajar y, en fin, aprendí mucho sobre la vida del hecho de intentar construir una casa en un pajar», asegura.
En realidad, no era lo único que estaba construyendo el irlandés, tres veces finalista del premio Booker: ese mismo año publicó 'El sur', novela vagamente inspirada en sus experiencias barcelonesas, y primera piedra de una carrera literaria que se bifurca ahora en los ensayos artísticos 'La mirada cautiva' (Arcadia), publicado únicamente en castellano y catalán, y la novela 'Long Island' (Lumen), continuación de la aclamada 'Brooklyn'. Una segunda parte para un autor que, vaya, asegura detestar las segundas partes. «La primera regla es no hacerlo», defiende tajante. «Cuando escribes un libro, aparte de las frases, también estás creando una especie de círculo; una cierta sensación de plenitud. No puedes decir 'bueno, ya escribiré luego otro explicando el resto'. Creo que es una idea muy perezosa, muy burda. Y no quería hacerlo», añade el también autor de 'Nora Webster'.
Y, sin embargo, ahí está de nuevo Eilis Lacey, veinte años después de 'Brooklyn' y de vuelta a Enniscorthy tras descubrir que su marido ha dejado embarazada a otra mujer. El mismo viaje pero en sentido inverso; la misma sensación de desarraigo a uno y otro lado del océano. De finales de los cincuenta a mediados de los setenta y de las turbulencias familiares de Nueva York a los cataclismos emocionales de Irlanda. «Un día iba andando por la calle y se me ocurrieron las dos primeras páginas», desvela. En ellas, Eilis recibe la visita de un hombre con acento irlandés que asegura que el fontanero, esto es, su marido, ha dejado embarazada a su mujer. «Y si alguien piensa que voy a meter en mi casa el mocoso de un fontanero italiano y dejar que mis hijos crean que ha venido al mundo tan decentemente como ellos está aviado. Conque te traeré al pequeño bastardo en cuanto nazca», le espeta. «Es como la apertura de una línea argumental. Y yo no hago líneas argumentales», matiza Tóibín. De ahí que 'Long Island' esquive la resolución del conflicto y el final claro y preciso para centrarse en las reacciones, las consecuencias y la onda expansiva de las decisiones que toman sus personajes.
Contra los tópicos
Final ambiguo y protestas airadas de algunos lectores al margen («no puedo decir al final del libro cuál es el desenlace como haría el periódico», relativiza) 'Long Island' vuelve a ahondar en los grandes temas que conectan toda la obra del irlandés. A saber: familia, inmigración, heroínas femeninas e irlandeses en las antípodas de los tópicos de bronca y borrachera. «Colin Barrett ha conseguido dotar de vida interior a borrachos irlandeses muy violentos, pero yo no sabría ni por dónde empezar», desliza cuando se cuela en la conversación el cuentista de Mayo, algo así como su ahijado literario. «Mi trabajo es que no pienses en Irlanda -añade-; que no pienses en los años setenta o en América. Lo que yo quiero es que pienses en 'Madame Bovary'».

Aún así, 'Long Island', como antes 'Brooklyn', está inevitablemente ligado a su propia experiencia como trotamundos profesional y a la inmigración como vivencia alienante y solitaria. «El heroísmo es difícil cuando uno emigra», señala. «No puedes tener toda esa grandeza moral cuando lo que buscas es un lugar donde vivir, trabajo o dinero para el próximo mes», añade. A Cóibín le apena especialmente que hoy en día la inmigración se haya convertido en arma arrojadiza para ocultar otros problemas realmente importantes. «Cuando escribí 'Brooklyn', la gente llegaba a Irlanda por primera vez en la historia desde los vikingos buscando trabajo y un lugar donde vivir. En Dublín de repente había bebés de Nigeria, de Lituania, gente de China… A mí me encanta la variedad, pero no todo el mundo lo ve así. Es el gran tema europeo. El miedo a los de fuera. Y, teniendo en cuenta la igualdad, el cambio climático y viendo cómo todo el mundo está en llamas, ¿de verdad el problema son los mexicanos que llevan más de dos generaciones en California? ¿En serio?», se pregunta.
Puede que de ahí venga su alergia al presente («no puedo definirlo de forma clara; sé que suena absurdo, pero para mí 1976 es hace cuatro días», asegura) y ese movimiento constante que le hace no acabar de echar raíces en ningún sitio: parte del año en Nueva York dando clases en la universidad de Columbia («ahí soy el tipo de James Joyce», bromea), parte en Los Ángeles, donde vive su pareja, y el resto entre Dublín y Farrera. «Todo este movimiento me ayuda mucho, me genera mucha energía», asegura. «Además, yo vivo dentro de mi cabeza. Sólo necesito una esquinita en una habitación para ponerme a trabajar», zanja. Pero si ese rincón está en su pajar pirenaico, pues aún mejor.
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