«Amor». Poesía reunida, 1988-2010
Manuel Vilas. Ed. Visor. 295 páginas. 14 euros.

«Tenía unos treinta y cinco años cuando supe que iba a escribir la poesía que mi vida estaba creando y no la poesía que crearon otras vidas que no eran la mía. Me di cuenta de que ya no era pobre. Tenía un buen trabajo, un buen coche, ganaba una pasta razonable y dejó de importarme la poesía; quiero decir que dejó de importarme la gran historia de la poesía. Quería pasármelo bien, y encima me había enamorado de mi propia vida. Mi vida me parecía gloriosa y mágica. Me dije: “Vilas, la vida es OK”», cuenta en el prólogo nuestro poeta.
Y tan OK, porque a partir de entonces, el también novelista Manuel Vilas le cogió el punto a la lírica y hasta hoy, a través de libros como «El cielo» (2000), «Resurrección» (2005, XV Premio Jaime Gil de Biedma) y «Calor» (2008, VI Premio Fray Luis de León), que el autor ha recogido en su «Poesía reunida» bajo el título de «Amor», volumen que también incorpora algunos de sus poemas anteriores y algunos inéditos.
Un camino iluminado por corazones legendarios; santos bebedores; las tabernas y los irlandeses de las tabernas; los automóviles; Dennis Hopper y Peter Fonda a lomos de sus caballerías metálicas al galope por los vastos territorios de la Unión; los neones de la música pop (Hendrix, Patti Smith, los Stones, Zappa, Dylan y un largo y rockerísimo etcétera); las carreteras asfaltadas de dos direcciones; la zarzaparrilla; la profunda filosofía de McDonald’s (conocimiento en carne viva); la cultura norteamericana; el cine; la televisión; los Monegros; los beat, los menos beat; Dylan Thomas, aquel galés que se echó 18 whiskies seguidos al coleto y cascó («El alcoholismo de Dylan Thomas es poesía en acción», dice Vilas); y una profunda devoción por un santo muy especial, Elvis Presley, el poeta de la pelvis que representó «el amor y el bien absolutos», según nuestro escritor.
Con estos mimbres, el cesto resultante no podía ser sino una concepción de la poesía increíblemente personal, tozudamente intransferible. Los versos de Vilas están vivos, palpitantes, son como tener entre los dedos un corazón latiendo a toda vela. Hay en ellos sangre, sudor y alguna lágrima («Necesitamos más rebelión y más dinero para financiarla», escribe Manuel Vilas) y hay, sobre todo, la exaltación whitmaniana de seres y cosas, de tugurios y palacios, de cuerpos y almas, ya que para el poeta «la poesía es una exaltación de la vida. Es libertad, pasión y energía. Es "ganas de fiesta"».
Y hay también muchos y sinceros deseos de quemarlo todo, palabra por palabra: «La literatura sólo sirve para ser leída. Pero tengo nostalgia de la acción, nostalgia de cuando la literatura podía cambiar la vida y el mundo. Pero sólo es nostalgia. Me gustaría que hubiera más libertad y más pasión en todo». Sexo, algunas drogas y rock and roll , un cóctel que con su peculiar don de la ebriedad Vilas apura hasta la última gota: «Me gustaría que la literatura fuese capaz de contener la fuerza y la energía que hay en el Pop. No se trata de hacer una literatura Pop, sino de que la literatura sea humanamente fuerte como el Pop y el Rock». Elvis Vilas, Manuel Presley: un poeta en el gigantesco hotel de los corazones rotos que es el mundo. Este puto y maravilloso mundo.
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