Aixa de la Cruz: «Vi una planta de estramonio y fue casi como ver las cuevas de Altamira»
La escritora publica 'Las herederas', una novela entre gótica y lisérgica, y también familiar

A Aixa de la Cruz (Bilbao, 1988) el confinamiento le pilló con su marido y su hija de nueve meses en un piso de cuarenta y cinco metros cuadrados, así que cuando nos liberaron (ese es el verbo) huyeron de la ciudad y se instalaron en la casa donde había nacido su abuelo, en una aldea burgalesa de nombre delicioso y lejano: Olmos de la Picaza. «Nos fuimos de okupas», ríe ella, en medio de una respuesta torrencial. En uno de sus primeros paseos se cruzó con una planta de estramonio, y esa imagen la cautivó. «Fue como si estuviera en un sueño. Vi la planta y era como si estuviera subrayada por un color, por un aura de luz», evoca. Y luego cita a Antonio Escohotado: «El estramonio era uno de los principales principios activos del ungüento que se aplicaban las brujas vaginalemente con los palos de las escobas para volar, metafóricamente». Y luego asevera: «Ver esa planta fue casi como ver las cuevas de Altamira».
La escena en cuestión la recoge en su nuevo libro, 'Las herederas' (Alfaguara), una novela entre gótica y lisérgica, sin duda familiar, en la que cuatro nietas se reúnen en la casa de su abuela, que se ha abierto las venas en la bañera. Es una excusa para revisar heridas, para pasear el cementerio de recuerdos y preguntarse de dónde viene el dolor. También para explorar, en las carnes de las cuatro mujeres, los males que azotan a este tiempo: la precariedad laboral y sentimental, la salud mental, etcétera. Y para bordear ese cruce fronteras entre la realidad y la locura y lo fantasmal. En ese lugar es difícil no pensar en Henry James, en Shirley Jackson.
Las drogas, cuenta De la Cruz, fueron parte del proceso de investigación de la novela. Tras su primera macrodosis de LSD comprendió por qué la naturaleza genera esas sustancias, cuál es su sentido. «¿Cuántas veces decimos esto de que nos está faltando imaginación para salir del capitalismo? Creo que estas plantas, los alucinógenos, existen para sacarnos del sistema. Toda droga es chamánica». Y más: «Me parece casi un derecho fundamental que la gente tenga acceso a sustancias psicodélicas sin ningún tipo de restricción. Quitarle al ser humano la experiencia de acceder a lo sagrado a través de estas tecnologías que han estado disponibles desde que el mundo es mundo es una injerencia tremenda. Es el equivalente a un régimen teocrático en el que se prohíba a la gente masturbarse». Y el matiz: «Una de las cosas importantes de la regularización es promover el uso responsable e informado de estas sustancias».
Más allá de la alucinación y alrededores, 'Las herederas' muestra una microcosmos familiar complejo, en el que hay mucha presión, que se rige por unas normas extrañas, casi de secta, pero en el que también se da una lealtad inquebrantable. «La novela aborda la tensión entre dos ideas de la familia. La familia como el lugar originario de la primera herida, como un lugar siempre violento por algún motivo (por los roles que se te imponen, por el origen de ciertos traumas) y la familia como refugio, el último lugar que, cuando fracasan las estructuras de protección, te queda». Y no solo es el tema, también es el tono. Su condición de madre, afirma, ha cambiado su escritura, la ha trastocado. «Recuerdo mucho la primera vez que escribí algo después de haber sido madre… Estuve como tres semanas con un bebé en brazos, un bebé que me seguía dando miedo por la fragilidad que proyectaba. Y yo estaba acostumbrada a impostar una delicadeza, una dulzura en los gestos a la hora de escribir, pero de pronto ya no era impostada. Era como si la hubiera incorporado y me enfrentaba a la escritura con un pulso más delicado. Tocaba las teclas del ordenador como si fueran un piano más que un ordenador».
El campo, además, despertó un nuevo vocabulario, una nueva mirada. «Nombrar tiene una faceta visual. Cuando llegas a un pueblo de Castilla en octubre, cuando se está empezando a secar todo, te parece que hay una única planta idéntica en todas las cunetas, y sólo ves un único color, que es el gris, un gris muy oscuro. Y de pronto empiezas a nombrarlo y la gama de colores literalmente se expande y empiezas a ver los matices. Empecé a ver el verde de un color mucho más intenso… Por desgracia, tengo la sensación de que este superpoder tan fácilmente se adquiere como se pierde en cuanto vuelves a núcleos urbanos», remata.
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