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ABC Cultural

«Los enamoramientos»

Javier Marías. Alfaguara, 2011. 408 páginas. 19,50 euros

«Los enamoramientos» GONZALO CRUZ

SUSANA GAVIÑA

«La última vez que vi a Miguel Desvern o Deverne fue también la última que lo vio su mujer, Luisa, lo cual no dejó de ser extraño y quizá injusto, ya que ella era eso, su mujer, y yo era en cambio una desconocida...» Así comienza la nueva novela de Javier Marías.

Tras la monumental «Tu rostro mañana» (1.328 páginas), que le llevó ocho años de trabajo, el escritor madrileño se ha embarcado en una historia —en la que por primera vez ejerce como narradora— sobre la muerte, el dolor de la ausencia y su peso para reconstruir el futuro; y también sobre los enamoramientos, en la novela encadenados en forma de dominó, y en la vida real mucahs veces fruto del azar. No siempre altruistas e inocentes, pueden ser también el motor de la más ruín de las conductas . «Cabe la posibilidad incluso de que alguien normal se convierta en criminal por estar enamorado», explica el propio Marías en una entrevista a Efe .

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María Dolz, la narradora, trabaja en una editorial (es un poco el alter ego del autor de «Corazón tan blanco», lo que le permite deslizar alguna crítica hacia los escritores —«son gorrones, tacaños y sin orgullo»—) . Todos los días desayuna en la misma cafetería. Desde años, contempla a una pareja, un matrimonio de mediana edad formado por Miguel y Luisa, que rebosa compenetración y felicidad, hasta que un día dejan de acudir. Semanas más tarde, María sabrá que el marido ha muerto asesinado en la calle. Inesperadamente, Dolz entrará a forma parte del presente y sobre todo del futuro de Luisa, sin que ésta lo sepa.

Ahí empezará una trama que se enreda entre el thriller y la novela filosófica (Marías hace una digresión amplia sobre la muerte, que apuntala con textos de Balzac —«El Coronel Chabert»— y Alejandro Dumas —«Los tres mosqueteros»—).

«Los enamoramientos», un libro que habla sobre la impunidad, sobre la angustiosa imposibilidad de saber nunca la verdad y la incoveniencia de que los muertos pudieran volver, deja un sabor amargo pero al mismo absolútamente real.

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