Inés Field, el gran amor frustrado de Elena Fortún
Las cartas de la escritora española a la intelectual argentina, que Renacimiento acaba de publicar en dos volúmenes editados por Nuria Capdevila-Argüelles, son un revelador testimonio de los últimos años de la creadora de Celia
![Inés Field y Elena Fortún, fotografiadas durante una escapada a la ciudad costera de Mar del Plata (Argentina)](https://s1.abcstatics.com/media/cultura/2020/11/16/ines-field-elena-fortun-ke3E--1248x698@abc.jpg)
Inés Field y Elena Fortún, fotografiadas durante una escapada a la ciudad costera de Mar del Plata (Argentina)
Nuria Capdevila-Argüelles conoce a Elena Fortún como si fuera su «abuela». Un parentesco que, en este caso, tiene bastante que ver con la ficción. Con las palabras, en realidad. Con todas las que la catedrática de estudios hispánicos de la Universidad de Exeter ( ... Reino Unido) lleva escritas, desde hace años, sobre la vida y obra de la autora española. Su empeño titánico ha conseguido sacar del ostracismo y la oscuridad de la historia a Fortún, que fue mucho más que la creadora de ese personaje ya universal que es Celia .
Tras descubrir obras inéditas como «Oculto sendero» y recuperar clásicos como «Celia en el colegio» o libros inencontrables como «Celia institutriz en América», todos ellos publicados en la Biblioteca Elena Fortún que dirige junto con María Jesús Fraga en la editorial Renacimiento, Capdevila-Argüelles llevaba tiempo trabajando con las cartas que la autora envió, al final de su vida, a la intelectual argentina Inés Field , pero no terminaba de decidirse a publicarlas. Hasta que un maletín lleno de cintas magnetofónicas se cruzó en su camino.
Se lo entregó Belén González Dorao, hija de la ya fallecida Marisol Dorao , biógrafa de Fortún y poseedora de un archivo lleno de pistas sobre la escritora. Ansiosa por escucharlas, pero temerosa de estropearlas, al ser tan antiguas, Capdevila-Argüelles recurrió a un técnico de su universidad. Sin renunciar a la característica flema británica, el buen hombre le advirtió que aquel cometido no formaba parte de su trabajo, pero accedió a ayudarla y convirtió el contenido de las cintas en un archivo de audio. «Entonces, salió la voz de Inés. De repente, tuve lo que me faltaba para trabajar con las cartas, sintiendo que estaba delante de un proceso de comunicación entre dos mujeres», recuerda Capdevila-Argüelles.
El siguiente paso fue seguir el rastro de Inés Field. Logró averiguar su fecha de nacimiento (1897), pero no encontraba la de su muerte. Tiró de obituarios, de esquelas, hasta que reparó en el segundo nombre de la argentina, Enriqueta. Probó suerte con una Enriqueta Field a la que localizó en Buenos Aires y... dio con toda la familia de la intelectual. «Son una generación de sobrinos para los que Inés fue casi una madre, y yo les regalé su voz… Eso creó un vínculo entre nosotros, en especial con Alicia Field». De hecho, al enterarse de que Capdevila-Argüelles estaba preparando el libro de la correspondencia, Alicia se puso a rebuscar entre los papeles de su tía y encontró la última carta que Fortún le envió.
Aquel hallazgo emocionó a la catedrática, que no dudó en detener el proceso de publicación –el libro ya iba camino de la imprenta– para incluirla. La editora de Renacimiento, Christina Linares , cómplice de toda la aventura fortuniana, no puso ni medio reparo, y la obra, por fin completa, se hizo realidad. El resultado son dos tomos bellísimos, titulados «Sabes quién soy» (1948-1950) y «Mujer doliente» (1950-1952) , que arrojan luz sobre los últimos años de Fortún, entregados al amor frustrado hacia Inés Field.
Las misivas agrupadas en el primer volumen dan cuenta de su regreso del exilio, en un lento pero incesante peregrinar entre España, Estados Unidos y, de nuevo, Argentina. Las escritas desde la casa de su hijo al norte de Nueva York son, sin duda, las más angustiosas. «Lo pasó muy mal allí la pobre Elena. Su hijo era un déspota y la trataba fatal. El maltrato y el aislamiento es desgarrador», lamenta Capdevila-Argüelles. El 2 de mayo de 1950, Fortún escribe: «Me ha llegado a decir que quisiera que yo fuera una pobre de pedir limosna para que se lo debiera todo a él y aguantara por no tener otra cosa… Es una manera de querer originalísima. No le importa que yo no salga a la calle, que esté triste, que no tenga que leer, que adelgace, que viva una triste vida, lo importante es que esté en su casa».
La escritora se refugia en la lectura, en la amistad, con el sólido vínculo creado entre las españolas exiliadas del Lyceum Club Femenino y las feministas de Buenos Aires que fundaron el Club Argentino de Mujeres, y, por supuesto, en su amor hacia Inés. «El suyo es un amor enorme y contenido: son dos mujeres que se aman. El papel de Inés Field en la vida de Elena Fortún es el de maestra vital. Inés Field fue el gran amor de Elena Fortún y, desafortunadamente frustrado, no vivido. A Elena le hubiera gustado tener, al final de la vida, un tiempo con Inés las dos viviendo juntas. Es un amor que no se completa, que tiene un componente de sueño, es la última gran esperanza de Elena», reflexiona la hispanista. De hecho, el epistolario es un hermoso y revelador reflejo de «cómo se puede amar lo que no se tiene».
Despedida
El segundo volumen es la crónica de una despedida. Fortún, enferma de un cáncer terrible, aunque entonces ni siquiera llegó a ser diagnosticada y, mucho menos, tratada en condiciones, va viendo cómo se debilita, cómo el cuerpo la va abandonando. Pero se resiste, todavía, a habitar sólo en el dolor. Disfruta de Barcelona, esa ciudad que tanto le recuerda a Buenos Aires, y se entrega a la luz del último verano en Ortigosa del Monte. Las palabras que dedica a Field desde su cama del Sanatorio Puig de Olena, en el Pirineo catalán, son estremecedoras.
«El corazón, de la presión de la pleura, se me pone duro y le siento como una piedra en el pecho. A veces me parece que estoy aplastada debajo de una viga que no acaba de ahogarme, pero que me tiene en agonía a veces día y noche», escribe el 2 de julio de 1951. Poco tiempo después, sus amigas, con las dos Carmen Conde a la cabeza, gestionan su traslado a Madrid, donde morirá, no sin antes despedirse de Inés Field en esa última y escueta carta del 1 de abril de 1952, que deja sin acabar: «Adiós, Inesita querida. Reza por mí, reza siempre para que no dejemos de estar acompañadas. Te mando muchos besos. Tu […]».