Flaubert: el hombre que ya se carteaba con el futuro
En ocasión del bicentenario de su nacimiento, llega a las librerías ‘El hilo del collar’, una selección de la correspondencia del autor de 'Madame Bovary', a cargo Antonio Álvarez de la Rosa.

Tomó parte activa en el mundo como pensador y moralizador. O así lo procuró. «Lo único que haré será decir la verdad», escribió Gustave Flaubert (1821- 1880) a su amigo Ernest Chevalier. Tenía apenas 18 años, acababa de salir del Collège Royal de Ruán y ... avanzaba jalonado por los tirones del placer, la sensualidad y la vocación literaria. Desde muy joven, se mostró como un adelantado a su tiempo, porque ya habitaba el que estaba por llegar. Así lo percibe el lector a lo largo de las casi 700 páginas de ‘El hilo del collar: Correspondencia’ (Alianza Editorial), una antología epistolar encuadernada entre la biografía y la obra.
Con ocasión del bicentenario de su nacimiento, el catedrático en Filología Francesa y especialista en Flaubert, Antonio Álvarez de la Rosa, selecciona un conjunto elegido a partir de las más de 4.500 cartas que conforman el archivo del novelista, recopilado por Jean Bruneau e Yvan Leclerc para los cinco tomos de La Pléiade, la biblioteca de clásicos literarios de editorial francesa Gallimard. Aunque sus misivas a personajes como Louise Colet, George Sand o Leroyer de Chantepie se habían publicado por separado en algunas ediciones coordinadas por De la Rosa, el reciente volumen ‘El hilo del collar’ pretende ser la primera antología en español que incluya la totalidad de la correspondencia del autor de ‘Madame Bovary’. «Resume la quintaesencia del pensamiento del novelista, desde su niñez hasta su muerte», asegura su responsable.
La desaparición de las cartas de Juliet Herbert, la institutriz inglesa de su sobrina Caroline y su gran amor, clandestino, supone aún un misterio y un revés biográfico que han enfrentado los estudiosos de la obra del francés. En la selección realizada para Alianza, De la Rosa evita accesorio y anecdótico: «Toda antología es, por definición, subjetiva. Sin embargo, subrayo que, además de las cartas completas, en las introducciones de cada capítulo he procurado entresacar breves opiniones de Flaubert sobre muy diversos temas, para que el lector disponga de más rasgos de su retrato como persona y como creador».
Las perlas no son el collar
Las cartas están repartidas a lo largo de nueve grandes secciones, organizadas a partir de un eje temático y cronológico que cubre desde 1833 hasta la muerte del escritor, en 1880. El volumen abarca la literatura como necesidad estética; también las cuitas amorosas -que no son pocas-, sus ideas sobre el mundo, así como «el vía crucis doloroso y gozoso» que la escritura supone para él.
Antes de aprender siquiera a leer, Gustave Flaubert ya recitaba de memoria pasajes del Quijote. Su pulso intelectual con el mundo aparecerá desde muy pronto en sus epístolas de juventud, que transcurre entre su Ruán natal y París. Ya desde entonces lleva la contraria a las ideas de su tiempo: cuestiona la adoración del progreso, así como el estrabismo de la moral burguesa del XIX. Sus misivas a Émile Zola, Charles Baudelaire o Guy de Maupassant dan cuenta de la búsqueda que antepone la sobriedad al lirismo.
Sin un plan trazado, la literatura naufraga, escribe en enero de 1852 a la poeta Louise Colet , amante y destinataria de sus reflexiones sobre el oficio: «Hablas de perlas, pero las perlas no forman el collar, es el hilo». La frase sirve a De la Rosa para ilustrar tanto el espíritu de una obra literaria condensada en el título que da nombre a la antología de Alianza.
En aquellas primeras cartas a Colet, Gustavo Flaubert dedica intensas reflexiones estéticas, aunque también arroja mordaces críticas que hacen diana en el talento de su amada para la poesía y la dramaturgia. «¡Te ocurre a veces parir versos detestables! Lo mismo te ocurre en el orden sentimental. No ves», le reprocha. Las misivas, que se mantienen hasta la ruptura definitiva en 1856, reflejan el tallado de su escritura. Es, con diferencia, la correspondencia que retrata con mayor precisión sus ideas, solo superada en número , extensión y profundidad con el intercambio que sostiene con su admirada George Sand.

El viaje también escribe
Un espíritu expansivo y enciclopédico -para Flaubert hay que leerlo y vivirlo todo- lo empuja hacia el mundo en esos años. Entonces ya se cartea con Víctor Hugo, al que se refiere como «el gran hombre» o «cocodrilo», y con quien viajó por los Pirineos y Córcega durante la década de 1840. Tras abandonar sus estudios de Derecho, sufrió sus primeras crisis epilépticas y entabló amistad con el barón Maxime Du Camp. Juntos realizan un ‘Grand Tour’ que incluye, entre otros parajes, el Nilo, el Cairo, Tierra Santa, Constantinopla, la Grecia clásica o Italia. Fue un viaje de casi 24 meses -entre octubre de 1849 y junio de 1851-, del que Fernando Peña ofrece un reflejo detallado, incluidas las imágenes, en el libro ‘Flaubert y el viaje a Oriente’, publicado recientemente por Fórcola Ediciones.
Anne Justine, su madre, será la destinataria de las cartas en las que Flaubert manifiesta el éxtasis continuo ante todo cuanto consigue a su paso: esclavos, camellos, almeas cubiertas de oro, el olor a jazmín, el sol, paisajes de los más diversos colores, caravanas, siestas a la intemperie, sencillos poblados, árabes con velos y los retozos con las prostitutas, a las que dedica una buena parte de su tiempo y entusiasmo casi tanto como a la contemplación del paisaj. «Adoro el desierto, su aire es seco y vivo», dice nada más comenzar el viaje en diciembre de 1849. Dos veranos más tarde, en su interior ya carbura una voz literaria y una mirada profunda de su tiempo. «El hombre del futuro quizá tenga inmensas alegrías. Viajará por las estrellas con píldoras de aire en sus bolsillos. Hemos llegado demasiado pronto y demasiado tarde. Habremos hecho lo más difícil y lo menos glorioso: la transición», escribe a su amigo de la infancia, Louis Bouilhet, a quien dedicó ‘Madame Bovary’, su primera novela y una de sus obras más conocidas.
Bovarysmo contemporáneo
El viaje a Oriente encierra otros misterios y descubrimientos. Tres meses después de su llegada a Francia, comenzó la escritura de una de las más grandes historias que sobre el vacío y la insatisfacción se hayan acometido jamás. «Entreveo ahora dificultades de estilo que me espantan. No es asunto baladí el ser sencillo», apunta en otoño de 1851. Un lustro después, la publicará por entregas en ‘La Revue de Paris’, cabecera literaria en la que Maxime Du Camp invita a escribir a autores como Balzac, Baudelaire, y Nerval.
El drama protagonizado por Emma Bovary, esa joven de provincias y encarnación de la insatisfacción burguesa, no sólo irritó profundamente a la Francia decimonónica. También diagnosticó a la sociedad de los siguientes doscientos años. Muchos de los asombros y sentimientos de su heroína se forjaron en el éxtasis hacia Oriente, sus investigaciones sobre religión y las cuestiones morales. «Mi asunto es un asunto político. A toda costa quieren exterminar la ‘Revue de París’ porque pone nervioso al poder (…) Ha tenido ya dos apercibimientos y la gran jugada es suprimirla al tercer delito ¡por atentado a la religión!», escribió a su hermano Achille el 1 de enero de 1857. Ya para ese momento tiene un primer borrador de ‘La educación sentimental’, ‘La tentación de San Antonio’ y trabaja en su segunda novela, ‘Salambó’ (1862), para cuya documentación viaja a Túnez y Argelia.
El declive de Flaubert
A George Sand y Flaubert los separaban casi veinte años -ella nació en 1804-, y también una brecha ideológica y estética, pero eso no impidió una larga amistad y admiración. El escritor empezó detestando su obra y acabó rendido ante el talento, la firmeza y solidaridad de una mujer a la que se dirigía como «Chère Maìtre». La relación epistolar, que comenzó en 1863, profundiza en las críticas que Flaubert dirigió desde muy joven a la burguesía. «Me encuentro de una simpleza asquerosa, y a veces me molesta mucho el burgués que llevo bajo la piel», le escribió en 22 de septiembre de 1866. Seis años después, cuando aparece ‘La educación sentimental’, en noviembre de 1869, la jauría de la crítica parisina se desencadena, y salvo Émile Zola y Sand, pocos defienden esa «hermosa novela paralizada», como la describió Sartre. Fue un absoluto fracaso.
La desazón de la guerra con Prusia profundiza su pesimismo e individualismo. Tras la invasión de los soldados a su casa en Croissent y el piso de Ruán, y aunque se une a la resistencia, el novelista es incapaz de comprender la naturaleza de la contienda. Como la civilización de la que forma parte y a la que dedica el grueso de su obra narrativa, el creador de Emma Bovary habita un mundo en trance de desaparecer.
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