España mete el dedo en el ojo a la Bienal

La presencia española en la 51 Bienal de Venecia no pasará desapercibida. Santiago Sierra y Antoni Muntadas cuestionan con sus propuestas el esquema organizativo del certamen, y, por segundo año consecutivo, el rótulo del pabellón español ha sido tapado por los artistas

La Bienal de Venecia tiene más acento español que nunca. En primer lugar, por el número de artistas presentes (seis en el Pabellón Italia, comisariado por María Corral; tres en el Arsenale, que está en manos de Rosa Martínez; y uno, Antoni Muntadas, único representante del pabellón español). Pero además de por la cuota, también se recordará porque dos de nuestros artistas se atreven a meter el dedo en el ojo a la sacrosanta Bienal, con dos proyectos bien distintos, pero con similares intenciones: cuestionar y poner en tela de juicio el esquema del certamen. Santiago Sierra ya sabe lo que es levantar ampollas en Venecia. Hace dos años ponía en evidencia las políticas migratorias y cerraba a cal y canto el pabellón patrio a todo aquel que no mostrase «credenciales» nacionales. Incluso tapó el nombre de España del pabellón.

Sierra y la otra cara del arte

Este año ha dirigido sus dardos al corazón mismo de la Bienal. «Altoparlanti» no es, como nos tiene acostumbrados, una «performance» radical, sino una pieza sonora, que se ha instalado al comienzo del recorrido del Arsenale. Para ser exactos fuera de él. Una «voz en off» va enumerando las prohibiciones de la organización (no está permitido fumar, ni introducir alimentos), y las multas que conlleva saltarse dichas normas. Sierra va pormenorizando el precio de las entradas, de los catálogos, de los artículos de la cafetería... Enumera (uno por uno) los países con pabellón propio, así como los que no están presentes en la Bienal, para concluir con unos datos reveladores: los países que tienen pabellón en los Giardini suponen el 24 por ciento de la población total del planeta y producen el 83 por ciento del Producto Interior Bruto global; los que están representados fuera de los Giardini constituyen un 34 por ciento de la población y producen el 9 por ciento del PIB, mientras que los ausentes, por el contrario, conforman el 42 por ciento de la población y producen el 1,8 del PIB. A continuación, informa por megafonía de lo que cobra el presidente de la bienal, Davide Croff (190.000 euros, mientras que en la pasada Bienal cobró 75.000). Una subida, añade, que también afecta a los consejeros (de 10.000 euros de 2003 pasan a 20.000 este año).

Sierra ha querido hablar en la Bienal de la otra cara del mundo del arte (la legislación, el dinero...), que muchas veces se olvida que está presente. «Esta Bienal no es una exposición internacional -afirma-, sino de países ricos». No cree que formar parte de la bienal invalide su discurso: «No hay otro foro para hacerlo». Sus críticas se dirigen al actual esquema de la Bienal («cada vez tiene menos sentido que haya pabellones nacionales, esto tiende a desaparecer»), a los premios («es patético»), incluso a la exposición que ha montado María Corral en el Pabellón Italia («no entiendo la línea que ha seguido, es inconsistente»).

Muntadas y sus interrogantes

Por su parte, Antoni Muntadas, seleccionado por Bartomeu Marí para exponer en el pabellón español, se plantea interrogantes y una serena y muy documentada reflexión en el mismo sentido que Sierra, aunque con otra propuesta radicalmente distinta. No entiende que en un mundo globalizado se exhiba arte en pabellones nacionales, ni que una bienal artística deba convertirse en un parque temático. Hay guiños a ello en el pabellón: una pantalla reproduce imágenes de Disneylandia, Port Aventura... Con la historia de la propia bienal como punto de partida y de los Giardini como eje de reflexión geopolítica, Muntadas crea en torno a un elegante hall, que semeja la sala de espera de los aeropuertos, todo un universo teórico en torno a la globalización, el consumo cultural, los desequilibrios sociales... También él enumera (y visualiza) en «On Translation» los países presentes en la Bienal y los que no. Estos últimos, evidentemente, por razones económicas. No hay crítica, ni denuncia. Sólo aporta los datos para que el visitante se haga preguntas. De la fachada del pabellón, que dedica a Michel Tarantino, un crítico nortea-mericano amigo suyo que murió hace unos años, cuelga una pancarta con el lema: «Atenzione: la percepcione richiede impegno» (atención: la percepción requiere empeño). Eso sí, por segundo año consecutivo, la palabra España queda oculta en la fachada del pabellón. ¿causalidad? Es posible que sea otra manera de expresar su disconformidad con el esquema nacionalista de la Bienal. Habrá que esperar a ver cómo recibe la organización del certamen estas «collejas» españolas, que ponen en tela de juicio el esquema de una bienal que, con sus 110 años de vida, parece obsoleta.

La armada española se completa con las poderosas imágenes de Cristina García Rodero (retrata el éxtasis desde diversas aristas), los siempre divertidos e irónicos vídeos de Pilar Albarracín y su visión «made in Spain» del arte, cuatro estupendos grupos de esculturas del siempre añorado Juan Muñoz, y los trabajos de Tàpies, Uslé, Hernández Pijoan (presente «in extremis» por la ausencia de Donald Judd), Perejaume y Maider López. Una selección que puede ser discutida, pero es indudable que la Bienal veneciana es más española que nunca.

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