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LIBROS DE VINO Y ROSAS

«Al desnudo»

Chuck Palahniuk. Mondadori. 190 páginas. 17,90 euros.

DAVID MORÁN

Acostumbrados como estamos a ver a Chuck Palahniuk abriéndose paso a lo bruto a través de sus historias, arreándole mamporros a las convenciones y escribiendo a golpe de machete como quien deforesta el Amazonas, podría parecer que su último novela, "Al desnudo", presenta una versión algo más recatada y ligera del más temible y divertido de los escritores estadounidenses.

La idea, reforzada por el hecho de que sus dos últimas obras, “Snuff” y “Pigmeo”, dejaron a una altura prácticamente inalcanzable el listón de cochinadas festivas, ritmo endiablado y carcajadas al borde del desmayo, planea tímidamente sobre el arranque de este homenaje a la edad dorada de Hollywood, pero desaparece en cuanto queda claro que lo que aquí propone el autor de "Asfixia" es una feroz y turbia visión sobre el mundo del cine, con sus servilismos, sus miserias y, sobre todo, la cruda realidad de unas actrices esclavizadas cuya vida acaba hecha jirones en lo que la narradora de la novela bautiza como "birriografías".

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Porque "Al desnudo", es cierto, no abusa de evisceraciones, aparatosos accidentes autoamatorios ni comportamientos grotescamente delirantes, pero relata con una curiosa mezcla de ternura y crueldad la historia de Kathie Kenton, actriz pelele y coleccionista de "desmaridos" que está a punto de convertirse en protagonista de una biografía en la que su más reciente y deslumbrante amante relata su ardorosa y ficticia relación con pelos y señales. El único problema es que Kathie, un trasunto de Katherine Hepburn que Palahniuk sazona con detalles de Elizabeth Taylor, Joan Crawford y Marilyn Monroe, sigue viva, empeñándose así en contradecir el final de unas memorias en las que muere, siempre de forma aparatosa, en casi una decena de borradores diferentes.

Así, con Kathie y su amante engrasando la trama, el tercer vértice de este disparatado triángulo de Amor y Muerte lo ocupa Hazie Coogan, ayudante y, a la postre, "hacedora" de una actriz que avanza dando tumbos entre una ristra infinita de nombres y cameos estelares -todos en negrita; algunos inventados- con la que el autor de "El club de la lucha" ha querido recrear las columnas de cotilleos de la época dentro de una novela ágil como un guión cinematográfico -de hecho, toda la novela tiene la forma de guión- y rematada por la actuación hilarante y descabellada de Lillian Helman.

Es solo uno de los grandes logros de una obra en la que Palahniuk, siempre obsesivo y casi siempre brillante, anuda humor negro y situaciones disparatadas para exhibir, sin maquillajes ni retoques, las insoldables bajezas morales del ser humano y, por extensión, de esos especímenes que cargan sobre sus espaldas la inatrahistoria del Hollywood menos brillante y cegador.

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