Casanova, el oficio de amar
Su oficio fue vivir, su profesión, amar. Fue veneciano descendiente de aragoneses de pro (los Casanova), hijo de comediantes, leguleyo, seminarista, predicador tonsurado, militar, tornero, violinista, jugador casi empedernido, autor teatral, lotero, preso, espía, confidente, cabalista, masón, duelista, moroso, ilustrado (ilustradísimo, más bien), dilapidador, bibliotecario. Viajó por todos los paisajes de la Europa del XVIII (de Madrid a Moscú) y recorrió con detenimiento docenas de geografías humanas, docenas de cartografías de la pasión, docenas de mapas del deseo: Teresa Imer, Lucrezia, Marton Savorgnan, Teresa Lanti, Angiola Caroli, Henriette, Caterina Capretta, Maria Morosini, Giustiniana Wynne, Manon Balletti, doña Ignacia, Mariuccia, Guglielmina...
Trató de tú a tú a reyes (Federico II de Prusia, Luis XV de Francia) y reinas (la zarina Catalina II de Rusia), no fue juez y casi siempre fue parte, conoció a príncipes, conoció a mendigos, y acabó su vida olvidado de casi todos. Pero antes, con más de medio siglo a cuestas, en 1789, quiso dejar constancia por escrito de su existencia intensa y desbordante, de sus días (y sus noches, muchas noches) vividos a quemarropa, existencia apurada hasta el último sorbo y compilada con el nombre de «Giacomo Casanova. Historia de mi vida», más de tres mil páginas cuya versión original completa es por fin traducida al español y publicada entre nosotros por la editorial Atalanta.
Antorcha en mano
Quien ha llevado a cabo esta hercúlea y exhaustiva tarea de traducción y de las innúmeras notas al margen a pie de página ha sido Mauro Armiño. Antorcha en mano hace de guía en esta inmensa ciudad de los prodigios que son las memorias del amante veneciano. La primera dificultad ha residido para Armiño en «intentar trasladar el lenguaje directo, de relato oral, de un Casanova que maneja más o menos bien el francés; ese más o menos quiere decir que a veces su sintaxis no es muy buena, que aprendió algún término equivocadamente y siguió con el error hasta el final. Lo más difícil ha sido eso, desde luego, no salirme del lenguaje directo y de la oralidad».
Parte del camino, el biográfico, tal y como cuenta Mauro Armiño, ya había sido abierto «por los casanovistas desde los años veinte del siglo pasado, que desbrozaron todos los vericuetos y misterios que «Historia de mi vida» encierra; con su investigación trataron de responder a quienes en aquella época tenían las memorias de Casanova por una novela. Han rebuscado en todas partes, desde partidas de nacimiento hasta actas de defunción del menor de las personas citadas, y ahora sabemos de cada paso que dieron; tarea muy difícil, porque si es fácil saber quiénes fueron Catalina de Rusia o el conde de Aranda, la historia de mi vida está poblada por personas que no fueron, como ésas, históricas. He aprovechado, lógicamente, todo ese corpus casanoviano, al que he añadido algunas precisiones sobre los personajes españoles o he aprovechado estudios de última hora, como la biografía del fascinante chevalier d´Enghien aparecida este mismo año».
«Casi oral»
Escribía como si hablase, como si Casanova quisiera hechizar y seducir con su don de lenguas («hace un relato casi oral: es como si el lector estuviera pasando la tarde con él, sentados frente a frente al amor de la lumbre», dice Armiño), y lo hizo en francés, «que era en el siglo XVIII la lengua común de la aristocracia de toda Europa, mientras que su lengua materna, el italiano, aún no estaba unificado y cada República hablaba un, llamémoslo así, "dialecto" que dificultaba su universalidad».
Según el traductor de estas casanovescas memorias, Giacomo tira del hilo de su memoria «para rememorar los sucesos de su vida y para justificar su existencia, que le ha traído y llevado por las cortes y las cárceles de toda Europa. Y también rendir, desde la vejez, un homenaje a algunos de los amores más luminosos que tuvo».
Escenas de amor que en algún pasaje fueron censuradas por escabrosas en la primera versión de Jean Laforgue de principios del XIX, aunque Mauro Armiño subraye y explique que «ni siquiera eran escabrosos para finales del XIX ni principios del XX; aunque hay que tener en cuenta que la censura del XIX fue tan rigurosa y desmedida que Baudelaire o «Madame Bovary» -que hoy leen en Francia los bachilleres en clase- fueron condenados en los tribunales».
Cosmopolita, insaciable curioso, amigo del buen fogón, del buen caldo, y de la mejor cama, culto, refinado, intelectual («era un hombre culto, que tiene sus latines, y con ellos toda la cultura clásica aprendida en la adolescencia»), viajero impenitente e incansable («fueron el Destino y la Necesidad las que lo convirtieron en viajero incansable; desea conocer otros países, pero lo cierto es que siempre pasa las fronteras perseguido«), Casanova fue «desde luego un hombre de su tiempo; quizá el hombre más de su tiempo, un Ilustrado insatisfecho que busca aquí y allá los diferentes modos y las diversas costumbres que hay en casi toda Europa. Su visión del mundo era, desde luego, una de las puntas de lanza de su época».
Don Giacomo también escribió novelas y análisis literario sobre el «Ariosto», por ejemplo, y trabajó junto a Lorenzo da Ponte y Mozart en el libreto del «Don Giovanni», más rostros de este hombre polifacético, poliédrico, todo un personaje, pero no creado por él mismo a traves de estas memorias, como ratifica Mauro Armiño: «Todo su relato es verídico, no hay fabulación, salvo algunos pasajes novelescos; y no se inventa él como Casanova, porque cuando aparece por las cortes europeas todos saben quién es, qué hace y a qué se dedica, a seducir y fascinar mujeres».
La política, sin embargo, no se asoma a estas páginas, salvo de una manera circunstancial, como por exigencias del guión. «Sí, apenas si hay alusiones de tipo político -matiza el traductor de la obra-; por supuesto, echa pestes contra su Venecia natal, su patria, hasta el momento en que, ya cansado de tanto trajín, quiere volver y ganarse la confianza de un patriciado al que le había sentado como una bofetada la carcajada que recorría Europa cuando todos invitaban a sus cenas a Casanova, desde el rey Luis XV hasta nuestro conde de Aranda, para que les contase su fuga de los Plomos. Alguna alusión contra la Revolución Francesa que había despojado a la aristocracia de sus oropeles y su poder, porque además de las mujeres, lo que Casanova también persigue es entrar en ese círculo».
Relato de costumbres
Más bien y, sobre todo, nos encontramos en estas tres mil y pico páginas, «además de un relato de costumbres que ahora nos parecen exóticas pero que fueron las de nuestros abuelos de hace cinco o seis generaciones, con un manual de seducción, al menos el ejemplo palpable de los poderes de fascinación que tenía Casanova». Mito, leyenda, con qué cara, con qué credenciales ha pasado el seductor veneciano a las páginas de la historia. «Sus hechos, su visión del mundo no dan para que se convierta en un mito clásico, como Don Juan o la Celestina, él se incrusta al lado de esos dos mitos como ejemplo de la vida real; es decir, entra en el mito pero por la puerta de servicio. Casanova es un individuo que se explica, se justifica y, en la vejez, repasa los momentos trágicos, aciagos, amorosos, dulces, etcétera, de una vida nada ejemplar que resulta una afirmación de la libertad del individuo en una época en que este concepto se desconocía».
«El amor no se busca, se encuentra», escribió el poeta. Giacomo Casanova, de oficio, enamorado, de profesión, sus conquistas, lo convirtió en la empresa de su vida.
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