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Hallan una carta inédita de Jack London, autor de «Colmillo blanco», un siglo después en una biblioteca

La misiva, fechada en 1905, iba dirigida al editor del escritor y detalla los progresos de la novela

Hallan una carta inédita de Jack London, autor de «Colmillo blanco», un siglo después en una biblioteca abc

c.a.peiró

Por fortuna todavía hay vida –nunca dejó de haberlas, de eso se trata– en una biblioteca. Los empleados de una de ellas, la histórica (y pública) Pequot de Southport, en el estado de Connecticut, han localizado una carta manuscrita de Jack London en el interior de un ejemplar descartado de su leidísima «Colmillo Blanco».

Al parecer, el equipo hacía inventario con motivo del 125 aniversario del centro, y el hallazgo se habría producido en el curso de la (trabajosa) exhumación del fondo impreso. «Cuando abrimos el libro, dimos con la carta de London en el interior del volumen, dispuesta a modo de marcapáginas», relataba a «Page Six» Lynne Laukhuf, una de las voluntarias de un operativo que ya ha compartido el tesoro: la misiva aparecerá publicada íntegramente en el próximo número de la revista «Man of the World».

Y todo apunta a que el ejemplar pertenecía a George Brett, legendario editor de London, al que el autor habría escrito para detallar los progresos del que pronto sería un clásico fundacional de la literatura estadounidense. «"Colmillo Blanco" avanza y será más larga de lo que había previsto», anunciaba un entusiasta London. «No sé qué pensar de todo esto. Estoy cerca del final, creo que va a resultar un material bastante bueno».

Los primeros datos encajan. El suculento archivo personal de Brett, que incluía un manuscrito original de «Lo que el viento se llevó», se halla casi íntegro en Pequot por algún motivo, aunque la leyenda apunta a una sonora discusión del editor con uno de sus socios, un conflicto que debió desencadenar la apresurada huida de los papeles de Brett. Antes, y volvamos a la carta, London sumaba 28 años mientras el editor –a los mandos de Macmillan Publishing desde 1896– casi le doblaba en edad. En la misiva, el autor de «El lobo de mar» invitaba a Brett a engrosar una expedición rumiada desde hace tiempo por el novelista –y podemos intuir qué significaba esto para un tipo que fue marino y trampero antes que escritor. «Tal vez seas demasiado mayor para embarcarte en un viaje alrededor del mundo con un 40 de pie», deslizaba con ironía un London que explotaba el estrecho margen aventurero del urbanita Brett, establecido en Nueva York.

Las bibliotecas salvajes

Y precisamente London, cuentan sus biógrafos , nació en una biblioteca pública. Después de una infancia más working que class en Oakland y una docena de empleos de medio pelo, aquel adolescente asaltó la lectura. De allí al puente de goletas lejanas, a una fugaz estancia académica en Berkeley y las trincheras de barro del Yukon, al noroeste de Canada, en la helada matanza de aquella fiebre del oro . Como Conrad, London se sentó a escribir después de haber vivido. Y de «La llamada de lo salvaje» (1903) al antológico aprendiz de «Martin Eden» (1909), trazó la mítica de una Norteamérica remota para sumar raíces a la frondosa arboleda de Thoreau y Emerson, padres adoptivos de la genética espiritual USA. Había que internarse en los bosques y –antes o después– en un laberinto impreso. Y todo ello, como esta carta inesperada, nos vino de una biblioteca. Una pública.

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