la huella sonora
Morata, Alice y el desamparo
Ellos se separan y el verano es cada vez más siniestro. Los veía tan guapos, tan jóvenes, tan forrados, fabricando niños tan de anuncio…
La nueva guerra fría
![Álvaro Morata y Alice Campello tras la final de la Eurocopa, en Berlín](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/cultura/2024/08/17/morata-RQjDZg3BIElD48Pcwq5LnCP-1200x840@diario_abc.jpg)
Eran el último reducto de esperanza, la familia perfecta, esa estampa navideña que todos soñábamos protagonizar cuando éramos niños y nos proyectábamos en el futuro pensando que el amor iba a ser lo normal y nuestra vida un eterno domingo a la salida de misa, ... uno de esos domingos fríos y soleados de invierno en Valladolid, de los de vermú, bolsa de patatas y la felicidad inigualable de quien sabe que le quieren por lo que es y no por lo que hace. Yo los veía tan guapos, tan jóvenes, tan forrados y, sobre todo, con esa formidable capacidad para fabricar niños de anuncio… que se me cae el mundo encima. Los Morata-Campello se separan y el verano es cada vez más siniestro.
Recuerdo una foto de su familia durante la pandemia, sentados al lado de un lago. La gente se les echaba encima: «Sois unos sinvergüenzas, sabéis que no se puede salir de casa y vosotros ahí en un lago», a lo que Morata respondió que les disculparan, pero que estaban en su casa. Los tipos tienen un lago en casa. Yo tengo una bañera. Cuando Morata ganó la Eurocopa su mujer y sus hijos fueron a su lado para decirle: «Papá, eres el mejor, te queremos», algo que yo solo he sentido un día que maté una araña a principios de 2012. Yo veía a Morata, tan criticado y a Alice, tan rubia, con esa mirada como de Audrey Hepburn veneciana y esa sonrisa de granjera de Luisiana y ya me valía para seguir creyendo en el amor, en el amor de toda la vida, sin relaciones fluidas, tatuajes en el cuello ni clubes 'swinger' por O'Donnell. El matrimonio es posible -pensaba yo-, hay gente que se quiere de verdad y, sobre todo, hay jóvenes que apuestan por él sin darnos el coñazo con la nueva feminidad ni con las guitarritas esas de Hakuna. Mientras ellos estuvieran juntos el problema no era del concepto de pareja sino mío. Pero ya ven, ahora ha caído a la vez Babel, la biblioteca de Alejandría y el templo de Jerusalén y España se sume en el desamparo. Se confirma que, como decía Serrat, «nunca es triste la verdad; lo que no tiene es remedio». Más de la mitad de las bodas a las que ustedes han ido este año van a terminar en divorcio. Especialmente las que menos se esperan.
Desconozco qué ha pasado, pero sospecho que van a cometer un error. Y digo esto a pesar de ser un firme defensor del divorcio, al que personalmente le debo todo. Pero este caso es diferente. Ambos son jóvenes y pueden pensar que tienen toda la vida por delante. Y es cierto. Él pensará que siempre habrá una chica guapa -no más que Alice- y quizá viva un espejismo, al menos durante un tiempo. Por su parte, puede que ella esté segura de que en algún momento llegará un tipo 'perfecto', sin los hándicaps de Álvaro. Pero ambos se equivocan. En cuatro años Morata verá que su carrera termina y que al lado de Alice no está él sino un maromo con la mili hecha en Regulares y la suficiente experiencia como para saber que nunca hay prados más verdes. Y un poco más allá verá a cuatro chavales rubios que, además, son sus hijos. Y tendrá que soportar que el que les cura la fiebre martes, jueves y fines de semanas alternos ya no es él sino el maromo. Y Alice entenderá que los problemas, esos que iban a desaparecer sin Álvaro, siguen en plena forma. Y que, al fin y al cabo, el maromo también tiene sus cositas.
Y algo me dice que entonces ambos darían un brazo por poder volver a este agosto maldito y dar marcha atrás hasta ese día de julio en el que toda España pensó que mientras Morata tuviera a su lado esa familia, podría permitirse perder el resto de partidos de su vida. Y aun así seguir siendo el verdadero ganador.
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