'Hergé. The Exhibition', las caras ocultas de un artista
La exposición del madrileño Círculo de Bellas Artes revela al público español facetas insospechadas del padre de Tintín

Entre 1925 y 1940 aproximadamente, antes de la guerra, Hergé fue un trabajador infatigable y dibujó la mayoría de sus creaciones absolutamente solo. En 1928/29 ideó a su más célebre criatura, Tintín, pero no se centró en eso. Historietas, sí, pero también ... infinidad de ilustraciones para libros, prensa, revistas, moda, publicidad, tarjetas postales, calendarios, cabeceras y logos, aparte de retratos a Germaine, su primera mujer (vestida y desnuda) y a su gato siamés.
En las ilustraciones utilizó prácticamente todos los estilos: realismo, cubismo, minimalismo, art décó, grafismo de chiste, etcétera. En lo que más vocación se le notaba era en la publicidad, que le permitía una búsqueda de la eficacia inmediata, ponerse al servicio de una necesidad. Siempre declaró que para él «las leyes» no eran opresión, sino más bien liberación, ir directamente al meollo de la cuestión.
La publicidad le permitía todo eso, un grafismo más geométrico e idiomático. Sentía verdadera pasión por las letras, que diseñó siempre (también en la edad de oro de Tintín) con gran esmero y buen gusto, y con hallazgos lúdicos. También realizó los encargos o proyectos publicitarios prácticamente sin más ayuda que la de un amigo, José De Launoit, pese a la firma Atelier Hergé, que podía presuponer una gran estructura: jamás abandonó a Hergé el concepto artesanal de los oficios.
Tintín, ¿un retroceso?
Si comparamos sus trabajos inmediatamente anteriores con su primera historieta de Tintín ('Soviets'), en general el dibujo de aquéllos nos puede parecer netamente superior a ésta. No nos equivoquemos: primero, en 1929 Hergé casi estaba «creando» un lenguaje: el de la historieta. Segundo, el maestro belga estaba luchando por aprender a narrar, a contar por encima de todas las cosas. Tercero, economizar era su lema, con historias que entonces eran de entre 120 y 140 páginas, por fortuna en blanco y negro y con tramas grises mecánicas, pero con un plazo de entrega infernalmente rápido, el que le exigía la prensa para la que trabajaba.
Hasta 1937-38, entre 'La Isla Negra' y 'El cetro de Ottokar', nuestro artista y narrador no conseguiría estabilizar su estilo tintinesco de «línea clara», estilo que yo me esforcé en delimitar y definir quizá demasiado estrictamente en 1984, en la revista 'La Luna de Madrid', un año después de la muerte del maestro. Un estilo que desarrollaba un trazo lineal sin abandonar la curva, un trazo más bien neutro y relativamente uniforme, es decir, casi lo contrario a sus realizaciones fuera de Tintín y de sus otros cómics. Una joya en este sentido es la primera versión inacabada- de 'Tintín en el país del oro negro' para el suplemento infantil 'Le Petit Vingtième'.

El estilo de Tintín, como vemos, fue diacrónico y evolutivo y, hasta bastante después de 1940, cuando Hergé ya no trabajaba solo o casi solo, sino junto a Edgar-Pierre Jacobs en decorados a lápiz y color -eventualmente también con Alice Devos, Guy Dessicy o Monique Laurent-, no encontró su verdadera estabilidad y apoteosis de elegancia y precisión ('Las siete bolas de cristal', 1947). En esta etapa, Hergé prácticamente tiene cómo huéspedes casi exclusivos de su cabeza y de sus manos a Tintín y Milú, abandonando incluso al resto de personajes de sus magníficas otras series (Quick y Flupke, Jo, Zette y Jocko...), que sin embargo sí asoman sus siluetas, como es de justicia, en la muestra que se inauguró el 5 de octubre en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Es un Hergé sin colaboradores y sin estudio, o apenas, el que se cobija en Madrid, y antes en Lisboa, y antes en Shanghái, y todavía antes en París, y antes en el mismo Museo Hergé de Lovaina la Nueva...
La sorpresa de lo multiforme
Podremos asistir en esta muestra, pues, a un festival de formatos, materiales, géneros y estilos que, al menos en un 50 por ciento, aparte de suponer un descubrimiento para el visitante, son el reverso de los 'Tintines' posteriores a 1940.
En particular, ya lo hemos dicho, los trabajos publicitarios suponen una fascinación para el espectador por su componente puramente gráfico más que compositivo o narrativo, y por su fuerza visual y tipográfica. Si el número de realizaciones fuera más amplio, Hergé y su cómplice del Atelier podrían ponerse en parangón con los grandes del cartelismo publicitario. Podemos ver en ellas antecedentes de las portadas de Tintín, un futuro verdadero reclamo, de su inmediata legibilidad y reconocimiento, incluso del poder de sugestión.

Tintín por supuesto también nos seduce en este festival, pero más concretamente en su lado inacabado; de proceso, de búsqueda, con menor depuración: los bocetos a lápiz para los álbumes, un verdadero laboratorio cuasi expresionista, donde diríase que el trazo furioso tiene, sí, sombra. O los coloreados para las pruebas de imprenta gris-azuladas, en el que el trazo tranquilizador del acetato ha desaparecido precisa y eventualmente.
Golpe final (y teatral) de lo no figurativo
Desde comienzos de los años 60, después de varias crisis anteriores, Hergé se siente avasallado por Tintín y sus compromisos editoriales. Cree encontrar una vía espiritual y liberadora en el arte abstracto o al menos en lo no estrictamente figurativo. Toma clases de pintura (más teóricas o filosóficas que prácticas, como era natural), asiste a galerías de arte contemporáneo... y se pone él mismo a pintar, con influencias claras, principalmente de Miró y Dubuffet. Aquello no dura mucho, pero sí lo suficiente como para que el Museo Hergé prácticamente comience el recorrido de estas exposiciones con esta faceta casi última del Hergé desilusionado.

De momento, el espíritu Tintín parece haber abandonado a su creador. Estas penúltimas creaciones hergianas comienzan por ser expresionismo abstracto o casi. Aguardemos.
Hergé, coleccionista de arte contemporáneo
Pero Hergé comienza a coleccionar y las tendencias del arte de los 1960 no son tan expresionismo abstracto como en los cuadros de los maestros. Así que su propia pintura se dulcifica y sobre todo se desnuda de artificios. Comienza a coleccionar fundamentalmente pintura a su alrededor y también en sus estudios.
Empieza por tener una serie de serigrafias de Liechtenstein a partir de 'La Catedral de Rouen' de Monet. ¿Es la nostalgia de su antiguo mundo de papel impreso, de píxeles, pruebas y proezas de las artes gráficas? Seguidamente se compra un Poliakoff, enamorado de las planas de color. Para acabar en un minimalismo ascético y al tiempo de una cierta violencia: unas líneas en diagonal en un lienzo -sin posible 'horror vacui'- que en realidad son dentelladas como de cuchillo que rasgan. Este cuadro de Fontana- de una gran depuración- invita a Hergé a la contemplación y reflexión perpetua.
Hubo bastantes más artistas en la colección de Hergé. Algunos de ellos nos acompañarán simbólicamente en el Círculo de Bellas Artes.
Conversaciones con Juan Manuel Bonet
Desde mi libro sobre Hergé publicado en 1988 vine señalando su querencia por el escultor Berrocal y su relación personal con el pintor Mompó. Con este último llegué a hablar por teléfono un par de años antes de fallecer Hergé, porque oí decir que ambos creadores se intercambiaron obra. Aparte de esto mismo, Mompó me notificó que su hija Mónica tenía un precioso boceto de Hergé para Tintín.
Me pareció hora de intercambiar información y establecer sobre todo diálogo con Juan Manuel Bonet, que no sólo ha escrito y conferenciado sobre Tintín y Hergé -fue uno de los primeros en hacer crítica de mi ensayo tintinesco-, sino que conoce como nadie a los artistas españoles contemporáneos.
-Sí- me dice-, Hergé tuvo obras de Berrocal y Mompó, y es una lástima que, mostrando la expo del Círculo de Bellas Artes algunos de los artistas de la colección del belga, no se hayan podido traer las obras específicas de estos dos españoles, las obras que pertenecieron al dibujante.
Hace poco fotografié, en casa de la familia de Berrocal cerca de Antequera (un verdadero museo) una dedicatoria del padre de Tintín en el libro de oro que fuera del escultor. Y en mi época del Cervantes de París, hice una exposición de Mompó donde puse dos obras que habían sido de Hergé. Y expuse un original de 'Vol 714 Pour Sidney', que Hergé le había regalado, y que en efecto posee la hija. Visitando con su directora el Museo Hergé de Lovaina la Nueva, les conté esto, y me dijeron (ella y un representante de Moulinsart) que no conocían su obra. Un rato después, nos encontramos en el recorrido con un Mompó, mal catalogado como Alechinsky; me dijeron que la cartela era de una obra que se había sustituido...
-Qué curioso- contesto a J.M. -Sería magnífico que me consiguieras las fotos de las obras de Mompó y Berrocal que el dibujante tuvo en su casa o en su estudio. Otra cosa: ¿Los cuadros no figurativos de Hergé no son un poco 'pastiches'?
-Yo no sería tan severo con sus tentativas, que tienen un punto entre Herbin y Vasarely que no me disgusta. Precisamente en su faceta de coleccionista se apasionó por artistas como éstos o Jean Dewasne.
-Me parece curioso que Hergé, el dibujante «controlado», hiciera abstracciones expresionistas.
-Me atrevo a corregirte sobre ese calificativo. No son tan «expresionistas». Son más bien geométricas, aunque de una geometría con curvas. 'Cool', dirían mis hijos. Entre Vasarely y Dewasne, y algún cuadro en 'Tintín y los Pícaros' va por ahí...
-¿Sabes que Hergé dejó de pintar enseguida, alegando que «no podía ser un artista de los domingos»? Metió sus cuadros en un trastero, no sin antes regalar a una asistenta suya, latina por cierto y a la que estaba muy agradecido, un par o más de sus obras. Recientemente se subastaron. Conservo una esquela de Hergé de un par de días después de su muerte en la que una tal Madame Sanz Suárez ruega una oración por su alma...
-Creo que era española, Juan.
-Puede ser. Volviendo al expresionismo en sus abstracciones, yo creo que fue un expresionismo de inicio que enseguida derivó a la geometría, desde luego, y después a una cierta desnudez, igual que en las obras de otros pintores que fue adquiriendo para su colección.
Vuelta al origen
Porque Hergé fue casi un sage místico y asceta, un contemplativo, al menos en su última etapa. El cuadro de Fontana del que hablamos, puro y abrupto a la vez, le representaba muy bien.
Apasionado y casi mecenas del arte, acabó por hacer una parodia de sí mismo en el álbum inacabado de 'Tintín y el Arte-Alfa', una historia sobre falsificadores, claro que sí, pero sobre todo sobre la superchería y devaluación del arte actual. El Arte-Alfa es en esencia un juego sobre las letras del alfabeto. Es la letra de sus inicios publicitarios la que devuelve a Hergé a su personaje Tintín...
En esta obra larvaria, Tintín está a punto de convertirse en escultura, objeto del arte. Hergé había vuelto a Tintín, y, al tiempo, ambos por fin habían acabado.
Juan E. d'Ors fue el autor de la primera monografía y manifiesto sobre Hergé en España (1988). Adaptó y dirigió el doblaje español de la serie de dibujos animados de Ellipse sobre Tintín (1992-93). Fue la voz del personaje principal.
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