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ABC Cultural

Hans-Peter Feldmann se parte de risa

El Museo Reina Sofía abre la temporada con una exposición antológica de Hans-Peter Feldmann, donde el sarcasmo se sirve en frío y en caliente

ABC

Javier Montes

Feldmann engaña. Parece sencillo y es muy complicado. Parece fácil de masticar y está lleno de espinas. Parece narrativo y ofrece algo opaco. Parece impersonal pero cuenta cosas muy íntimas. Luce directo y acaba siendo oblicuo.

Y (esto es lo bueno, o lo malo) viceversa respecto a todo lo anterior. Cuando se agrupa en exposiciones al uso, su trabajo proporciona algunas de las experiencias artísticas más inquietantes que uno haya tenido en bastante tiempo. A pesar, o quizá seguramente por culpa de su apariencia accesible, es difícil no recorrer las salas como quien sabe que bajo el prado y los árboles de un paisaje inofensivo hay sembradas muchas minas.

En ese sentido, desde luego, su trabajo funciona. La ronda de rutina por el cubo blanco, los sustos convenidos y las transgresiones a la violeta de tantos artistas críticos con la institución-museo se vuelven aquí, bajo una apariencia de simpatía engañosa, en realidad más salvaje. Se huele en el aire que detrás de los chistes risueños alguien no se anda con bromas. Hemos oído algunas veces ya antes lo de la ruptura con el Sistema Arte, lo de borrar las fronteras de alta y baja cultura. Pero ante lo que hace Feldmann realmente, al cabo de un rato, nota uno que la camisa no le llega al cuerpo y oye sus propios glups y casi el leve crujir de sus sonrisas heladas.

Es difícil resumir su trabajo o listar lo que uno puede encontrarse en una retrospectiva como esta. Hay series de fotos banales y colecciones de portadas de periódicos del 11 de septiembre de 2001. Hay vitrinas con objetos cotidianos elevadas a gabinetes de maravillas y estatuas de escayola de jardín pintadas. Hay una pequeña instalación de un dormitorio recién abandonado por su ocupante (ojo a las dos cerillas en el cenicero, junto a la única colilla) y una gran foto de su biblioteca al estilo de los mil «Strufsky» (Struth-Ruff-Gursky, ya saben) de Düsseldorf. Hay un repaso a las mil edades del hombre (y la mujer) a partir de cien fotografías de amigos y conocidos, cada uno un año más viejo, de cero a cien. Hay un compendio en fotos de toda la ropa de una mujer, hay un retrato de Jacques Tati. Por supuesto que Tati: el ultra seco humor deadpan de Feldmann deja cortos los gags más metafísicos de Playtime .

Neurosis de coleccionista

No sigo: basta para hacerse una idea de que la voracidad visual y productiva de Feldmann se encamina a la enciclopedia china de Borges . En realidad, toda ella funciona por acumulación de elementos heterogéneos, niega la idea misma de «estilo» y gira en torno a la idea obsesiva, frustrante, frustrada, de la enciclopedia, el compendio, la colección, la serie. Por seguir con Borges, planea sobre todo esto el motivo dominante de nuestro tiempo: el sueño/pesadilla del mapamundi a escala 1:1.

Jura Feldmann en su charla con Kasper König : «Aunque no hubiera mundillo del arte, seguiría recortando fotos y pegándolas en algún sitio.» Eso decimos todos de lo que hacemos para ganarnos la vida. Y curiosamente, suele ser verdad. Sin embargo, es particularmente cierto en este caso: uno verdaderamente clínico de esa neurosis del coleccionista que hoy día todos padecemos en mayor o menor grado. La pulsión de quien fotografía lo que ama para conjurar el peligro de su extinción, la de quien goza el placer contradictorio de acaparar y exhibir, celebra cada hallazgo y lamenta que lo aproxime a la clausura definitiva de la colección. Sólo acaba, claro, con la muerte: no sé si soy el único para quien la obra de Feldmann tiene un perfume funerario.

No extraña que Harald Szeemann lo llevase a su mítica Documenta 5 , que se centró en la relación conflictiva del mundo y de sus imágenes y abrió la puerta a la tromba de nuevas categorías de representación: el kitsch , la publicidad, las imágenes en la era de su reproductibilidad instantánea y masiva.

Perfume funerario

En esas sigue este anti-artista, porque si Feldmann engaña, lo hace a la fuerza : para recordarnos que también, y sobre todo, engañan las imágenes con las que nos relacionamos a diario y sin mirar dos veces.

Desde finales de los noventa, recuerda la comisaria Helena Tatay en el catálogo, va a más la atención por su trabajo. En parte porque Feldmann ha estado más atento a esa atención: participa en más exposiciones, accede a más catálogos, se hace algo más visible. Pero también porque el asunto fundamental que le ocupa se nos ha vuelto apremiante y casi angustioso: la inundación de representaciones, la aspiración a un compendio total de todo lo que existe, la inercia insensible que, a poco que nos descuidemos, nos lleva a encontrarnos en la faena de armar inagotables –y agotadores– archivos de Favoritos.

En su día, Feldmann creó una pieza llamada Una libra de fresas . Todas las fotografías de las fresas individuales que caben en una libra de fruta. Son y no son lo que dicen ser: esto es y no es una libra de fresas. Es, claro, un poco el recuerdo de aquel recuerdo (y cartel de Peligro) que pintó Magritte: la imagen de la pipa sigue sin ser la pipa misma.

Lo que sucede es que, cada vez más, vemos emborronarse los términos de la comparación. Quizá Feldmann advierte que se acerca el día en que olvidaremos la forma de articularla. O que la comparación misma era posible.

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