Perlas y talibanes

Había un chico al fondo que miraba con descaro, todas se han dado cuenta y te miraba a ti. Se plantó ahí de frente como intentando descifrarte sobre el fondo negro de los siglos y el misterio. ¿Cómo te llamarás? ¿Qué edad tendrás? ¿Habrá un novio que te espere cuando salgas de aquí? Podrías llamarte Betje, Lissa o Angelien, pero yo digo que te llamas María porque aunque los Países Bajos se acaban de independizar de España hace poco más de quince años, todavía quedan católicos allí. La realidad es que a ti esto de la independencia te da lo mismo, la Paz de Westfalia o quien haya ganado, tú lo único que quieres es que te dejen ser joven un rato más.

Pides a Vermeer que te haga una foto para recordar esta noche, para no olvidarte, pero le sale un retrato, porque los pintores son así. Sobre todo los del siglo XVII. Lo mismo le ocurre a Velázquez con la familia de Felipe IV. Y menos mal porque la verdad es que con el flash nadie sale bien. La noche es densa, todo es un claroscuro con fondo ya muy negro y tú. Sólo tienes ganas de llegar a casa. Lo último que te apetece es que dos activistas del clima te asalten, te manoseen y te ataquen. Dos sobones que te gritan algo del CO2, del fin de la capa de ozono, el chuletón de ternera y los osos polares, cuando tu lo único que quieres es que te dejen en paz.

Te ríes de los talibanes que destrozaron los Budas en Afganistán en dos mil uno. Nos invaden los bárbaros y hace tiempo que no vienen de fuera, los parimos aquí. Sabes que algunos chicos se ponen patosos cuando beben, pesados: igual con las mujeres que con el clima. Pero esto de que se peguen con Super Glue a ti –o a Monet le arrojen puré de patata– empieza a ser como para decir que se pare el mundo, que yo me bajo aquí.