reportaje
Flamencos 'out of context'
música y ocio
Se ha viajado mucho y vivido como si las semanas tuvieran días entre los días que no cuentan en el almanaque de cada cual, por eso es tan caudaloso el anecdotario

El tiempo es una magnitud que hace coincidir gente que no se espera. Esto tiene como resultado un abanico de escenas insólitas producidas a lo largo de la historia. En el flamenco, arte al que se le atribuye una larga tradición revestida de cierto salvajismo ... idealizado, los encuentros destilan alta comedia cuando los protagonistas abandonan por un momento su contexto. Se ha viajado mucho y vivido como si las semanas tuvieran días entre los días que no cuentan en el almanaque de cada cual. El anecdotario, por tanto, es tan caudaloso como los repertorios por malagueñas de Chacón o los poemillas vertidos a los ríos para convertirlos en piropos por bulerías. Una cuenta de Twitter, Flamenco Out Of Context, se nutre de ello a través de breves clips en los que se perfila el lado surrealista de esta cultura.
José de la Tomasa, por ejemplo, hubo de subirse a una de las torres del Alcázar de Sevilla en la Bienal de 2016 para inaugurarla con una toná. El problema, en tal caso, fue que sufría de vértigo. Entonces recordó la vez que el representante Pulpón lo contrató de joven para actuar en una tómbola en la feria de un pueblo: «Yo hacía mis cosas, por soleá, por seguirilla, y cuando se llenaba la cola me callaba, después volvía a empezar. ¿Dónde tiene uno que subirse pa 'trincá'?». Tomasa, cantaor ortodoxo que escribe sus propias letras, también trabajó otros contextos cuando en los 70 se fue de gira con el grupo de rock Triana. Él cantaba al principio de cada concierto, como telonero, para esclarecerle al público de dónde venía aquella música extraña. Y el público, claro, se cabreaba ligeramente porque no había ido con la intención de escuchar un martinete. Entre tanto, él procuraba no extenderse demasiado para no encender en exceso al personal.
Sardinas en el somier de un hotel de lujo
Pa 'trincá', también, muchos se marcharon hasta Japón aquella misma década. Pepe Habichuela se casó con la bailaora Amparo Bengala, dijo a la familia que se iba a Tokio unas semanas para no provocar un gran rechazo como punto de partida y se quedó allí un año trabajando en un tablao. No encontró tiempo ni fuerza para probar el sushi, comida que mucho después recibió con buenos ojos en España, ya entre hijos y nietos.
Por este motivo, el gastronómico, las fundas de guitarra han robado jamones en exposiciones universales y los somieres de cama de los hoteles han servido de parrilla para hacer sardinas. Esto fue idea de Carmen Amaya, alojada en la suite imperial del Waldorf Astoria, en Nueva York. El lujoso hotel quedó apestado por la improvisada espetada de una bailaora que revolucionó la industria y los descansillos. Fueron, al parecer, un par de kilos o tres de sardinas que había comprado en un mercado los que asó con el fuego hecho con la mesilla de noche y otros muebles.

La Fernanda preguntó que dónde quedaba Utrera al subir el Empire State. Y Camarón, ay, el de la Isla, que «quién es este negro». Lo hizo al término de un recital en el Casino de Montreux, a la orilla del lago de Ginebra, en 1991. El negro era Quincy Jones, productor de Michael Jackson, Frank Sinatra, Ray Charles, Milas Davis y otros tótems que andaba loco con el metal de aquel gitano que hablaba poco, pero lo decía todo al entonar.
A Camarón 'out of context' lo hemos paladeado con Ana Belén cantando por rumbas en 'Amor de conuco'. También en la película 'Casa Flora' bailoteando con los hombros sobre una moto mientras hace 'playback': «Sere, Serenito, guarda el pito y no me tomes por ladrón, pito, pito, pito, pito, pon», dice mientras transcurre cerca de la Puerta de Alcalá y simula robar una cartera.
Manuel Agujetas le cantó por bulerías a la casa real: «De los árboles frutales/me quedo el melocotón./De los reyes de España/Juan Carlos de Borbón». Toma un piropo a compás de tres por cuatro. Y es que los elogios también han causado situaciones insospechadas. Pollito de California no sabía ya qué jalearle a Camarón después de varios 'oles' y 'vamos allá'. Haciendo palmas y falto de una idea mejor, se le escapó un '¡guapo!' con acento californiano que desató el vuelo de una zapatilla por parte del de San Fernando, así como la expulsión inmediata del estudio de grabación.

Antonio Torres El Chato, un francés de Málaga, dice haber estado en uno con los Scorpions, después de coincidir en un concierto en Grecia, pero no recuerda en qué disco incluyeron su quejío. Si alguien encuentra por ahí una voz cruenta, póngase en contacto. Manuel Molina se juntó con los hippies de los 60 y salió cantando flamenco rodeado de rockeros; en la Sevilla de entonces, melenudos. Y ahí está el 'El garrotín', de Smash, como rareza de cierta popularidad. Carrete de Málaga, filmando el pasado año un documental por América, actuó en plena calle de forma prácticamente improvisada con un saxofonista: Tim Ries, el de los Rolling Stones. Y así sucesivamente las barreras se han derribado: José de los Camarones ha sido modelo de Gucci.
Fuego amigo
Jota, de Los Planetas, le mostró a su paisano Enrique Morente, no sin apuro, unas grabaciones delSr. Chinarro para que colaborase en alguna. Si le encajaba, claro. Lo hizo con miedo, vaya a ser que todo le parecería una bazofia. El granadino, sin embargo, aceptó participar en 'El rito', pues intuyó cierta poesía en los versos «Que se marchen las mañanas/hacia el mes de abril». Cuando Antonio Luque, de Chinarro, escuchó su texto en boca de Morente, preguntó: «¿Hemos utilizado el mismo micro?». El disco se titula 'Fuego amigo', como todas estas anécdotas.
A Calamaro El Cigala le parece demasiado bohemio: «Hay que entenderlo cuando no llega a su hora», comenta con acento porteño. Farruquito, ante el teatro de la Maestranza abarrotado, lo excusó de esta manera: «Diego se ha quedado ensayando». Rafael de Utrera presentó el espectáculo 'Roto' con el pintor Paco Pérez Valencia y el pianista José Miguel Évora en mitad de una saliña sanluqueña, entre el todo y la nada. Y también un piano, el de Joaquín Pareja Obregón en 1988, cayó al río Guadalquivir mientras el artista actuaba suspendido a diez metros de altura. Eran las cuatro de madrugada, él tocaba, la grúa cedía y el público del Abades se tiraba al agua en su rescate. Tiempo después agradecería el gesto de los espectadores: «Sevilla no dudó en lanzarse para salvarme», comentó a ABC.
El descontexto ha sido el lugar de recreo de los flamencos: José Menese llegó a Madrid en moto desde La Puebla de Cazalla. Iba de paquete con el dibujante Chumy Chúmez y tardó dos días. Otro ejemplo de carretera: el Nano de Jerez recibió dos bicicletas por cantar en una peña flamenca y no dudó en traerlas de vuelta. Eso sí, en su diminuto Seat Arosa junto a un periodista y el guitarrista Eduardo Rebollar, que se encajó como pudo. Rebollar, también con el Nano de Jerez en otra ocasión, de shopping, aconsejó sobre estilismo. «¿Cómo me sienta esta chaqueta?», preguntó el Nano, así como embuchado. «Para picador te va de lujo».
El flamenco se explica a sí mismo cuando los contextos, el de dentro y el de fuera, se unen: en un camerino, el mismo Nano le preguntó a José de la Tomasa, por lo que fuera, que cómo le gustaba hacer el amor. «¿A mí?», respondió, «frutado». «Eso cómo es», se extrañó el otro. «De higos a brevas». Ser flamenco es dejar la risa a la espalda para jugar a morir por seguirillas justo después, en el escenario. Caminar con la pena cabal de la alegría por un mundo en el que solo reverdece lo ingenioso. Pasearse así por la historia. Silbando, con una mano en el bolsillo antes de triunfar por los grandes teatros. Es quizá esa la mayor de las humildades: la de no tomarse a sí mismos demasiado en serio.
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