El fin de la folclórica, mujer rica de aventura
Han sido mujeres de valentía, en general, y han llevado una vida con copla de albedrío, en el escenario, y más allá del escenario, remontando una España negra y adversa, que es la que les tocó, en principio. Hay cierto feminismo en nuestras folclóricas de siempre, si buscamos bien, un feminismo de escote, poco o nada buceado
Muere Carmen Sevilla, adiós a una estrella de cercanías

Tuvo Carmen Sevilla un deneí donde pone María del Carmen García Galisteo, pero de este detalle dejó ella de acordarse, hace ya mucho tiempo. En esta semana, se la llevó el alzhéimer implacable, pero antes se la había llevado el silencioso apartamiento. Carmen resultó ... un tormento de belleza, un esplendor con el pelo suelto, un mérito de alegría profesional.
Más allá de resolver la crónica de una famosa tocada por un mal irrebatible, procede levantar aquí el homenaje a una vida, la suya, y también de otras mujeres semejantes, unas vidas bajo el flash único de la folclórica, que es una estirpe ya en remate de extinción, o casi, salvo los casos desflecados de Pantoja, o Lolita, si me apuran, dos o tres ejemplos de los ecos del folclorismo último, y poco ejerciente, que ya es un poco o un mucho un folclorismo 'light'. O sea, otra cosa.
Con Carmen Sevilla, yo hablo de Sara Montiel, de Rocío Jurado. Incluso de Marujita Díaz. Hablo de Concha Márquez Piquer, o de Marifé de Triana, allá en el fondo del linaje. Hasta acabar o empezar en Lola Flores, que enseguida lo ponía todo perdido de lunares. Folclóricas, lo que se dice folclóricas, ya van quedando pocas, o ninguna, porque van de pronto al trullo marbellí o les llega la devastación de la memoria.
La palabra folclórica se usa a veces bajo timbres despectivos, incluso insultivos. Pero están en la folclórica los volantes de la rebeldía, el tablao a todas horas del desacato. Y, naturalmente, la raíz en lo popular. Han sido mujeres de valentía, en general, y han llevado una vida con copla de albedrío, en el escenario, y más allá del escenario, remontando una España negra y adversa, que es la que les tocó, en principio.

Hay cierto feminismo en nuestras folclóricas de siempre, si buscamos bien, un feminismo de escote, poco o nada buceado. Han logrado vivir de artistas, una profesión de mala o pésima fama, sobre todo cuando eran jóvenes, en unas épocas de doble moral y sopicaldo de convención. Disputaron el criterio a las familias, ganaron sus cachés, se casaron y descasaron. La que se hacía artista es que iba para distraída, o lo parecía. Pero, en rigor, estas mujeres bravas solo querían el airón de la libertad, durante la vida peleada y dura y difícil, y de mucho escaparate.
Carmen Sevilla es sencillamente la hermosura a la que le has puesto el visonazo de cóctel, que viene a ser el otro mercedes de las que han triunfado, el mercedes que te dejas puesto para pasear la fiesta, cuando ya has dejado el mercedes propiamente dicho, y con chófer, en la calle. Lola Flores hizo un género, de sí misma, y enseguida le salía por el escote la gitana de jaleo, pero una gitana con el bronceado perpetuo de codearse con los ricos.
Rocío, Carmen, Maruja, Sara, y Lola
En ellas está el oropel de la rebeldía, la poesía de las ganas de lo prohibido. A saltos entre un marido y otro, que a veces era el mismo marido
Lola practicaba el faraonismo de su talento, y gastaba toda esa joyería de bulto que se ponían las 'miarmas' oficiales, cuando se iban de fiesta. Estas artistazas, cuando salían, sólo se dejaban en casa la caja fuerte. Porque eran mujeres de caja fuerte y corazón contento. Lola no bailaba o cantaba mejor que el resto, pero era Lola Flores. Rocío Jurado no fue sólo una folclórica, porque del folclorismo logró otra cosa, con mucho desperezo de túnicas barrocas, con mucha teatralidad de brazos al cielo, con mucho mestizaje de desgarro flamenco.
Era exagerada, y en el exceso anclaba su mejor medida. Da un poco de pudor citar a Sinatra, pero hay que hacerlo: «Yo no vendo voz, vendo estilo». Pues con Rocío viene a ocurrir lo mismo, sólo que ella tiene una voz de voltaje de terciopelo. La imitan los travelos, y las marujas y los flamencos la escuchan todavía como si le rezaran. Sara Montiel fue una Marilyn del molino, y Marujita Díaz era una alegre del sur que en sus últimas temporadas se pluriempleó penosamente de gogó de la telebasura.
Pero en su vida sacó un rato para casarse con Antonio Gades, un ángel con jersey de obrero. Creo que ya sólo con esto merece un recuerdo solvente. Maruja jugó mucho el guion de íntima amiga de Sara Montiel. Intima, pero no tanto. Eso, según. Las dos se aplicaron en un largo noviazgo sin noviazgo, hasta que en algún momento se tiraron los mutuos lunares a la cabeza. Quiero decir que Marujita Díaz hizo 'La Revoltosa', o 'La Cumparsita', y cantó 'Banderita', pero ahí estaba sin perder el compás de los avatares biográficos de Sara, tan grandiosa.
La una lloró por la otra, a veces, y otras veces sacaban el colmillo finísimo de improvisar el sainete público del mutuo sarcasmo. A Sara le enseñó el arte de fumar puros Ernest Hemingway, o al menos a esa anécdota nos convidaba siempre ella misma, cuando no contaba, además, que le hacía huevos fritos a Marlon Brando. Hablamos de la época remota de Hollywood de Sara, cuando cobraba en «dólar USA», por decirlo a su manera vacilona y extranjerizante.

Ha sido una sioux de la Mancha, y en Los Ángeles no vio su sitio, aunque le dio tiempo a casarse con Anthony Mann, a la que ella aludía como 'Anzoni'. En algunas temporadas, nos convidaba a cuatro forajidos de diverso oficio, por su cumpleaños, y le ponía a la charla mucho idioma de mover lento las manos de abultada joyería. Celebraba cumpleaños para fumarse un puro ante un fotógrafo. Tenía una cabeza de majestad, y cumplió varios matrimonios como un trámite previo a los divorcios, salvo con Pepe Tous, que fue el amor.
Rocío Jurado se vino de pobre a conquistar Madrid, del brazo de su madre. Su padre era zapatero, y la Piquer le dio portazo cuando Rocío, jovencísima, la visitó en su casa de la Gran Vía, porque cantaba sus temas. Se hizo estrella enseguida, en el tablao El Duende. Casó con un boxeador, Pedro Carrasco, al que querían los matones y los poetas, y luego fue a su funeral, del brazo de su segundo marido, Ortega Cano, con pena de viuda verdadera.
Atletismo del porque sí
Rocío, Carmen, Maruja, Sara, y Lola. Todas han llegado a practicar en algún momento el atletismo del porque sí, la obstinación de la muchacha fija en la norma de hacer siempre lo que le da la gana. Todas han seguido la vida de la artista. Decían la palabra artista con énfasis de orgullo. Son mujeres que salieron «ricas de aventura», por expresarlo en relámpago de García Lorca, que algún momento tuvo de folclórico. Lo mejor sobre Lola Flores me lo dejó dicho Joaquín Sabina: «Lola Flores es nuestro Mick Jagger».
Efectivamente, Lola se gastaba una cosa rebelde, surrealista y a contracorriente, como de Rolling Stone de Cádiz, incluyendo la voz de entornada ronquera, que no deja de ser otra singularidad de la desobediencia, o bien otra desobediencia de la singularidad. Lola va desde sus amores broncos con Manolo Caracol, de zagala, hasta la boda de Lolita, donde acuñó aquello inolvidable de «si me queréis, irse».

Lola va desde el reportaje en 'Interviú', un desnudo con la melena en llamas y los senos de bronce, hasta sus programas de televisión, como presentadora y entrevistadora, donde decía a veces a la redacción que estaba harta de que le llevaran «filósofos». A Lola la sacabas del tablao y las juergas concéntricas, y todo le sonaba más bien a filosofía. Pero recitaba a Lorca con un hechizo único. Lola va de Lola a Lola Flores. Y al revés.
Rocío, al final, cruzó los mares para exiliarse a solas con su cáncer, pero aquí, en la alegre España, siguió cantando a diario, como siempre, por taxis y patios, por atardeceres y Andalucías, porque no la retiraron los diagnósticos, ni tampoco, después, la muerte misma. A Rocío, y a Sara, y a todas, las han imitado mucho los homosexuales, quizá porque a estas mujeres no hay mujer que la imite. Sara no perdió nunca el oficio de la autoparodia. Más o menos, hizo lo mismo Marujita, aunque acabó de prehistofolclórica, de bisabuela de plató de Pamela Anderson.
A todas las han imitado mucho los homosexuales, quizá porque a estas mujeres no hay mujer que la imite
Carmen Sevilla, la última en pie, se ha ido apagando hacia el olvido de sí misma. Pocas cosas hay peores que perder la memoria, con lo que procede que la memoria no la vayamos perdiendo nosotros, y hagamos así un canto a estas mujeres que ya no hay, cuyas vidas son de copla, cuyas cinturas han sido de monumento. En la folclórica está el oropel de la rebeldía, la poesía de las ganas de lo prohibido. A saltos entre un marido y otro, que a veces era el mismo marido.
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