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ABC Cultural

Kenizé Mourad: «El barbarismo del islam viene de Arabia Saudí, del wahabismo»

Escritora, hija de una rahá y de una princesa turca

jose alfonso

Blanca torquemadas/ Antonio Astorga/ Virginia Ródenas

De parte de...Kenizé Mourad, que publica «En la ciudad de oro y plata» (Espasa), nació en París en 1940 y fue educada en un orfanato; hasta los 15 años no supo quién era su madre (la Princesa Selma de Turquía, nieta de Mourad V, el último sultán otomano), y a los 21 conoce a su padre (el rajá hindú Amir).

Su madre huyó a Francia en medio de su embarazo, durante la Segunda Guerra Mundial. Bajo la ocupación de Francia, ella murió en la miseria un año después de nacer Kenizé. Fue adoptada. Más tarde pasó a un convento de monjas, y por fin a otra familia francesa. Kenizé Mourad se formó junto al notable filósofo greco-francés Cornelius Castoriadis, en una célula troskista, que le traumatizó, en los años 60. Trabajó durante quince años de corresponsal de guerra en Oriente Medio, y narró su vida en «De parte de la princesa muerta», un éxito de ventas

—Usted estuvo al borde del abismo. ¿Qué veía allí abajo, en el fondo grisáceo de ese desfiladero de almas?

—No hay nada que más deteste que las personas que se sienten satisfechas. Me abandonaron con un año, y pasé la infancia con familias adoptivas y con las «nonas», que me educaron muy bien, que fueron muy abiertas y buenas para mí. No tenía las bases esenciales para comenzar a vivir. Injusticia.

—Con 15 años «descubre» a su madre, la princesa Selma de Turquía, nieta de Mourad V, el último sultán otomano. ¿Su mundo se tambaleó?

—¡Mi mundo se cayó a mis pies! Me convertí en una especie de «adulto amargo», al borde del suicidio.

—Y escribe «De parte de la Princesa muerta».

—Como catarsis. Para hacer entender a Occidente lo que era Oriente.«En la ciudad de oro y plata» muestro a una mujer musulmana emancipada, contraria a lo que se dice o se piensa; muestro un islam muy abierto, contrario a lo que se dice o se piensa. La caricatura del islam la dibujan los extremistas.

—¿Cómo superó su trauma de identidad?

—Comencé a vivir a los 30 años. Con 21 años, supe quién era mi padre. Me lo habían recreado como «musulmán terrible», pero yo me reconocí en él, y en su espíritu de pensar. Era una persona sensible, ideal, un aristócrata indio con ideas de izquierda.

—Usted venía del trotskismo, que la traumatizó.

—Después de tres familias de adopción, sentía que no sobraba. Pero todo eran prejuicios terribles, contra los que yo siempre he luchado, que estuvieron a punto de destruir mi mente, y por los cuales casi me suicidio. Y ahora los prejuicios son peores.

—¿En la España de Franco encontró la libertad?

—Sí. Mi primera libertad fue en Madrid. A los 15 años viví en una pensión de la calle Ferraz, y para mí ¡era un sueño poder entrar a las diez de la noche!, cuando en Francia no me dejaban más allá de las siete de la tarde. Tenía un novio que se llamaba Jesús, con ojos verdes, muy guapo. Para mí, España fue un premio, una esperanza de libertad.

—Su madre sufrió represión en la sociedad india. ¿Cuál es la situación de la mujer hoy allí?

—Muy mala en todas las capas. En la burguesía, la mujer es bastante «libre» para ir a trabajar. Pero cuando regresa a casa esa mujer es la sirviente del hombre. Subordinada. Conocí a Benazir Bhutto, que fue primera ministra pakistaní. Su marido le decía cosas terribles. Él se portaba muy mal, y ella tenía que aceptar lo.

—¿Por qué no se rebelaba contra ese verdugo?

—Desgraciadamente, en Oriente la mujer está por debajo del hombre. Si, como Benazir Bhutto, la mujer es la jefa de la familia, ese sentido de «anormalidad» —digamos— ella lo contrarresta y acepta dejándose insultar. Cristiana, musulmana, hindú, la mujer está en el mismo estado de sumisión.

—¿Cuál es el rol del marido?

—Es el que da las órdenes. Va al exterior siempre; la mujer, de casa a la oficina o viceversa. No se le permite a ella ir a cenar con sus amigas...

—¿Es usted partidaria de quitar todos los velos?

—Sí. Es un símbolo de la burguesía, de ascensión social. La mujer que trabaja en el campo no lo lleva.

—¿Y el burka?

—Es una cosa terrible, que no se puede aceptar. No es algo musulmán. Es una barbaridad que viene de Arabia; hay que saber que todo el barbarismo del islam procede de Arabia Saudí, del wahabismo, que tratan de imponer en todos los países. Si un musulmán, como la mayoría, quiere tener una vida normal, no puede porque siempre existe la amenaza de estos locos extremistas. No respetan el Corán, donde la lapidación no se considera, ni el velo.

—¿Por qué se incumple allí el Corán?

—Cuestión de patriarcado, del «poder» del hombre. Cuando «guardan» o encierran a las mujeres en casa, ellos no tienen problemas. El patriarcado también está en el Mediterráneo: en Sicilia, la mujer no era muy libre. Esos «islamistos» (sic) han interpretado de un modo totalmente loco el Corán.

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