Enzensberger, el espíritu que no tenía descanso
«Nos enseñó a pensar qué cantidad de basura ideológica, de basura moral y de basura material están en los portales de nuestras casas y en los arrabales de nuestras sociedades capitalistas»
Muere Hans Magnus Enzensberger, gran pensador alemán y premio Príncipe de Asturias

Con la muerte de Enzensberger no solo se va un espíritu inquieto, sino sobre todo una forma de pensar, una manera de hacer del pensamiento una infinita forma de acción. Nuestro crítico tiempo ha perdido, por eso, uno de sus mayores vigías, uno de ... sus mayores testigos. Fue el joven que recogió la culpa y las ruinas del paso del régimen nazi, el que atravesó con ellas una Alemania dividida en dos sociedades opuestas, el que se dejó deslumbrar por el espejismo de mayo del 68, el que no dejó de cuestionarse el verdadero fundamento de los regímenes democráticos cuando quería ver cómo la democracia engendraba en sí misma los monstruos del populismo y la demagogia, de la corrupción y de la basura. Ensensberger nos enseñó a pensar qué cantidad de basura ideológica, de basura moral y de basura material están en los portales de nuestras casas y en los arrabales de nuestras sociedades capitalistas.
Conocido sobre todo como poeta, su pensamiento sobre el mundo era un pensamiento sustentado en la poesía, en una poesía que despreciaba otra cosa que no tuviera una dimensión civil. Sus opiniones políticas, sus reflexiones sociológicas, sus intervenciones periodísticas intentaron, como los verdaderos poetas, hacer habitable este mundo de precariedades laborales, crisis ecológica y frío mental. Heredero de Bertold Brech, compañero de Paul Celan o de Ingeborg Bachmann, podría decir como esta última, que los tiempos duros están un poco más allá de nosotros mismos, esperando entrar y que solo los espíritus alerta podrán combatirlos. Fue el satírico y el airado que hizo del escepticismo un programa político, un programa poético, el que pensó que el buen poema era una herramienta de conciencia y, por tanto, que tenía que dar cabida a la complejidad de nuestra mente, a la ciencia, a la técnica, al mundo urbano, a la agonía de la naturaleza. Sus poemas son aforismos escritos en las paredes de las urbes industriales, en los cubos de basura que esperan en las aceras, es decir, son mensajes, voces, lamentos o plegarias que quieren formar parte del corazón de la gente. Algunos de sus libros ('Defensa del lobo', 'Idioma' o 'Escritura para ciegos') marcaron a toda una generación de poetas en lengua alemana que vieron en ellos una arma cargada de futuro, una moral para una época con moralidades dudosas, con demasiados derrumbes personales.
Le gustaba dejarse perder por las periferias, seguir siendo un 'enfant terrible', un espíritu que no aceptaba ninguna clase de descanso. Cultivaba la inquietud con la misma naturalidad que otras cultivan la normalidad. Pertenecía, en fin, a esa raza de poetas y pensadores alemanes que quieren el infinito o la nada, que viajan en pos de un sueño aunque para eso tengan que ser incómodos y formar parte del sacrificio.
Con su muerte, con la muerte de Hans Magnus Ensensberger, perdemos a alguien que nos interrogaba a diario, a aquel que escribió como epígrafe de su poética si hay alguien que se lamenta por la mucha sangre y atestigua la mucha injusticia. Perdemos a ese hombre que responde que no, que nadie canta, ningún otro, nadie canta en medio del diluvio.
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