El diario que Antonio Escohotado no se atrevió a publicar: «Una turba gris vendrá a quemar mi casa»
En su diario póstumo 'Confesiones de un opiófilo', el escritor plasma todo tipo de ideas y su tan esperada dieta de narcóticos
Escohotado, un lúcido y osado intelectual
«¡Que se preparen los mustios eunucos!», retaba Antonio Escohotado (Madrid, 1941), que en sus últimos años habló varias veces de su obra más personal, una tan escandalosa que debía esperar a su muerte para ver la luz. Injustamente reducido a sus estudios sobre ... drogas fue jurista, sociólogo, ensayista, profesor, traductor, empresario, músico, historiador, escritor y para muchos, un sabio. Dos años después de su fallecimiento ha visto la luz 'Confesiones de un opiófilo' (Espasa), que abarca los pensamientos y dedicaciones más íntimas de sus últimos 28 años (1992-2020) en un formato tipo diario. También, negro sobre blanco, el dietario farmacológico personal de un pensador que investigó con profesionalidad —praxis mediante— todo tipo de drogas.
Cavilaciones, divagaciones, poemas, hipótesis, sensaciones, metáforas, contiendas, sueños, tribulaciones y delirios. La obra refleja su conocimiento en píldoras, su pensamiento osado y lúcido, sin revisión posterior, que contiene un Escohotado íntimo, tierno, cabal hasta en las últimas páginas de su existencia. Desde 'Los enemigos del comercio: una historia moral sobre la propiedad' —2.000 páginas de crítica al comunismo—, 'La conciencia infeliz: ensayo sobre la filosofía de la religión de Hegel' —su autor de cabecera— a 'Historia general de las drogas' —uno de los estudios más profundos sobre la materia—: la sustancia y el conocimiento son inseparables en su lógica.
Quien otrora fue fundador de la discoteca 'Amnesia' en Ibiza decía estar seguro de que «una turba gris» acudiría a incendiar su casa tras la publicación de este libro, lo que se antoja difícil teniendo en cuenta lo irreverente del resto de su obra y la precocidad con la que expuso algunas de sus ideas revolucionarias. Si bien lo que denomina su «dieta farmacológica» -unida a reflexiones difíciles de asimilar (ejemplo: serios beneficios colaterales del consumo de opio)- tiene algo de morboso, existe verdadera riqueza en su capacidad de hilar conocimientos de diferentes disciplinas entre sí, en su lógica heredada de los grandes pensadores a los que estudió, tradujo y enseñó en clases de universidad, como Newton, Jefferson, Hobbes, Bakunin… A día de hoy, sus escritos son bibliografía universitaria.
El ajedrez más peligroso
«Mi padre tenía un aura de malditismo», explica Jorge Escohotado Álvarez, hijo del pensador y ahora editor y protector del legado en 'la Emboscadura'. Su padre fue un maestro de la controversia, de la que hizo una gran virtud capaz de alimentar a sus partidarios y horrorizar a sus detractores. Una dialéctica densa y afilada hacía de él un difícil adversario de debate —a los que rara vez se negó—, que tenía por norma huir de convencionalismos. Con todo, nunca tuvo vergüenza por cambiar su parecer cuando el estudio lo hacía obsoleto. Su transformación más famosa: de comunista a liberal, que en sus últimas etapas propició un cierto acercamiento y entusiasmo hacia el Ciudadanos de Albert Rivera.
«No debería ocuparnos lo inevitable. Sólo el campo de acción es incumbencia»
Antonio Escohotado
Pero, sin duda, aquella materia que lo convirtió en infame fue el estudio de las drogas y el uso de su cuerpo como campo experimental. Conviene recordar que la defensa de sus teorías le colocó en el foco de una sociedad que no hacía tanto que estrenaba democracia y acabó pasando un tiempo —«bastante productivo», como él mismo definió— en la cárcel, desde donde escribió su 'Historia general de las drogas'. En estas 'Confesiones de un opiófilo' se detalla el consumo pormenorizado de sustancias como MDMA, 2CB, metanfetamina, cannabis, cocaína, heroína, fentanilo y muchas otras desconocidas para el común de los mortales. Si bien supo detallar los efectos positivos del uso de sustancias, también admite haber estado «jugando al ajedrez más peligroso durante años», es decir, sus envites con la adicción en una lucha mordaz y peligrosa.
Escohotado Álvarez cuenta que su padre hablaba de «'drogarse con elegancia', que viene de elegir». El término «opiófilo» es una declaración de intenciones porque se opone a «opiómano», que corresponde a lo que comúnmente se conoce como yonqui. «Él siempre defendía los usos racionales de las sustancias», concreta su hijo, quien aduce que «una dieta basada en los opiáceos tiene sus servidumbres y también sus ventajas». La lucha del autor por liberar de mitos y prejuicios el consumo de sustancias pasaba por «contar los resultados negativos y también los datos positivos. Además de la pérdida de masa muscular él cuenta que uno de los efectos del opio es no caer enfermo de gripe o catarro; yo nunca vi a Escohotado con gripe», asegura.
Para su descendiente «él era su propio médico, su propio Galeno. Si alguien podía manejar unas sustancias tan peligrosas era una cabeza como la de 'Escota'. El libro marca todo el rato la distancia entre medicina y parranda. Una de sus últimas voluntades fue que tras su muerte -a los 80 años- se investigara y analizara su cuerpo en una autopsia», algo que por problemas legales y burocráticos, no se pudo llevar a cabo.
La última lección
En este diario personal hay entradas escritas de madrugada, en el intermedio de alguna pesadilla o domando sus monstruos en ebriedad. Hay hipótesis sobre el sexo y la vida, reflexiones sobre la historia y la cultura. Hay tratados filosóficos condensados en un párrafo, estudios sobre farmacología, relaciones metafísicas: el amor descrito desde términos económicos, teología y filosofía en películas porno... Hay años en los que escribe apenas diez líneas. En cualquier caso, se toca tal multitud de temas que manifiesta la avidez de conocimiento del autor, de su pensamiento incesante, freudiano, elevado. Porque para él, eso era la vida. «Que el estudio aporta la felicidad al ser humano es una de las tesis más importantes de mi padre: la búsqueda de uno mismo a través del conocimiento», dice su vástago. No hay rama del conocimiento que no le interesara. Pero cuanto más se acerca el final, la muerte y la vejez se van tornando en sus grandes fijaciones.
«La vejez hace benévolo, cuando no condena al resentimiento», escribe Escohotado tras una breve reflexión. «Volvería a vivir cada instante sido. Pero prefiero -¡con mucho!- inaugurar los que me resten», esgrime acto seguido. Su impresión de la vejez cambia matizante. Nunca es víctima, pero parece que cada vez le pesa menos: «No debería ocuparnos lo inevitable. Sólo el campo de acción es incumbencia».
Según los achaques se vuelven más aplastantes el uso de opiáceos se va acentuando. «Plantea que la vejez es mucho más llevadera con la familia de opiáceos, perfectamente indicada para la tercera edad», lo resume Jorge Escohotado. Mónica, Ibiza. Como es natural, vuelve allí donde fue feliz, tratando de no perder el ánimo y las ganas de estudio. «Hijo, yo ya vivo de regalo, yo ya he hecho más de lo que creía que podía hacer. Ahora lo que quiero es descansar, si es posible, eternamente», fue casi lo último que dijo el día de su muerte. «Aquella fue su última lección: morir tranquilo, con esa serenidad en la mirada, sin patalear ante lo inevitable. No podría haber un retrato de la vejez tan elocuente, tan tierno y tan lúcido», asegura el ahora protector de su legado, a quien recuerda Escohotado en su última entrada.
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