Delphine Horvilleur, la rabina heterodoxa de Francia: «Desde el 7 de octubre vivo bajo protección policial»

Cuando pide un taxi no puede dar su nombre. Tampoco cuando hace una reserva en un restaurante ni cuando busca un hotel para salir de París un par de días. Su nombre, de hecho, ya no está ni en el buzón de su casa. «El antisemitismo siempre anuncia el colapso de una sociedad»

El libro que nos enseña a vivir con nuestros muertos

La rabina y escritora Delphine Horvilleur ABC

Digamos, para empezar, que cuando Delphine Horvilleur pide un taxi no puede dar su nombre. Tampoco cuando hace una reserva en un restaurante ni cuando busca un hotel para salir de París un par de días. Su nombre, de hecho, ya no está ni en ... el buzón de su casa. No siempre fue así.

Delphine Horvilleur (Nancy, 1974) tiene agenda de ministra, pero es rabina. Se ordenó en Nueva York en 2008, porque en Francia, cuna de ortodoxos, no le permitían estudiar el Talmud. Cuando volvió a París se convirtió en la tercera mujer de su condición en todo el país. Hoy es una de las principales voces del Movimiento Judío Liberal, además de una defensora de la heterodoxia que incomoda con la duda en sus libros y artículos (colabora con 'Le Monde', 'Le Figaro' y 'Elle'). Digamos, para resumir, que es una judía que defiende la soberanía de los palestinos y a la vez llama al antisemitismo por su nombre. Acaba de publicar en España 'Madres hijos y rabinos' (Libros del Asteroide), una relectura de la tradición judía, una defensa de la libertad de interpretación de los textos sagrados. Y aún están recientes sus 'Reflexiones sobre la cuestión antisemita' (Libros del Zorzal): el tiempo no ha pasado tan deprisa...

«El 7 de octubre mi vida, la de mis hijos y la de mi congregación cambió totalmente», cuenta al otro lado de la pantalla, en una mañana luminosa al otro lado del cristal.

—¿Cómo es su vida ahora?

—Vivimos constantemente bajo protección. La policía nos ha pedido que quitemos la mezuzá [un pergamino que tiene escrito dos versículos de la Torá y que se coloca en las entradas de las casas judías] de nuestras puertas [deja un silencio]. No digo esto para parecer una víctima y entrar en esta competición del victimismo en la que estamos inmersos hoy en día. No busco compasión, solo concienciar sobre lo que le está pasando a tantos judíos, aquí y en otras partes. El antisemitismo debería preocuparle a todo el mundo. El odio contra los judíos, y lo sabemos por la historia, es siempre una especie de ensayo para una violencia que terminará afectando a todos. El antisemitismo siempre anuncia el colapso de una sociedad.

—¿Tanto ha crecido el antisemitismo?

—Sería imposible negarlo: es una ola de odio. Y mucha gente ni siquiera es capaz de reconocerla. El odio contra los judíos cambia de discurso a lo largo de la historia: se les acusaba de ser demasiado ricos o demasiado pobres, de ser demasiado capitalistas o demasiado comunistas, de ser demasiado discretos o de presumir demasiado. Pero hay algo que siempre permanece a lo largo de la historia antijudía: siempre se acusa a los judíos de tener el control. De saber y poseer y manipular y tener algo que los otros no tienen. Hoy vemos que en los campus de todo el mundo ha vuelto esa retórica de la dominación. Y en efecto, Israel tiene cierto poder: poder militar, poder económico. Pero por otro lado, en muchos sentidos, es impotente: está luchando por su supervivencia. Cuando ves mujeres violadas, bebés secuestrados, ¿cómo puedes pretender que esas figuras son dominantes, poderosas, fuertes? No tiene sentido. Es la vieja música de la dominación judía.

—Hay críticas a Israel que automáticamente se tachan de antisemitas.

—Y hay muchos que hablan un lenguaje antijudío sin darse cuenta. Están convencidos de que su única preocupación es el derecho de los vulnerables, el derecho del pueblo palestino. Es muy difícil no estar a favor del pueblo palestino. ¿Quién no lo está? Yo llevo años luchando por los derechos y la soberanía de los palestinos. Pero la dicotomía en la que estamos, esta forma maniquea de ver a los israelíes y a los judíos únicamente como gente poderosa y con herramientas de dominación, es en realidad una tradición antisemita muy antigua.

—Fue la tercera mujer rabina de Francia. ¿Sigue siendo una excepción?

—El día que me ordené en Nueva York éramos nueve rabinos y nueve rabinas: paridad absoluta [y ríe]. Cuando volví a Francia pasó mucho tiempo antes de que la gente fuera capaz de aceptar mi condición de mujer rabina. Ni siquiera estoy segura de haber llegado a ese punto. Soy consciente de que en todas nuestras tradiciones religiosas la feminidad y el liderazgo religioso siguen siendo un tema muy subversivo.

—Por cierto, ¿cómo es su día a día?

—Bueno, eso depende del día [y ríe]. Esta es una respuesta muy rabínica. Los rabinos somos conocidos por dar respuestas complejas a preguntas sencillas.

—Eso es un arte.

—Creo sinceramente que la inteligencia está en las preguntas, nunca en las respuestas. Las grandes respuestas son cosa de líderes políticos y religiosos, de gurús. Parte de ser adulto es aceptar la duda, la incertidumbre eterna que nos rodea. Y también aceptar que la realidad siempre es más compleja de lo que parece, aceptar el desorden de la existencia. Los textos religiosos siempre te están planteando preguntas si los sabes leer: por eso son fascinantes, porque la sabiduría de generaciones pasadas resuena en tu situación actual. Muchas veces la gente que viene a verme se decepciona porque nunca les digo sí o no, no les ofrezco un dogma al que adherirse. Viene y me dicen: ¿qué debo hacer? ¿Debería casarme? ¿Debería divorciarme? ¿Puedo comer esto? ¿Debo abstenerme de hacer esto otro? ¿Esto está permitido? ¿Está prohibido?

—[Risas].

—A la gente le encantan las respuestas, pero ese no es mi rabinato [y sonríe]. Las personas de tradición católica piensan que un rabino es como un cura, pero eso es un gran malentendido. Los rabinos no somos sacerdotes, somos maestros, más bien. Se nos presupone un cierto conocimiento y capacidad para hacer el viaje entre los textos sagrados y la vida de la gente [hace una pausa]. Tengo que admitir que estos días son bastante duros. El nivel de odio que nos rodea plantea grandes retos como rabina, como profesora, como madre, como mujer y como ciudadana. Aún sigo preguntándome cuál debería ser mi papel en estos tiempos de odio. Cómo preservar la humanidad entre tanto odio.

—En su ensayo 'Madres hijos y rabinos' escribe: «Ya lo llamen, en hebreo o árabe, Ha-Rajaman o El-Rahim, judíos y musulmanes rezan a un mismo Dios al que denominan 'el misericordioso'».

—Tendemos a ver el mundo como si hubiera una especie de guerra religiosa. Como si fuera judíos contra musulmanes luchando por Oriente Medio. Y es tan erróneo... Llevo años participando en el diálogo religioso, y por experiencia puedo decir que me resulta mucho más fácil mantener una conversación con un musulmán o un cristiano moderado que con un judío fundamentalista. Y creo que esto ocurre en todas las religiones. Los moderados del mundo de las diferentes tradiciones, aquellos que rechazamos el fanatismo, deberíamos unirnos para tener las conversaciones que nunca tendrán los fanáticos. Lo que quiero decir es que el verdadero choque no es entre judíos, cristianos y musulmanes. La grieta está entre las personas que en su mundo hacen sitio para el otro y los que deciden no hacer sitio para el otro.

—El libro es una reivindicación de la heterodoxia, de la reinterpretación constante de la tradición judía. En ese sentido, parece un libro escrito contra el fundamentalismo.

—Así es. De hecho, ese es el objetivo de muchas cosas que escribo, incluso cuando no uso esa palabra [fundamentalismo]. El mayor peligro en nuestra vida es cualquier tipo de pensamiento fundamentalista. Amos Oz dijo que lo que define a un fundamentalista es que solo sabe contar hasta uno: los fundamentalistas tienen una sola verdad, un solo libro, una sola creencia, una sola certeza, una sola manera de ver las cosas, una sola manera de tratar de convencerte de que es ahí donde está la verdad. Y creo que más que nunca necesitamos tener más de una forma más de leer, más de una forma de ver la realidad, de interpretar el mundo que nos rodea. Siempre hay otra forma de ver lo que sucede, de leer tu pasado, de tu historia, tus libros sagrados. Esa es la receta contra el fundamentalismo.

—El fundamentalismo también es político.

—Y está fomentado por las redes sociales, que intentan encerrar a la gente en una sola mirada. Hay mucha gente incapaz de enfrentarse a los desacuerdos, incapaz de discutir, de dialogar. Hay un ruido que no les permite escuchar las diferentes voces que tienen en su cabeza. Y todos las tenemos. Deberíamos estar en diálogo con esa multitud de voces. Porque cuando solo escuchamos una voz entonces nos creemos que somos únicos. Y ahí es cuando estamos perdidos.

—En 'Vivir con nuestros muertos' sostenía que el humor era una buena forma de enfrentarse no solo al fundamentalismo, sino al dolor. ¿Hasta qué punto es importante en su vida?

—No sabría cómo enseñar nada a mi congregación sin los chistes judíos, y no solo porque sean divertidos o que formen parte de mi cultura. Creo que el humor judío ha sido muchas veces un arma contra la tragedia, una herramienta de resiliencia, una forma de mantenerte en pie incluso ante situaciones más terribles. El humor te permite autopercibirte no sólo como una víctima, te permite tomar distancia y reírte de ti mismo. De hecho, una gran parte del humor judío es autoparódico. Eso, en cierto modo, te salva espiritualmente. Lo veo constantemente en mi entorno. Hace poco alguien me contó un chiste que no paro de repetir. ¿Sabes cuál es la diferencia entre un judío pesimista y un judío optimista hoy en día?

—...

—El judío pesimista dice: nada podría ir peor. Y el judío optimista dice: sí, sí que podría [se ríe]. Yo me siento muy optimista últimamente.

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